País de camareros
Somos excelentes anfitriones, pero el ‘maître’ no debe confundir eso con que el poder estratégico haya crecido mucho
Antes de la pandemia, la expresión ‘país de camareros’ resumía la crítica que desde Podemos se formulaba a la economía española. El modelo productivo, se decía, era el de un país rentista negligentemente desindustrializado por unos empresarios poco imaginativos, que dependía de sus recursos naturales y que apenas podía ofrecer un puesto de trabajo como camarero a una legión de graduados y másteres preparados por un brillante sistema universitario público del que, por supuesto, vivía una gran parte de los dirigentes morados.
Con la pandemia y la volatilización del sector turístico, cundió el miedo a quedarse de pronto sin el 12% del PIB y estas críticas se acallaron. Quizá el caso más llamativo de moderación del discurso fue el de Alberto Garzón, el ministro de Consumo, que usaba y abusaba del término ‘país de camareros’ antes de 2018. Ahora, cuando el turismo parece recuperarse pese a que el escenario pandémico sigue sin dilucidarse, y se nota la falta de camareros porque la gente toma sus propias decisiones, hay muchos que han dejado de usar la expresión para definir la economía española. De hecho, el presidente del Gobierno está convencido –y así lo dijo en La Sexta hace unos días– que su administración está «modernizando» el aparato productivo del país, cuando lo que se ve es que precisamente las trabas administrativas son las que entorpecen la modernización.
Sin embargo, la actividad de camarero sigue siendo noble y, en España, se ejerce con gran calidad porque somos excelentes anfitriones. Una prueba definitiva ha sido la reciente cumbre de la OTAN. Creo que la cena en el Museo del Prado fue una demostración de los logros que la cooperación público–privada puede alcanzar. El propio Pedro Sánchez dice que uno de los tres éxitos conseguidos ha sido «proyectar un posicionamiento de España como lo que realmente es a la hora de organizar este tipo de conferencias internacionales: un país solvente, moderno y comprometido con sus aliados». No en vano, su famosa tesis doctoral era sobre diplomacia económica y él sabe – no necesariamente por su tesis– que nada de esto se puede conseguir sin un sector turístico y la economía auxiliar, que gira en torno a él, que son muy competitivos.
Pero no debe confundirse que todo el mundo haya estado pendiente del ‘maître’ durante una semana con el hecho de que la mermada capacidad diplomática española, que ha vivido algunas de sus horas más bajas en los últimos años, haya sido plenamente restaurada o que hoy España sea más importante geoestratégicamente que antes de la cumbre. Sánchez ha hecho muy bien en ser el primer presidente desde José María Aznar en mostrar interés por la política exterior, pero la tarea que le queda por delante para que se superen errores y deslealtades es ingente. jmuller@abc.es