El final de las criptomonedas
El regulador va siempre por detrás de los acontecimientos, pero suele ir. En el caso de las criptomonedas era crónica
de una muerte anunciada que las iban a meter mano más pronto
que tarde. Y como en muchos otros casos, ha sido el ‘éxito’ inicial lo que las ha puesto en el disparadero.
Les ha costado abrir el melón porque no era un tema exento de polémica, pero no han desaprovechado la última y fulgurante caída para no seguir procrastinando. La semana pasada, el regulador europeo anunció que iba a terminar con uno de los pilares sobre los que se asienta el éxito de este artificio: el anonimato de quienes intercambian estos activos. Tenía que pasar. Iban a encontrar el camino para hincarles el diente. Y probablemente no se queden ahí una vez que, por el camino, ha volado el dinero de unos cuantos incautos.
Los liberales de salón se rasgarán las vestiduras. Los denominados ‘techies’ pondrán el grito en el cielo; pero es preferible, aunque vayan tarde, prevenir que curar.
La avaricia, como casi siempre, es lo que ha estado detrás del éxito de esta moda que lo único que tenía detrás era algo lo suficientemente sofisticado para enmascarar el afán de ganar mucho en poco tiempo, sin que pareciera demasiado burdo.
Un esquema piramidal en lo que lo único que te mueve a comprar uno de estos tokens, de nombres inverosímiles, es la esperanza de poder darle el pase
al siguiente incauto que movido por lo mismo venga detrás.
Probablemente no desaparezcan todos. Alguno quedará para que los más incautos sigan jugando.
En cualquier caso es recomendable que los reguladores pongan alguna puerta al campo para tratar de disuadir a los pocos que puedan estar movidos por alguna otra razón que ahora mismo se me escapa.