España como emoción
Quienes lean estas líneas deberán excusar lo que en ellas encuentren de emoción, confusión y aturdimiento: para quienes hemos sido sus amigos, la muerte de Fernando García de Cortázar se nos presenta, inesperadamente, como un hecho devastador, que vivimos con incredulidad, desconcierto e incomprensión. La vida cambia, en efecto, como escribió Joan Didion, en un instante; la vida, y no se olvide, la propia historia, que es como la condición humana: problema, azar, incertidumbre.
Desde que en 1994 publicara, con su colaborador González Vesga, ‘Breve historia de España’, reeditada continuamente desde entonces, y reforzada por muchos otros libros, estos ya solo de Fernando (de los que destaco, improvisadamente, ‘Paisajes de la Historia de España’, ‘Viaje al corazón de España’, ‘Leer España’ y ‘Los perdedores de la historia de España’), la sociedad española debe a Fernando García de Cortázar –por supuesto que también a muchos otros, pero sobre todo a la obra de alta divulgación histórica de Fernando– nada menos que la recuperación del pasado de España en su evolución a lo largo de los siglos.
A Fernando García de Cortázar España le emocionaba. Le apasionaban su paisaje, la lengua española, la gente española, sus escritores, filósofos y teólogos. Su labor de divulgación, de alta divulgación como decía arriba, resuelta en una prosa a la vez elegante y poética, y acerada e inteligente, no fue, sin embargo, españolismo emocional
(al que habría tenido pleno derecho). Fue ante todo un combate por la verdad histórica: por liberar a España de visiones estereotipadas y de interpretaciones agrias, catastrofistas, negacionistas; una lucha contra la idea de una España negra, antimoderna, decadente, cuya marginalidad cultural y fracaso como nación habrían desembocado finalmente en la Guerra Civil de 1936-39 y la dictadura de Franco. España, dijo Fernando García de Cortázar en alguna ocasión, no fue, ni es, un país en desguace.
Personalidad de efusividad,
simpatía y generosidad desbordantes, Fernando García de Cortázar mostró siempre una firmeza moral y un coraje cívicos insobornables, concretados en su compromiso permanente con el País Vasco y el Bilbao en que nació, y en su defensa de la libertad y el pluralismo vascos amenazados brutalmente por ETA y calladamente por el proceso de construcción ‘nacional’ impulsado desde la Transición por el nacionalismo y los gobiernos nacionalistas vascos. La situación actual, la España de los gobiernos de coalición entre el PSOE y Podemos, con el decisivo apoyo parlamentario de partidos opuestos a la idea misma de España, le parecía, también hizo algún comentario sobre ello, «desoladora».
Desde que nos conocimos en 1970, mi relación con Fernando fue intensísima, especialmente así en los años 1970-74 en que coincidíamos durante etapas de tres-cuatro meses en Bilbao en razón de nuestras respectivas investigaciones historiográficas sobre el País Vasco. Con él conocí, no todas las localidades vizcaínas –como conozco las de Guipúzcoa–, pero sí el 98 por ciento de ellas.
Le debo, igualmente, la publicación de ‘El pluralismo vasco’ (marzo de 1979), mi primer artículo en la prensa vasca, en ‘El Correo’ bilbaíno, que Fernando leyó, puntualizó y aprobó, y cuya publicación gestionó, artículo que en su momento suscitó, si se me permite decirlo, atención considerable. De su último libro, ‘Paisajes de la Historia de España’, hablamos mucho antes de su aparición (yo mismo barajaba desde hacía tiempo la posibilidad de hacer un libro parecido para el que reservaba un título transparentemente orteguiano, ‘Paisajes prometidos’). Le urgí a publicarlo, y le citaba para animarle, las certerísimas y espléndidas palabras del propio Ortega sobre ello: que el paisaje enseña «moral e historia».
Lo que Fernando García de Cortázar ha hecho es algo de mucho mayor rango que definir o revisar la memoria democrática de su país. Él ha preservado –recuperado, revisado, reinterpretado– la memoria colectiva de España, esto es, la historia de España en su totalidad e integridad.
En el espacio de unos pocos días han fallecido Joaquín Romero Maura, Patxo Unzueta y Fernando García de Cortázar, tres personalidades muy distintas pero tres personalidades extraordinarias. «Se termina nuestro mundo, Juan Pablo», me decía Jon Juaristi, tras conocer la muerte de Fernando. Es cierto: pero nuestro mundo, Jon, ha sido mejor gracias a ellos, gracias pues, que es lo que hoy nos convoca, a Fernando.