Una oración por la carne silvestre
Paradójica situación: mientras la caza es atacada y denostada como nunca en la historia, el producto de esta actividad, es decir, la carne silvestre, es valorado cada día más como materia prima de primera, exquisita y saludable para nuestra alimentación. Que se aprecie la carne de caza es, sin duda, una buena noticia para el sector, pero ¿cómo se come esto? Y perdonen el oportunismo de la pregunta.
Hace unos años tuve la oportunidad de compartir cacerías de gansos y becacinas en las Hébridas con un amigo escocés, Callum Thomson, que es uno de los mayores expertos en ciervos del Reino Unido, hasta el punto que fue contratado en Nueva Zelanda para la gestión de este ungulado. Durante la narración de su experiencia en las antípodas, Callum me confesaba apenado que su trabajo allí cada vez se parecía más al que se hace en Europa en cualquier granja intensiva de ganado porcino o vacuno.
Este es para mí un punto clave que ya he tratado en otras ocasiones: la carne de caza es rica y saludable por proceder de animales salvajes que se alimentan de forma natural y están libres de piensos, clembuteroles, antibióticos y demás. Su forma de vida en libertad es lo que condiciona en mayor medida la calidad de sus pechugas y jamones, y esa condición silvestre hace que la única forma de hacerse con ellos sea cazarlos. Aunque sea políticamente más correcto, en la medida que estas especies se críen y se traten al modo de animales de granja, su carne se parecerá a la de estos, su manejo será menos ecológico y medioambientalmente sostenible y su muerte estará más alejada del ámbito venatorio.
Nuestra sociedad tiene interiorizado lo artificial hasta tal punto que corremos el riesgo de desvirtuar también este valioso patrimonio culinariocinegético natural para convertirlo en otro insípido producto de la industria alimentaria. No lo confundamos, que no nos dejen caer en esa tentación.