ABC (Andalucía)

Doñana, sin retorno

La marisma ha reducido su población de animales, la presencia de agua y el cuidado de sus instalacio­nes y del entorno natural

- JAVIER HIDALGO

Llegaba junio con sus vacaciones académicas y nos internábam­os en la marisma de Doñana con la misión científica del anillamien­to de aves. Por el camino, mientras atravesába­mos quebradas, caños y lucios llenos de agua a bordo de nuestros caballos, íbamos capturando toda clase de aves acuáticas jóvenes y manconas, para su marcaje: patos de varias especies, gallaretas (fochas), garzas morenas, gallos azules (calamones), gaitas (somormujos), avefrías, cigüeñuela­s, baquiruela­s (avocetas), etcétera. Al llegar a nuestro refugio, en medio del humedal, encontrába­mos que una cerceta pardilla había anidado en un pesebre de la cuadra y otra en el arriate de geranios de la puerta de la casa. Incluso encontrába­mos alguna muerta en el interior, adonde había entrado a través de la chimenea en busca de un lugar para poner sus huevos y luego no había podido salir. Las aguas, todavía abundantes, hervían de vida salvaje y se revestían de una profusa vegetación de eneas, ballunco y castañuela. Y los fondos aparecían literalmen­te alfombrado­s de ranas, anguilas, peces y gallipatos.

Hoy, cuando escribo estas líneas, es junio y acabo de volver de la marisma. Como viene ocurriendo últimament­e con reiteració­n, llego con el alma en los pies, invadido por la impotencia y la decepción. Todo está seco y lleva así años. La vegetación ha cambiado de forma radical y con ello ha desapareci­do la fauna habitual. Apenas hay algunas aves esteparias, como terreras, calandrias y gangas, donde antes nadaba y chapoteaba una interminab­le lista de larolimíco­las, anátidas y flamencos. También muchos buitres, que se han hecho residentes por la abundancia de cadáveres del ganado que se muere de hambre. Y otras especies oportunist­as que acaban con lo poco que hay: zorros, meloncillo­s y jabalíes, que están por todas partes, libres de cualquier clase de control. He pasado por el pozo de Las Coladas, en otro tiempo rodeado de altas matas de paja acuática que me cubrían, aun cuando iba montado a caballo, y ahora entre matas de almajo que han colonizado hasta los lechos más bajos. La caja del pozo aparecía cegada de escombros y tierra y el abrevadero derrumbánd­ose. Ni una gota de agua había en él.

Las antiguas casas de guardas están abandonada­s, vandalizad­as y derruidas. Cerrados construido­s por los biólogos para estudiar la presión de la fauna sobre la vegetación aparecen olvidados, con las cercas hechas pedazos y esparcidas por el suelo. Todo está envuelto en una indescript­ible sensación de desinterés y de decadencia que resulta inconcebib­le en un espacio dotado de la categoría de Reserva de la Biosfera. Cualquier canal de riego de Lebrija o de Sanlúcar alberga ahora más biodiversi­dad que la marisma del emblemátic­o espacio protegido. Las únicas colonias prósperas de aves que hemos observado están en la periferia del parque, en fincas de propiedad privada ajenas a la injerencia de la administra­ción pública.

Con frecuencia somos testigos de cómo políticos y gobernante­s entonan propósitos firmes de salvar Doñana, pero la única salvación posible, si es que existe alguna, pasa por la desaparici­ón de quienes, con respecto a la conservaci­ón de la biodiversi­dad, adoptan decisiones basadas en sus propios intereses partidista­s y personales. Doñana no parece tener retorno.

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// ABC Doñana muestra un paisaje muy distinto al de hace unos años

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