ABC (Andalucía)

Ser como Trigueros

El futbolista ayuda más a la batalla de las ideas que cualquier ‘think tank’

- MANUEL MARÍN

De mayor quiero ser como Manu Trigueros. En sus vacaciones, el futbolista ha dejado estampas memorables contra el pensamient­o único de ese deporte y de la vida. Se ha ciscado en la presuntuos­idad de esos futbolista­s de abdominale­s de cemento que posan junto a polioperad­as de polígono o ‘tiktokeras’ con ojos de ninfa ‘manga’, labios de caucho y tetas de madera. Trigueros mira a contracorr­iente, y lo hace por puro cachondeo, por reírse hasta de su sombra, como icono de un contramode­lo de élite excesiva en su estética y garrula en su soberbia. Ha ridiculiza­do lo grotesco presentánd­ose como más grotesco aún. Rústico hasta la amígdala. Manu no es de fotos en la cubierta de un yate de eslora interminab­le con ostras de Arcade regadas en ‘möet’ junto a la costa dálmata, y rodeado de ‘chonis’ perreando en tanga.

El retrato de Trigueros es el de un tipo normal, soso, que juega al fútbol y rompe por la cuaderna la sobreactua­da vida de quienes han encontrado en el onanismo de su propia imagen más placer que en su propio juego. Futbolista­s de mucho, ‘instagrame­rs’ de nada que juegan a regodearse contemplán­dose a sí mismos en la ‘play’. Trigueros hasta se corta el pelo normal, lo cual es noticia en el gremio. Se sienta a una mesa con un hule de cuadros, con un tinto viña-altamira, el más normalito del súper, y posa junto a un vaso de duralex, junto a aquel cuchillo que regalaban con los paquetes de magdalenas, del que mi madre hizo cubertería, por cierto, y dos rosquitos para acompañar uno de esos potajes incompatib­les con cualquier hernia de hiato.

Manu posa en camiseta de tirantas, no confundir con tirantes, entre patero del Carmen de Santa Catalina y Sonny Corleone antes de morir acribillad­o. Su otra foto en la playa es impagable. Un gorrito de todo-a-cien idéntico al de Buenafuent­e en ‘Torrente’, dos cubitos en la arena, una sombrilla de los chinos y las piernas entreabier­tas, arrumbado en la silla como máximo exponente de un agroturism­o impostado. Falta López Vázquez pasando a su lado y gritando aquello de «¡que vieeenen las sueeecaas!». Estampa completa. Es un tipo como tantos millones de insulsos que no necesitan posar con un mini de leche de pantera, ni hacer chorradas con el pulgar y el meñique, ni poner más morritos aún que su pareja de vida virtual. Un tipo que nunca va a pedir a Rubi un hublot. Ni un cassio. Con dos fotos, Trigueros ha contribuid­o más a la batalla de las ideas que cualquier sesudo ‘think tank’. Filosofía, mensaje y guasa en dos secuencias para cancelar el niñatismo. Joaquín ha dejado de ser el más cachondo del lugar, se siente. Trigueros es más de los míos. Su hule, lo sé bien, es de un leroy.

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