Ser como Trigueros
El futbolista ayuda más a la batalla de las ideas que cualquier ‘think tank’
De mayor quiero ser como Manu Trigueros. En sus vacaciones, el futbolista ha dejado estampas memorables contra el pensamiento único de ese deporte y de la vida. Se ha ciscado en la presuntuosidad de esos futbolistas de abdominales de cemento que posan junto a polioperadas de polígono o ‘tiktokeras’ con ojos de ninfa ‘manga’, labios de caucho y tetas de madera. Trigueros mira a contracorriente, y lo hace por puro cachondeo, por reírse hasta de su sombra, como icono de un contramodelo de élite excesiva en su estética y garrula en su soberbia. Ha ridiculizado lo grotesco presentándose como más grotesco aún. Rústico hasta la amígdala. Manu no es de fotos en la cubierta de un yate de eslora interminable con ostras de Arcade regadas en ‘möet’ junto a la costa dálmata, y rodeado de ‘chonis’ perreando en tanga.
El retrato de Trigueros es el de un tipo normal, soso, que juega al fútbol y rompe por la cuaderna la sobreactuada vida de quienes han encontrado en el onanismo de su propia imagen más placer que en su propio juego. Futbolistas de mucho, ‘instagramers’ de nada que juegan a regodearse contemplándose a sí mismos en la ‘play’. Trigueros hasta se corta el pelo normal, lo cual es noticia en el gremio. Se sienta a una mesa con un hule de cuadros, con un tinto viña-altamira, el más normalito del súper, y posa junto a un vaso de duralex, junto a aquel cuchillo que regalaban con los paquetes de magdalenas, del que mi madre hizo cubertería, por cierto, y dos rosquitos para acompañar uno de esos potajes incompatibles con cualquier hernia de hiato.
Manu posa en camiseta de tirantas, no confundir con tirantes, entre patero del Carmen de Santa Catalina y Sonny Corleone antes de morir acribillado. Su otra foto en la playa es impagable. Un gorrito de todo-a-cien idéntico al de Buenafuente en ‘Torrente’, dos cubitos en la arena, una sombrilla de los chinos y las piernas entreabiertas, arrumbado en la silla como máximo exponente de un agroturismo impostado. Falta López Vázquez pasando a su lado y gritando aquello de «¡que vieeenen las sueeecaas!». Estampa completa. Es un tipo como tantos millones de insulsos que no necesitan posar con un mini de leche de pantera, ni hacer chorradas con el pulgar y el meñique, ni poner más morritos aún que su pareja de vida virtual. Un tipo que nunca va a pedir a Rubi un hublot. Ni un cassio. Con dos fotos, Trigueros ha contribuido más a la batalla de las ideas que cualquier sesudo ‘think tank’. Filosofía, mensaje y guasa en dos secuencias para cancelar el niñatismo. Joaquín ha dejado de ser el más cachondo del lugar, se siente. Trigueros es más de los míos. Su hule, lo sé bien, es de un leroy.