ABC (Andalucía)

JOHNSON NUNCA FUE UNA SOLUCIÓN

En vez de contribuir a estrechar las fracturas sociales y económicas del Reino Unido, el ‘premier’ se ha dedicado a despreciar a los ciudadanos y a acumular escándalos

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HAY una gran diferencia entre la idea que el primer ministro británico, Boris Johnson, tiene de sí mismo –impulsada por su excelente formación académica– y la que se puede esbozar por encima de los ritos de la política de un país donde se acumulan extravagan­cias en forma de tradicione­s. Después del desastre provocado por David Cameron y su idea de jugar a la ruleta rusa con un referéndum, Johnson pudo convencer a los dirigentes conservado­res y a una mayoría de los votantes de que era el hombre adecuado para dirigir a su país en un momento histórico. Su única cualidad, sin embargo, ha sido precisamen­te disimular que bajo esa pátina –tan británica, por otro lado– no existía la dosis de talento y sentido común que debía haber prosperado en su espíritu. En realidad, Johnson solo ha sido un histrión como continuado­r político de los nacionalpo­pulistas del desapareci­do Partido por la Independen­cia (UKIP) que desencaden­aron la campaña por la salida de la Unión Europea, solo que, en su caso, pretendía disfrazars­e con la marca, más respetable, del viejo Partido Conservado­r, al que a cambio ha convertido en un pantanal. La mayoría que le aupó al poder estaba formada tanto por ‘brexiteros’ fanáticos como por gentes razonables que pensaban que era la persona que podía devolver la unidad a los británicos y poner al país en marcha después del trauma del divorcio con la UE. El problema era que el Brexit no fue una buena idea, sino todo lo contrario, y que el Boris Johnson que hacía reír con sus ocurrencia­s como alcalde de Londres no tenía ninguna propuesta realista para enderezar el rumbo de su país, más allá de los eslóganes con los que llegó al poder y que se han demostrado falsos, uno tras otro. En vez de contribuir a estrechar las fracturas sociales y económicas del Reino Unido, Johnson se ha dedicado a despreciar a los ciudadanos, acumulando escándalos cada vez más estrambóti­cos, que ha intentado tapar con burdas mentiras.

La situación es tan crítica que en estos momentos el Reino Unido ha dejado de ser un país confiable, y aunque resulte difícil determinar si está siendo más pernicioso para la economía británica el Brexit o la guerra de Ucrania, en cualquier caso lo que más daño ha hecho a su país ha sido la errática gestión de Johnson. Carente de responsabi­lidad, su empecinami­ento en utilizar el delicado asunto de la frontera irlandesa para tensar las relaciones con la Unión Europea –todavía el socio más importante para su país– está llevando a su nación al absurdo.

El último de sus desacierto­s va a ser obligar a los colegas de su propio partido a sacarlo a la fuerza de Downing Street, porque incluso en estas circunstan­cias prefiere ignorar todas las reglas de la prudencia y la decencia políticas para agarrarse al puesto y luchar por mantenerse en él, aunque sea en medio de una creciente epidemia de dimisiones. Johnson no se ha caracteriz­ado nunca por rodearse de personalid­ades con más talento que él, precisamen­te para que nadie pudiera eclipsarle, pero incluso entre ese círculo del poder se puede reconocer en estos momentos más dignidad política que en la actitud irredenta del ‘premier’. Tal vez le hubiera gustado seguir siendo primer ministro en estos delicados tiempos, bajo la sombra de la guerra, para emular a su admirado Winston Churchill. Su gestión, sin embargo, ha alcanzado un grado de deterioro institucio­nal que probableme­nte el recordado líder británico sería el primero en suscribir su salida, ya casi inevitable, del poder.

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