‘Vae victis’
La cuestión no es si Sánchez va a caer. Esa duda solo anida en su cabeza
SIEMPRE me ha fascinado la capacidad de los poderosos de percibir la realidad a su antojo. Por mal que vayan las cosas, ellos siempre se las apañan para mejorar la descripción del paisaje. Hay conexiones sinápticas en su cerebro que provocan espejismos. Y ecos profundos que les vuelven gilipollas. Nada hay más previsible que el alma humana de un necio. Por eso me atrevo a pronosticar que estamos perdidos. El dios de la guerra ha encabritado los malos humores de una crisis que nos aguarda, a la vuelta del verano, con las uñas afiladas.
El Gobierno minimiza la amenaza, porque la ve con otros ojos, y nos pide que confiemos en las medidas de protección que teje cada semana el Consejo de Ministros. Pero nada sucede como él augura. Ni los precios se moderan ni el crecimiento se ajusta a lo previsto. Cuando esta extraña pandemia de ‘carpe diem ‘que nos ha traído el final del Covid acabe de esquilmar la caja de resistencia de los ciudadanos, el consumo se desplomará, muchas empresas echarán el cierre y las cifras de desempleo nos devolverán a epas que creímos olvidadas.
Me consta que hay oteadores monclovitas que comparten el diagnóstico, pero todos optan por callar para salvar el pellejo. Llega un punto en que los poncios, de cualquier sigla y condición, se hartan de oír la verdad. A partir de ese momento sus mensajeros se convierten en agoreros y lo más profiláctico y benéfico para el interés general es rebanarles el cuello. El pesimismo no crea empleo y las malas noticias generan desconfianza. Cualquier agente que se sume a esa causa infame y perniciosa es reo de muerte.
Así se explica que todas las legislaturas de cambio de ciclo hayan acabado de la misma forma: el faraón encerrado en su pirámide, rodeado en la cámara mortuoria por los sirvientes que optaron por mantener la boca cerrada. El deceso faraónico que más estropicio causó a los suyos fue el de Zapatero. Proscribió la palabra crisis del vocabulario público y ordenó el calendario electoral para que los votantes le dieran la patada en el culo de sus barones. El resultado fue que el PSOE perdió todo el poder territorial que estaba en juego.
Sánchez lleva el mismo camino. Tampoco él quiere darle a la palabra crisis su verdadero significado y parece dispuesto a utilizar las elecciones de mayo como pararrayos de la tormenta que se le viene encima. Aunque las elecciones andaluzas le ratificaron por tercera vez que las malas compañías están provocando una tumultuosa estampida en su electorado, su primera reacción tras el fiasco sureño fue echarse en manos de Bildu para escribir la memoria histórica al gusto de ETA y ofrecerse a ERC para seguir hablando de independencia.
La cuestión no es si Sánchez va a caer. Esa duda solo anida en su cabeza. Lo que está por ver es cuándo cae, en qué condiciones deja el patio y cuál será el legado que le adjudique la historia. Pincho de tortilla y caña a que no se parecerá en nada al que él ambiciona.