ABC (Andalucía)

La caída de Boris

El primer ministro británico se ha convertido en un adicto al poder

- JOSÉ M. DE AREILZA

La pregunta ya no es si Boris resistirá como primer ministro, sino cómo caerá. Es posible que deba ser depuesto por un nuevo voto interno de los diputados conservado­res. El primer ministro se ha convertido en un adicto del poder, con nula capacidad de autocorrec­ción y de entender los cambios que tienen lugar alrededor suyo. En las últimas horas treinta miembros de la cúpula de su gobierno, entre ellos siete ministros, han dimitido. Les une una razón compartida, no pueden seguir ejerciendo sus cargos mientras esté al frente del ejecutivo alguien sin las cualidades necesarias para dirigirlo.

En el Reino Unido, a pesar del deterioro de la democracia causado por la oleada populista del Brexit, dentro de los partidos sigue habiendo pluralismo, libertad para opinar y cauces eficaces para censurar a sus líderes. Asimismo, en su cultura política mentir de forma reiterada al Parlamento y a los medios de comunicaci­ón no es una táctica aceptable. Boris ha sido el refundador del partido conservado­r, al que ha convertido en el partido nacionalis­ta inglés, un héroe aclamado por muchos votantes de la Gran Bretaña olvidada por un Londres pujante y cosmopolit­a. Pero en pocos años este folclórico periodista se ha convertido en un lastre y un bochorno para sus allegados. Su falta de interés por los contenidos de las políticas públicas y su tendencia a huir hacia delante cuando se le pide que responda de sus contradicc­iones, impide enderezar el rumbo de un país debilitado internacio­nalmente por su salida de la Unión Europea. Desde un punto de vista constituci­onal, el Reino Unido sufre tensiones territoria­les que antes gestionaba con éxito como Estado miembro de la UE. Ayer visitó Downing Street el tenebroso Michael Gove, un peso pesado tory, aliado y rival al mismo tiempo del primer ministro, para susurrarle la advertenci­a final de que debe marcharse. Es posible que en estas horas amargas Boris se acuerde de su visita al Museo del Prado la semana pasada y su contemplac­ión algo melancólic­a de la espléndida representa­ción de la belleza y del poder, siempre expuestas a la caducidad y al paso del tiempo.

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