Un purgatorio para libros chamuscados y desmembrados
La Universidad de Barcelona muestra con una exposición los daños más frecuentes de su fondo bibliográfico Agua, fuego, carcoma y censura son los grandes enemigos de manuscritos e incunables
Malheridos y devorados. Chamuscados. Pringados y embadurnados. Mordisqueados por roedores y habitados por diminutos ácaros para los que el papel y la tinta son más apetecibles que un menú con estrella Michelín. ¿Mojados? Sí, también mojados. Y, por supuesto, ahí ese redoble de tambor, tachados, rayados y censurados. Todo lo malo que le puede ocurrir a un libro, lo peor que le puede pasar a un fondo bibliográfico, al alcance de la vista –que no de la mano, no vaya a ser que el daño sea aún mayor– en la Universidad de Barcelona, institución que ha decidido exhibir y compartir las cicatrices de su fondo bibliográfico.
Un archivo patrimonial formado por un millar de incunables y más de 120.000 títulos impresos entre los siglos XVI y XVIII que, además de ejemplares excepcionales, atesora también un catálogo completo de atrocidades cometidas contra el papel impreso. Así, Carlos Ruiz Zafón tenía su Cementerio de Libros Olvidados, la UB cuenta hasta el 15 de julio con su propio purgatorio de volúmenes malheridos e incunables maltrechos. Un limbo de cicatrices y mordiscos que viene a confirmar que, a pesar de todo y de todos, el libro impreso es prácticamente indestructible.
Otra cosa es que el empeño por mutilarlo sea notable y constante. «Identificamos tres categorías de afectaciones: los malheridos por la acción de los animales, humedades o incendios; por el mal uso por parte de los lectores o de los bibliotecarios; y por el efecto de la censura eclesiástica que puede verse en numerosos volúmenes de la colección», detalla Neus Verger, responsable del CRAI Biblioteca Fons Antic de la universidad barcelonesa. De la suma de todas esas categorías nace la muestra ‘Malheridos. La huella del tiempo’, selección de manuscritos y libros antiquísimos de valor incalculable que, como insectos recién ensartados en el alfiler, se exhiben en vitrinas coronadas por nombres tan elocuentes como ‘Devorados’, ‘Chamuscados y mojados’,
‘Mutilados’, ‘Pintarrajeados’ y ‘Desmembrados’.
Purga literaria
Una completa galería de los horrores bibliográficos reconstruida a través de catorce obras sometidas a todo tipo de inclemencias. ¿Un ejemplo? Ahí están la primera edición de ‘Moscovia’, de Antonio Posevino, y la única copia conocida de una edición barcelonesa del siglo XVI de ‘The History of Lapland’, de Johannes Sheffer, completamente mutiladas. Peor aún: de sendos ejemplares se conserva la portada y poco más.
«Imaginamos que por falta de espacio y con la excusa de su mal estado de conservación, se decidió eliminar una gran cantidad de volúmenes de los que guardaron sólo las portadas –en ocasiones acompañadas de los preliminares– y las encuadernaciones. Hemos calculado que se tiraron unos 67.000 libros, lo que significa la mitad de nuestro fondo actual», lamenta Verger sobre una práctica al parecer bastante habitual durante los años 30 del siglo XX.
Solo esas portadas, ordenadas por tamaño y ciudad de impresión, ya ocupan casi 200 cajas, por lo que no cuesta demasiado imaginar a un bibliotecario poseído por espíritu de Marie Kondo y entregado con asombrosa manga ancha a la purga estalinista aduciendo que los condenados eran en realidad libros repetidos. Pero no, no lo eran. De muchos de ellos, lamentan ahora los responsables del fondo, sólo había un ejemplar. Y es que, al igual que los daños causados, también las dimensiones del fondo bibliográfico de la UB son dignos de admiración. Ahí están, sin ir más lejos, los 981 incunables con los que la UB se sitúa a la cabeza de las universidades con más libros salidos de la imprenta entre 1453 y 1500.
También cerca de 10.000 manuscritos y medio centenar de códices medievales que tendrán una exposición propia en los próximos meses. Buena parte del fondo de la biblioteca proviene de conventos desamortizados en 1836 y no faltan ejemplares salpicados y remojados por la historia: un buen ejemplo son todos los volúmenes que sobrevivieron a las llamas de las bullangas de 1835 pero que quedaron irremediablemente dañados por el agua que debía salvarlos.
Festín bibliófago
Uno de los puntos débiles de la colección, reconoce Verger, es la huella de insectos bibliófagos en los volúmenes. Como muestra, un libro de sermones portugués y un volumen de salmos hebreos que apenas se pueden abrir. Mucho menos, claro, leerlos o consultarlos. Y es que, después de que los insectos se den un buen festín a base de celulosa, poco se puede hacer por reanimar y salvar el ejemplar afectado. «El 85% de los libros que custodiamos
«El 85% de los libros que custodiamos están carcomidos. Es uno de los puntos débiles de nuestra colección», lamenta la UB
están carcomidos, no todos con la afectación que muestran las obras de la exposición, pero es algo que debemos afrontar. Es uno de los puntos débiles de nuestra colección», explica Verger. El paso de los libros por diferentes sedes –desde los conventos originarios hasta la actual ubicación–, las largas permanencias en sarrias y la falta de recursos en los orígenes de la biblioteca universitaria son, apunta la exposición, las principales razones que explican que parte del fondo sufra los efectos de la carcoma.
En el apartado dedicado a los libros censurados destaca la ‘Crónica de Núremberg’, un incunable de valor excepcional del que el fondo de la UB custodia cinco ejemplares, tres de ellos expurgados. El episodio más comúnmente censurado corresponde al retrato y texto sobre la Papisa Juana. Según la leyenda, una mujer vestida con indumentaria masculina llegó al pontificado hacia mediados del siglo IX, hasta que fue descubierta al ponerse de parto en medio de una procesión, lo que impulsó un nuevo procedimiento previo a la entronización de los papas consistente en un examen genital a través de una silla perforada.
La huella del hombre también está presente en las páginas recortadas del ‘Decreto de Gracia’ del siglo XV, anotaciones en los márgenes como las que hoy en día haría cualquier estudiante –solo que en 1509 y un tratado matemático de Euclides– y un reguero de tinta derramada en una gramática del siglo XVIII. Libros maltrechos que, a falta de clínicas y hospitales, se lamen las heridas en las baldas y vitrinas de la Universidad de Barcelona.