JOHNSON NO TENÍA OTRA SALIDA
El primer ministro británico, desahuciado por su propio partido, paga ahora de golpe los escándalos, su conflictiva imagen, su caótica gestión y el deterioro de las relaciones con la UE
L Aextraña renuncia en diferido de Boris Johnson como primer ministro británico deja en el aire la principal duda por resolver: cuándo será sustituido definitivamente sin aparentar que se aferra al cargo de modo artificial e innecesario, y por quién. Lo demás, a estas alturas de una gestión de gobierno conflictiva en lo político y escandalosa en lo personal, es lo de menos porque el daño ya está infligido. Y si se mantiene al frente del Ejecutivo hasta otoño, como parece ser su intención, la situación política puede enquistarse de forma peligrosa para la estabilidad institucional de ese país. Ayer, tras verse abocado a anunciar también su dimisión como responsable del Partido Conservador, que le ha dado la espalda de forma ya irreversible, nombró un nuevo gabinete. Era forzoso después de la cascada de dimisiones de ministros que ha precipitado su renuncia en las últimas horas, hartos de la deriva de su primer ministro. Pero eso es solo un parche para tratar de contener la vía de agua abierta con esta profunda crisis de credibilidad de su Ejecutivo y del Reino Unido en plena fase inflacionista.
Bruselas tiene motivos para respirar porque ya nadie en la UE sabía a qué atenerse con Johnson en Downing Street. Y cuanto más tarde en salir de la residencia oficial de primer ministro, antes empezará el Reino Unido a retomar una normalidad viciada desde hace dos años por el Brexit, por la reciente ruptura unilateral del protocolo con Irlanda, por las estrambóticas fiestas secretas celebradas durante la pandemia, y por un antieuropeísmo obsesivo que ha gestionado de forma errática para los intereses de los propios ciudadanos británicos.
Otra de las consecuencias de la decisión de Boris Johnson es la confusión abierta en su propio partido, que lleva meses desnortado y dividido entre apoyos y rechazos a Johnson. Ahora deberá improvisar la búsqueda de un nuevo líder, para el que hay en el horizonte varios candidatos. Pero no parece haber un liderazgo predeterminado, claro e indiscutible. El aprovechamiento que está haciendo el Partido Laborista de esta crisis es notorio, y ahí está su ascenso en los sondeos. Pero lo más grave para Johnson es que ha sido su propio partido quien lo ha desahuciado, como ocurrió ya antes con Margaret Thatcher o Theresa May. Pocos confiaban ya en él, en su política de improvisaciones, en sus cambios de criterio sorpresivos, y en la deriva de su propia imagen personal, vinculada siempre a un carácter imprevisible y ególatra. La situación era insostenible y no permitía más prórrogas virtuales.
Johnson ha deteriorado las relaciones del Reino Unido con la UE tras un Brexit que demostró un grave error de cálculo desde el principio. Muy alejado de la clásica flema británica, fue uno de los culpables de alentar la pésima idea de convocar un referéndum para que el Reino Unido saliese de la UE. Pero como primer ministro estaba llamado al menos a enderezar con más sentido común y lógica comercial las relaciones con Bruselas, convertidas desde hace tiempo en una guerra a cara descubierta con el resto de países. Johnson no ha sido inteligente. Ha agravado el problema. La ruptura con Irlanda ha sido su último servicio a un Gobierno sin criterio claro de la responsabilidad institucional, y el resultado añadido del caos es que Escocia haya anunciado otro referéndum independentista para 2023. También las políticas antimigratorias han afectado seriamente al mercado laboral de ese país. Ni siquiera el respiro que le ha permitido liderar las ayudas a Ucrania le han servido para salvar una mínima parte del crédito perdido. La incertidumbre para un país tan relevante a todos los efectos es nociva para toda Europa.