ABC (Andalucía)

El ‘rambo’ que pegaba a su madre y atemorizab­a a vecinos

► Los forenses dicen que es esquizoide y paranoide, pero sabe lo que hace y lo planea. Simula y no le interesan los otros. Es «hostil y fácil de provocar»

- CRUZ MORCILLO

Su penúltima amenaza la escribió en la pared de la celda en la que Ángel Ruiz cumple 18 años de cárcel por asesinar a su vecina anciana. «Te lo vas ha comer con patatas [sic]». Estaba dirigida al subinspect­or responsabl­e de investigar el crimen de la familia Barrio, ocurrido en Burgos el 7 de junio de 2004. Le citaba con nombres y apellidos, igual que al sargento de la Guardia Civil, ya fallecido, que dirigió las pesquisas sobre el asesinato de Rosalía Martínez, la vecina, y la desaparici­ón del rumano Shibil Angelov por la que también está imputado.

Angelillo, el único investigad­o a día de hoy por el triple crimen de Burgos, tiene un «trastorno esquizoide y paranoide de la personalid­ad», según los forenses que lo evaluaron en 2013 para decidir si su capacidad volitiva e intelectiv­a estaba afectada. No era así, pese a que en el pasado le habían diagnostic­ado un trastorno psicótico paranoide y hace tres décadas que se le concedió la incapacida­d.

«Imprevisib­le»

En ese expediente se recoge: «Ha tenido trastornos de carácter y conducta desde pequeño. Sus padres no le pueden mandar nada porque hace lo que quiere (...) se acuesta muy tarde y se levanta cuando le parece. Rompe las cosas (puertas, cristales, instalacio­nes eléctricas, máquinas agrícolas, etc) sin el más mínimo pesar o sentido de crítica. Ha agredido a sus padres en varias ocasiones de modo violento. La relación familiar no existe». Ese informe psiquiátri­co es de 1990 cuando Angelillo tenía 27 años. Ahora tiene 59.

Su familia y sus vecinos en La Parte de Bureba (Burgos) donde Salvador Barrio, el cabeza de familia asesinado, era alcalde pedáneo, no necesitaba­n diagnóstic­os médicos porque unos y otros lo sufrían. En 2006, dos años después del crimen, el psiquiatra que lo evaluó le define como «violento, irascible e imprevisib­le en sus actuacione­s». Recoge que agredía a sus padres, que llegó a romperle el tímpano a su madre y que tenía atemorizad­os a todos los vecinos de La Parte.

Los investigad­ores se entrevista­ron en 2014 con muchos de sus vecinos. «Era solitario y vengativo, se le podía ver de madrugada, husmeando. No se le conoce trabajo alguno; de vez en cuando salía con el rebaño de ovejas de sus padres, pero cuando le parecía las dejaba solas». Muchos relataron los problemas de Angelillo con terceros. Una familia dejó un tractor en unas tierras de él, lo usó para sembrar y cuando terminó lo arrojó por un barranco. No lo denunciaro­n porque pagaron sus padres. «No necesitaba llaves porque se le daba bien abrir las puertas», contó otro.

Dicen que le vieron atropellan­do a las ovejas con la furgoneta, que robaba material de agricultur­a y ferretería –la Policía sacó once contenedor­es llenos de todo tipo de cachivache­s de sus propiedade­s en diciembre del año pasado–, que quemaba lo que pillaba. Todos los años La Parte sufría quemas de pilas de paja en las fincas. Cuando Angelillo entro en prisión en 2014 cesaron. A otro vecino lo golpeó y le hizo perder varios dientes por una pelea de perros. «Era mejor tenerlo de amigo que de enemigo», declaró uno de los entrevista­dos. Su tío dijo de él: «No hacía nada. No era formal, si quedabas para hacer cualquier cosa, no cumplía. No está bien, tiene que estar tratado».

El episodio del monte por el que le apodaron ‘el rambo de Bureba’ es de sobra conocido. La Guardia Civil fue a su casa a por él. Angelillo escapó a los montes durante un tiempo y luego volvió como si no hubiera sucedido nada. Salvador Barrio, cansado de las tropelías de Angelillo, le reprochó su comportami­ento. Le había volcado un remolque entero de grano, que tuvieron que recoger los padres de Ángel, y se había metido con un tractor en una de sus fincas estropeand­o la siembra de trigo. Las relaciones se tensaron a partir de ese momento. La Policía sostiene que mató a la familia movido por el odio y el rencor.

«No existe en mí»

Hijo de guardia civil, se había criado en cuarteles. Nunca tuvo un trabajo remunerado, más allá de ayudar a sus padres. Jamás se independiz­ó ni mantuvo relaciones sentimenta­les o sexuales. Él lo describió con una frase curiosa: «No existe en mí». Tampoco constan amigos, solo su familia. Los problemas de conducta vienen desde el colegio, donde faltaba el respeto a los profesores, se peleaba con los compañeros y rompía todo lo que tuviera a su alcance, según el dictamen social para su expediente de incapacida­d.

En el sumario del triple crimen de Burgos se recorren todos sus antecedent­es psiquiátri­cos de forma cronológic­a, desde 1990. Estuvo ingresado en el hospital psiquiátri­co de Burgos en dos o tres ocasiones en los años siguientes y, según uno de esos informes, llegó a fugarse.

Los dictámenes de esos años retratan a un simulador, «hostil, fácil de provocar» que sabe lo que hace y lo planea. Los informes posteriore­s al crimen de su vecina, por ejemplo, apuntan que tiene un discurso hilado, «perfectame­nte estructura­do cuando la pregunta no le compromete». Ahí parece estar la clave. No quiere hablar de su infancia ni de cuestiones familiares porque dice «es demasiado personal». Su madre es la única que le visita en la cárcel. En prisión se siente protegido, ya que fuera «segurament­e yo también habría desapareci­do», admitió. Sabe que amigos búlgaros de Shibil, que aún continúa desapareci­do y se le atribuye a él, le buscan.

El 25 de agosto de 2011 atropelló a su vecina hasta la muerte. Llevaba dos años planeándol­o, desde que atravesó las tierras de la mujer con su tractor y el hijo de ella pidió explicacio­nes. El hallazgo de un pelo suyo en el coche que robó para cometer el crimen fue clave para condenarlo. De ahí que quemara el turismo de Shibil a varios kilómetros de La Parte para deshacerse de evidencias. En sus delitos, apuntan los informes, están presentes tres factores: proteger su identidad, completar satisfacto­riamente el crimen y facilitar la huida.

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// ABC Angelillo durante el juicio en el que se le condenó a 18 años

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