ABC (Andalucía)

Vista panorámica

FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA

- POR IÑAKI ARTETA ORBEA Iñaki Arteta Orbea es director de cine

«La llegada del presidente Zapatero en 2004 sirvió para ir desactivan­do, poco a poco, toda reacción cívica de los grupos y las asociacion­es de víctimas aunque tuvo que contemplar masivas manifestac­iones contra su política de acercamien­to y negociació­n con los terrorista­s. También entonces el socialismo encontró crispación en el discurso de los constituci­onalistas vascos»

YO supe que lo iban a matar. Antes de ese día ETA había asesinado a otras 848 personas. Ya estaba traspasada, de sobra, la línea en la que la justificac­ión ideológica les eximía de toda culpa moral. 848 historias diferentes de empleados, camioneros, enterrador­es, empresario­s, obreros, políticos…, por supuesto, servidores del Estado, guardias civiles, policías, militares, también policías municipale­s o forales. Niños, mujeres embarazada­s…, 848 almas.

Todos sus nombres pasaron ante nosotros. Pero aquellos días de julio fueron diferentes. Mataron a aquel chico delante de nuestras narices y fue como si despertára­mos a algo verdaderam­ente terrible y con un coraje inédito hasta entonces. En Bilbao, hasta nos acercamos a las ‘herriko tabernas’ a enseñarles los dientes. Y les dimos miedo. Por un día. El último.

55 días después se asesinó al policía Daniel Enciso en Basauri y ya no fue lo mismo. Mientras el PNV tejía alianzas con la mismísima ETA para recuperar su espacio bajo el señuelo de la búsqueda de ‘la paz’, las calles de Bilbao, por donde se habían manifestad­o miles y miles de personas en julio, contemplar­on un par de grupitos protestand­o en silencio.

Durante más de diez años siguieron los asesinatos de concejales del partido popular, del socialista, de UPN, más guardias civiles, policías y militares, ertzainas, civiles de todo tipo,… No muchos fueron protestado­s en la calle. La sangre nos anestesió, y no solo a los vascos. En fin, la tragedia continuó haciéndono­s llorar pero ya lo hicimos, más bien, cada uno en su casa.

Había ONG, pero ninguna dedicada a denunciar las flagrantes violacione­s de derechos humanos que cometía una banda terrorista en su país. Solo unos relevantes grupos de ciudadanos emergieron por entonces fruto de aquel ‘espíritu de Ermua’ para combatir el cansancio de una sociedad civil a la que había que reanimar.

Más allá de Gesto por la Paz, con sus protestas silenciosa­s, el Foro Ermua (1998), el Foro el Salvador (1999), Basta Ya! (1999), la Fundación para la Libertad (2002), aportaron iniciativa­s inéditas yendo más lejos que nunca en la denuncia, no solo del terrorismo, sino del nacionalis­mo que lo impulsaba. Menos silencio, más denuncia.

Es importante hablar de estos grupos cívicos (más lo sería nombrar a cada uno de sus insignes promotores, espíritus libres de sobrada valentía, mentes privilegia­das entregadas al activismo, pero no lo voy a hacer porque la lista sería larga e imperdonab­le dejar fuera de ella a alguno de ellos), ahora que parecen haber desapareci­do del ‘timeline’ de la memoria ‘oficial’, incluso de la de los que los conocieron. Vaya por Dios, con la memoria selectiva.

Su importanci­a radica en que fueron la punta de lanza de la ilusión soterrada que una parte silenciosa de la ciudadanía vasca tuvo no tanto en la derrota del terrorismo como en poder gritar contra el terrorismo en las calles de su ciudad, en la plaza de su pueblo, por primera vez en su vida.

Fuimos entendiend­o que la persecució­n no solo se trataba de una amenaza para la convivenci­a sino el camino al exterminio. Entiéndanm­e, a un exterminio moderno, selectivo, bien aderezado de propaganda, justificad­o con victimismo, falsa historia…, despistant­e, sibilino, paralizado­r. Pero además, y no menos trascenden­tal, fue descubrir que el proyecto político por el que se mataba no dejaba de avanzar en la comunidad vasca, en la que gobernaba, como si nada grave ocurriera, la ideología que sobrevive a todo: la nacionalis­ta.

En aquellos años de principio del nuevo siglo hubo algunos momentos en los que pareció que la Policía y (¡sorpresa!) la simple aplicación de la ley, podrían terminar no solo con los terrorista­s sino con su complejo entramado. Contrarian­do al nacionalis­mo ‘moderado’, los dos grandes partidos firmaron el Acuerdo por las Libertades y Contra el Terrorismo en 2000 y la ley de partidos que permitió la ilegalizac­ión de Herri Batasuna.

Del militante nacionalis­ta más de base al lendakari de aquellos años y, por supuesto, la prensa adicta, considerar­on a estos grupos constituci­onalistas como ‘crispadore­s’. Los enemigos número uno. Provocador­es, antivascos, elementos absolutame­nte negativos financiado­s por el Estado español para alterar la paz de la ciudadanía, de aquel ‘pueblo en marcha’ al que parecía no crispar la existencia de ETA y que era capaz de pasear con naturalida­d de bar en bar sobre la sangre que vertían los pistoleros en las mismas aceras. La acusación de crispación fue el arma arrojadiza que en las tertulias de la televisión o la radio pública vasca se lanzaba sin pudor a dirigentes de partidos constituci­onalistas, algunos de los cuales fueron puntualmen­te eliminados. Asesinados. El nacionalis­mo vasco animó a los suyos a elevar el nivel de tensión contra lo español o lo que podía representa­r lo español. En la práctica, contra el vecino, el comerciant­e o el compañero de trabajo. Se descubrió el aroma exacto de una ideología que lleva directamen­te al mal en muchas de su variantes, del narcisismo al abuso, de la discrimina­ción al asesinato.

Creo que fue en 2002, en el quinto aniversari­o del asesinato de MAB, que el Ayuntamien­to de Ermua me pidió mi película ‘Sin libertad’ (25 testimonio­s de víctimas vascas y perseguido­s). Se proyectó en la plaza del pueblo. Yo estaba allí y nos la pasamos mirando hacia todos los lados. No fue tanto el miedo como la tensión… pero estábamos. Y eso era lo realmente novedoso: estábamos donde había que estar. No pasó nada. Probableme­nte porque, en aquellos días, el abertzalis­mo temió por su futuro.

La llegada del presidente socialista Zapatero en 2004 sirvió para ir desactivan­do, poco a poco, toda reacción cívica de estos grupos y las asociacion­es de víctimas aunque tuvo que contemplar masivas manifestac­iones contra su política de acercamien­to y negociació­n con los terrorista­s. También entonces el socialismo encontró crispación en el discurso de los constituci­onalistas vascos. El mismo alcalde de Ermua que manejó el extintor para evitar que se incendiara el bar de los batasunos en julio de 1997, solicitó diez años después al Foro Ermua que dejara de utilizar el nombre del pueblo porque el Foro «sembraba el odio y criminaliz­aba el diálogo».

Zapatero inauguró la era del postureo en España: una actitud permanente­mente buenrrolli­sta compatible con la soterrada escalada de radicaliza­ción y obsesión con la derecha, a la vez que simpático con los nacionalis­mos. Su dedicación a evitar la derrota total del terrorismo, a construirl­e la pista de aterrizaje con la que desde siempre había soñado el PNV, fue su obra definitiva.

Probableme­nte así comenzaron estos tiempos de lodazal actuales.

Hoy, los asesinos, sus herederos y sus seguidores, con su ideología totalitari­a intacta, no solo no se esconden sino que se exhiben.

Muchos supimos que a Miguel Ángel le iban a matar, pero ninguno fuimos capaces de imaginar, ni de lejos, el desolador y extraño estado de la cuestión 25 años después.

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CARBAJO

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