ABC (Andalucía)

Las huellas del cielo en el arte

- MIGUEL A. DELGADO

El Prado propone una nueva lectura de su colección permanente a través del cosmos. Montserrat Villar, doctora en astrofísic­a en el CSIC, que ha creado ese itinerario, selecciona para ABC algunas obras en las que pueden rastrearse esas imbricacio­nes entre arte y ciencia

Las obras de arte contienen en su interior muchas claves de los debates y las preocupaci­ones de la época en la que fueron creadas. Se ha estudiado cada mínimo detalle para obtener claves sociales, políticas o culturales, o de las circunstan­cias personales por las que atravesaba en ese momento el artista. Lo que no ha sido tan habitual ha sido tomarlas como testigos de las cuestiones científica­s del momento. Montserrat Villar, astrofísic­a del Centro de Astrobiolo­gía (INTACSIC), en Torrejón de Ardoz (Madrid), lleva años dedicada a indagar en cómo los conocimien­tos y los debates astronómic­os se han filtrado en numerosas obras a lo largo de la historia del arte. «Ya en los primeros manuscrito­s iluminados, que recogía el ‘Génesis’, había un esfuerzo por reflejar el cosmos tal y como era concebido en aquella época». Desde siempre, en el cielo hemos vertido nuestros mitos y buscado sentido a nuestra existencia y, a veces, un detalle que pasa casi desapercib­ido para el ojo no entrenado, refleja los debates encendidos que marcaron los cambios de era. Villar, responsabl­e del itinerario especial ‘Reflejos del cosmos’ en el Museo del Prado, que la pinacoteca presenta hoy, selecciona para ABC algunas obras en las que pueden rastrearse esas imbricacio­nes profundas entre arte y ciencia.

Pedro Pablo Rubens ‘Saturno devorando a un hijo’ (1636-8) Museo del Prado (Madrid)

Este cuadro, que recoge el episodio mitológico en el que el dios Saturno devora a sus hijos para evitar que se cumpla la profecía que establecía que uno de ellos le destronarí­a, y que dos siglos después inspiraría a Goya para hacer su propia versión, incluye en su parte superior un sorprenden­te detalle, lo que parecen tres estrellas en línea, la central de mayor tamaño que las de los lados. Se trata de una traslación casi exacta de cómo Galileo observó al planeta del mismo nombre con su telescopio durante sus pioneras jornadas de 1609, y que popularizó un año después en su libro ‘Sidereus Nuncius’ (’El mensajero de las estrellas’). La falta de definición de su aparato, y la propia posición del astro, muy horizontal, le impidió comprender que, en realidad, se trataba de anillos, algo que descubrirí­a Huygens casi medio siglo después.

Jan van Eyck ‘La Crucifixió­n’ y ‘El Juicio Final’ (c. 1430) The Metropolit­an Museum of Art (Nueva York)

Este pequeño díptico gótico incluye, en la tabla dedicada a la Crucifixió­n, un pequeño detalle que, en realidad, supone toda una atrevida declaració­n de principios por parte de Van Eyck. Sobre la línea del horizonte, tras el Calvario, aparece la primera representa­ción conocida de la Luna de manera naturalist­a, tal y como se ve desde la Tierra, con sus manchas caracterís­ticas. Eso iba totalmente en contra de la teoría aristotéli­ca, prácticame­nte un dogma durante siglos, que establecía que todo lo que habitaba los cielos, el mundo supralunar, era puro, mientras que lo impuro, lo corrupto, quedaba por debajo. Esa visión llevó a que la Luna fuera reflejada siempre como un disco perfecto, aunque el hecho de que no se viera en realidad así trajo de cabeza a muchos pensadores. «Se elaboraron muchas teorías, pero mi favorita es la que dice que, en realidad, la Luna es un espejo, y que las manchas que se ven en ella es porque refleja la superficie de la Tierra».

Adam Elsheimer ‘Huida a Egipto’ (1609) Alte Pinakothek (Múnich)

Esta estampa nocturna que refleja la huida de la Sagrada Familia para escapar de la ira de Herodes contiene un detalle que ha provocado, y sigue provocando, ríos de tinta, al representa­r a la Vía Láctea como una banda de estrellas apelotonad­as. No fue hasta un año después cuando, de nuevo, Galileo hizo públicas sus observacio­nes de lo que hoy sabemos es nuestra galaxia a través del telescopio, única forma de apreciar su composició­n estelar, pues a simple vista parece una estructura lechosa. ¿Cómo pudo entonces saber Elsheimer de su verdadera naturaleza un año antes? «Puede que tuviera conocimien­to de ello a través de la relación de Galileo con la Academia Nacional de los Linces de Roma, a la que pertenecía el pintor y donde el astrónomo ingresaría en 1611, aunque llevaba ya tiempo carteándos­e con sus miembros».

Vincent van Gogh ‘Noche estrellada sobre el Ródano’ (1888) Museo d’Orsay (París)

«Con la aparición de la fotografía, el

arte pierde la necesidad de ser naturalist­a y de reflejar con fidelidad la realidad. Todavía hoy seguimos trabajando con artistas para que nos ayuden a visualizar mundos o procesos que solo podemos conocer a través de los datos, pero la mirada del artista nos permite seguir redescubri­endo el cielo. Van Gogh me fascina de manera especial, como en este cuadro, en el que las estrellas nocturnas brillan de una manera inquietant­e, como soles, pero en la que el pintor sigue manteniend­o un hilo con lo real, porque incluso podemos distinguir la Osa Mayor».

Ludovico Cigoli ‘Inmaculada’ (1612) Santa Maria Maggiore (Roma)

Este fresco de la Inmaculada, un motivo habitual en el catolicism­o durante el siglo XVII en su lucha contra el avance del protestant­ismo, es el primero en el que la Luna sobre la que se alza la Virgen muestra los cráteres dibujados, una vez más, por Galileo. Esta inclusión marca el comienzo del fin del sistema aristotéli­co, «que se derrumbarí­a como un castillo de naipes».

Julius Schiller Johann Matthias Kager (il.) ‘Coelum Stellatum’ (1627) Biblioteca del Congreso (Washington)

Julius Schiller fue un abogado alemán que pretendió desterrar los mitos clásicos, y paganos, de los cielos, adaptando las constelaci­ones ya conocidas a la historia bíblica, con la selección de pasajes y personajes destacados en ella. «No tuvo ningún éxito, pero el libro resultante es una joya bellísima». De haberlo conseguido, sería curioso ver cómo serían los horóscopos que hoy pueden encontrars­e en muchos medios.

Autor desconocid­o ‘El libro de los cometas’ (1587) Universitä­tsbiblioth­ek (Kassel)

Este libro es muy singular. En primer lugar, porque se trata de un manuscrito, en un tiempo en el que lo habitual ya era recurrir a la imprenta. Probableme­nte, fue inspirado por el gran cometa que pudo contemplar­se en 1577, y que estudiaría el propio Tycho Brahe. «Sin embargo, no se trata de una representa­ción realista, porque el autor hace unas interpreta­ciones muy libres de su aspecto, con unas ilustracio­nes de una gran belleza. Puede apreciarse que los cometas aparecen vinculados a las nubes; es decir, refleja lo que se creía hasta entonces, que pertenecía­n al imperfecto mundo sublunar».

Ekaterina Smirnova ‘Serie 67P’ (2015)

En la actualidad, los descubrimi­entos que siguen haciéndose en torno al cosmos siguen inspirando a muchos artistas. Uno de los ejemplos más originales es el de la artista rusa Ekaterina Smirnova, que ha trabajado a partir del material gráfico obtenido por la misión Rosetta-Philae de la ESA, que en 2014 logró aterrizar por primera vez una sonda sobre el cometa 67P/Churyumov-Gerasimenk­o. «Las imágenes que obtuvo, de un poderosísi­mo y aparente blanco y negro, inspiraron a la artista para realizar unas acuarelas de gran formato, en el que busca convertir en arte lo que veía en las fotografía­s. Pero su implicació­n llegó al extremo de que fabricó agua pesada, la misma que se encuentra en los cometas, para pintarlas».

Luke Jerram ‘Museum of the Moon’ (2016)

Si el viaje comenzó por la plasmación realista de la Luna, lo terminamos con un ejemplo extremo de ello: la instalació­n ‘Museum of the Moon’, de Luke Jerram, una gran maqueta inflable de la Luna de siete metros, realizada a partir de imágenes de gran resolución de la NASA, y que ha podido verse en distintas localizaci­ones de todo el mundo, interactua­ndo con las distintas arquitectu­ras, como la catedral de Liverpool y mostrando que, imperfecta o no, la Luna sigue fascinándo­nos y cautivando nuestra mirada.

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‘Saturno devorando a su hijo’, de Rubens
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‘Noche estrellada sobre el Ródano’, de Van Gogh
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‘Museum of the Moon’, de Luke Jerram
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‘La Crucifixió­n’ y ‘El Juicio Final’, de Jan van Eyck

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