Feliz regreso de Rafaelillo
∑El torero murciano sale a hombros con Manuel Escribano, Leo Valadez y el mayoral de La Palmosilla, que lidia una gran corrida.
En 2019, debutaron en Pamplona los toros de La Palmosilla, de Tarifa, encaste Domecq, con algo de Osborne. Corrieron un encierro rapidísimo (poco más de 2 minutos) y, por la tarde, dieron muy buen juego. Uno de ellos, Tinajón, ganó el premio Carriquiri al mejor toro de la feria. Es justo que repitan este año. Desde que llegaron a los corrales del Gas, han atraído a los aficionados por su preciosa estampa. Son toros bien hechos, armónicos, de capas variadas: negro, colorado, burraco… A pesar de la aglomeración del domingo, el encierro ha sido el más rápido, hasta ahora (2’29), y limpio, sin cornadas.
Por la tarde, los toros de La Palmosilla dan un juego excelente: bravos, prontos, con movilidad y nobleza. Esta ganadería es, de nuevo, firme candidata a premios. Rafaelillo corta tres orejas; Manuel Escribano, dos, igual que Leo Valadez. Los tres salen a hombros, con el mayoral.
Emociona la vuelta de Rafaelillo al coso de Pamplona, donde pudo perder la vida: el 14 de julio de 2019, arriesgó con exceso al iniciar de rodillas la faena a un Miura, pegado a tablas; de un cabezazo, el animal lo lanzó contra la barrera, causándole múltiples fracturas y un neumotórax que ocupaba la mitad de la caja torácica izquierda. (Así son estos ‘pobres animalitos’ de los que se apiadan algunos antitaurinos). Once días después, al salir de la clínica, declaró: «Sentí que todo se acababa y que el toro me había reventado. Pedí que llamaran a mi esposa e hija, para despedirme…»
Ha tardado en recuperarse pero lo ha logrado. Merecía que lo hubieran recibido con una ovación pero las peñas están a lo suyo. Después de dos largas, brinda el primero al doctor Hidalgo, con su equipo («le debo la vida», dice) y repite la suerte en que sufrió la cornada: de rodillas, junto a tablas. El toro se mueve, transmite emoción; lo aprovecha con un trasteo variado, animoso, sabiendo bien lo que hace. Tras el desplante, cogiéndole el pitón, buena estocada: dos orejas.
El cuarto embiste con menos alegría pero Rafaelillo le da la lidia adecuada y va a más. Cuando parece que el diestro está muy a gusto, lo voltea, sufre varios derrotes, no se sabe si está herido. Sin chaquetilla, cojeando un poco (ha recibido un golpe en la zona lumbar) todavía le saca buenos derechazos. De nuevo se muestra muy seguro con la espada: una nueva oreja.
También ha sufrido graves percances Manuel Escribano, otro especialista en corridas duras. En la pasada
Feria de Abril, culminó dignamente la hazaña de matar seis Miuras (lo que va a hacer en esta feria Antonio Ferrera). Recibe a portagayola, como suele, al segundo, que galopa con alegría. Comparte con Valadez un vistoso tercio de banderillas. El toro no es Remilgado sino pronto, bravo y noble: le permite lucirse en una faena larga y variada, rematada con manoletinas y una gran estocada, volcándose de verdad: dos orejas.
A portagayola
Acude también a portagayola en el quinto, acapachado de pitones, que humilla mucho, en las suaves verónicas. Se luce Manuel al banderillear con facultades y conocimiento. Cita de lejos al muy bravo y noble toro, encadena tres muletazos cambiados; luego, disfruta bajándole mucho la mano en derechazos templados y mandones. ¡Qué noble toro, este Pueblerino! Esta vez pincha, antes de la estocada, y no le dan la oreja a la faena más artística de la tarde: una nueva decisión incomprensible.
Junto a dos diestros tan experimentados, el mexicano Leo Valadez es casi un novato: acaba de confirmar su alternativa en San Isidro. El tercero, algo suelto, galopa y humilla mucho. Quita por zapopinas, banderillea sin fortuna. (Escribano le hace un gran quite). Comienza con un molinete de rodillas, el toro se come la muleta. El trasteo es voluntarioso, desigual, vistoso, sin el mando deseable, con más recursos que toreo fundamental. Mata con decisión: dos muy generosas orejas, que pasea enarbolando una bandera mexicana. En el sexto, un bonito burraco, tampoco acierta con las banderillas, salvo en el par al violín. En la larga faena hay de todo, incluidos enganchones y muletazos mirando al tendido. Tarda en matar.
Para las estadísticas, se han cortado nada menos que siete orejas. Prefiero olvidarme del dato, sin ser agua
fiestas: en esta feria, la concesión de trofeos me parece una lotería incomprensible. Me quedo con lo importante de verdad: una gran corrida de La Palmosilla, una excelente tarde de Manuel Escribano y la alegría de ver a Rafaelillo plenamente recuperado, en su feliz regreso a la plaza donde sufrió su terrible percance.
Posdata. Una vez más, insisto en cantar uno de los ritos más extraordinarios de San Fermín, el encierrillo. El gran público que ve los toros del encierro en el corral de Santo Domingo supone que los llevaron allí en camiones. La realidad es muy distinta: estaban ya en los corrales del Gas, a las afueras de la ciudad. La noche anterior, a las once, los pastores hacen sonar su cuerno, igual que se hacía en la Edad Media (nada de móviles ni zarandajas modernas), para conducirlos al punto de partida del encierro. Todo sucede a la luz de la luna y en respetuoso silencio, sólo interrumpido por el resonar de las pezuñas de las reses, al galopar: un espectáculo fascinante, una de las joyas que singularizan esta fiesta única.
A Escribano no le dan el trofeo después de hacer la faena más artística de la tarde. Incomprensible