El ejército de fantasmas que casi provoca la debacle de los Aliados en la IIGM
▶ En 1944, un grupo de alemanes se internó tras las líneas enemigas en las Ardenas
Pésimo agente secreto sería si sus planes llegaron a los periódicos poco después de la caída del nazismo. El viernes 18 de mayo de 1945, con Adolf Hitler calcinado y la bandera soviética ondeando sobre el Reichstag, ABC publicó un comunicado enviado por el VII Ejército de los Estados Unidos. Escueto, el artículo relataba la captura de Otto Skorzeny, al frente de las unidades de operaciones especiales del Tercer Reich; un gigantón de 1,92 metros y su mejilla izquierda surcada por una inmensa cicatriz que había participado en algunas de las misiones más renombradas de la Segunda Guerra Mundial.
En el segundo párrafo, tras desvelar los pormenores de la caza, el artículo relataba la que había sido su misión más desastrosa: «Se le acusa de haber sido jefe de un campo de especialistas del espionaje y del sabotaje y, en particular, de haber adiestrado a un grupo que debía dar muerte, en ocasión de la irrupción alemana en las Ardenas durante el pasado invierno, a los miembros del Alto Mando Aliado».
Skorzeny insistió en que aquello era mentira. Y en parte, llevaba razón. Más bien se le ordenó entrenar a un contingente que se internara en la retaguardia aliada disfrazado del enemigo durante la batalla de las Ardenas, la última gran ofensiva de Hitler. Su objetivo: notificar a los defensores movimientos falsos de las tropas del Tercer Reich, modificar los carteles informativos que había en las carreteras y, en general, provocar el caos durante la previsible retirada que se iba a suceder ante el avance de la apisonadora blindada.
En principio, el alto mando de la ‘Wehrmacht’ le prometió contar con decenas y decenas de vehículos norteamericanos y hombres duchos en el idioma de Shakespeare. Pero, una vez más, la realidad venció a Hitler. Apenas llegaron unos pocos jeeps y algún que otro tanque Sherman. Aunque lo peor fueron los miembros de este nuevo ejército. De los tres mil combatientes que se presentaron voluntarios, tan solo un centenar sabía hablar inglés con fluidez.
A todos se les ordenó portar el uniforme alemán bajo el equivalente norteamericano. Y es que, las reglas de la guerra decían que, todo aquel que fuese atrapado disfrazado del enemigo, sería fusilado por traidor. La idea era que, en el caso de ser descubiertos, se desvistieran para evitar un tiro en la nuca.
En su favor habría que decir que no eran los primeros en engañar al contrario, pues ya habían hecho lo propio los ingleses en 1942 al valerse de los ropajes del ‘Afrika Korps’ para conquistar varias posiciones cercanas a Tobruk.
El 16 de diciembre de 1944, tras meses de preparación, empezó la llamada operación Greif. Y lo cierto es que con relativo éxito para los precarios medios con los que contaban. «Siguiendo el plan, se dedicaron a cambiar carteles indicadores, a señalar direcciones equivocadas a los convoyes, a difundir órdenes falsas o a cortar líneas de comunicación», explica el historiador Jesús Hernández a ABC. Con todo, no les sirvió de nada y se vieron obligados a retirarse cuando llegó enero.