ABC (Andalucía)

Muerte y vida

Txapote y Amaia engendraro­n dos vidas tras asesinar a decenas de inocentes; me pregunto qué pensarán esos dos jóvenes de sus propios padres

- IGNACIO MORENO BUSTAMANTE

TAL día como hoy es complicado mantener la cabeza fría para escribir. Salen las tripas. Brotan los recuerdos. Afloran las lágrimas. Tal día como hoy, que revivimos la pesadilla de hace cinco lustros como si fuera ayer. Tal día como hoy, que a las cuatro de la tarde se cumplen exactament­e 25 años del fin del plazo dado por ETA para que el Gobierno de Aznar acercara a todos sus presos al País Vasco. No se hizo, porque hubo un tiempo en el que todos estábamos de acuerdo en que no se cedía a los chantajes. En el que todos, independie­ntemente de afinidades políticas, teníamos claro que no se negociaba con asesinos. Ni con su entorno. Y como entonces el Gobierno de España aún tenía dignidad, los terrorista­s dieron la orden de ejecutar. Y Txapote descerrajó dos tiros en la cabeza a Miguel Ángel en un monte perdido del País Vasco, mientras Oker le sujetaba y Amaia vigilaba. Este dramático episodio de nuestra historia reciente, inconcecib­le para cualquier persona de bien, ha sido ya relatado una y mil veces. Y además usted lo vivió en primera persona. No abundaré pues, en ello, por respeto a todos aquellos excelentes periodista­s que lo han hecho, que lo hicieron en aquel entonces, con una valentía encomiable. Dos décadas y media han pasado de aquello y hoy lo rememoramo­s para no olvidar. Y para que ese 60% de jóvenes españoles que no saben quién fue Miguel Ángel Blanco Garrido y lo que supuso su muerte, lo aprendan.

En estos 25 años que llevamos sin él, la vida ha seguido para todos nosotros. Incluidos sus asesinos. No en el caso de Oker, quien dos años después de tan vil tropelía decidió pegarse un tiro en su propia cabeza. Abur. Pero sí en el de Txapote y Amaia. Ambos cumplen condena juntos en la cárcel de Torrecera por obra y gracia de Pedro Sánchez y Fernando Grande-Marlaska, que a su vez son presidente y ministro de Interior por obra y gracia de los amigos de estos asesinos. De Txapote. De Amaia. Que forman, con total seguridad, la pareja sentimenta­l más sanguinari­a de la historia de España. Al menos de la historia reciente. Entre los dos han segado decenas de vidas. Unas de forma directa. Otras mediante participac­ión activa. Además del de Miguel Ángel Blanco, les sonarán nombres como Gregorio Ordóñez, Fernando Mújica, José Luis Caso, José Ignacio Iruretagoy­ena... y otros muchos que nunca se pudieron demostrar. Muerte, es lo que más han generado estos dos asesinos. Pero también vida. Durante su estancia en prisión ambos engendraro­n dos hijos: una chica que hoy tiene 15 años, y un chico de 20 –no muchos menos de los 29 que tenía el concejal del PP cuando su padre le asesinó–. Me pregunto cómo será la vida que llevan ambos. Qué pensarán de sus propios padres. Y no puedo evitar sentir pena por dos seres inocentes que vinieron al mundo fruto de la unión de dos monstruos. Ojalá les vaya bien, aunque lo tienen realmente difícil.

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