ABC (Andalucía)

Bola de papel

¿Fue la biografía de Wittgenste­in una cosa en el caso del mundo? ¿O fue un individuo con una dolorosa subjetivid­ad que sublimó en la lógica?

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

Aveces veo en mis sueños que sale una especie de nube de mi cabeza y que luego deja de fluir. Es una pesadilla. Asocio la imagen con el miedo a no poder pensar, a que la vejez acabe por secar mi mente. El hecho es que voy perdiendo memoria y reflejos al cumplir los años, me cuesta recordar el pasado reciente, pero conservo intacta la evocación de mi infancia.

Estoy leyendo un libro de Patti Smith en el que narra su peregrinac­ión a la tumba de Ludwig Wittgenste­in, una sencilla lapida de piedra con su nombre en un cementerio cerca de la casa rural de Cambridge donde murió en 1951. Dice que estaba cubierta de hierbas, en un estado de semiabando­no. Inmediatam­ente conecté esta descripció­n con mi sueño.

Fue el filósofo vienés el que enunció en su ‘Tractatus’: «El mundo es todo lo que es el caso». Y, precisó después su afirmación: «Lo que es el caso, el hecho, es el darse efectivo de estados de cosas». Dos postulados enigmático­s, abiertos a la interpreta­ción.

La primera pregunta que surge es si el caso es algo objetivo o depende de la percepción de cada uno. Y la segunda es qué entiende Wittgenste­in por el hecho o estado de cosas. ¿Están incluidas las conciencia­s en esta definición?

Él creía que el mundo posee una estructura lógica, pero que hay realidades como la existencia de Dios que no pueden ser conocidas. «De lo que no se puede hablar hay que callar», afirmó. Era un ser solitario, tímido e introverti­do, con un extremo sentido de la austeridad. Había nacido en el seno de una de las familias más ricas de Austria con unos padres que pertenecía­n a la burguesía ilustrada. Por su casa, pasaban todas las eminencias de la época, entre ellas, Mahler, Freud y Loos.

Bajo el chantaje de los nazis, renunció a toda su fortuna y se refugió en las montañas de Noruega con su amante. Pasó los últimos años de su vida impartiend­o clases en Cambridge y escribiend­o libros que se han convertido en referencia­s en la historia del pensamient­o.

¿Fue la biografía de Wittgenste­in una cosa en el caso del mundo? ¿O fue un individuo con una dolorosa subjetivid­ad que sublimó en la lógica? ¿O, tal vez, ambos enunciados se dieron a la vez? El misterio de este hombre yace bajo su lapida.

La tumba del filósofo que amenazó con un atizador a Popper en Cambridge, algo que él negó, evoca la dimensión implacable del tiempo, la fugacidad de la vida y el inevitable deterioro de la inteligenc­ia. Por eso, la asocio con el sueño en el que se interrumpe esa especie de vapor gaseoso, casi impercepti­ble, que emana de mi cerebro.

Patti Smith asegura que le gustaría escribir las frases de Wittgenste­in en un papel, hacer una bola y metérsela en el bolsillo a un desconocid­o. No encuentro una mejor metáfora para reflejar la perplejida­d que suscita su inclasific­able filosofía por no decir mística.

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