Uno de los nuestros
Ocurrió en el primero de los dos conciertos de despedida que Joan Manuel Serrat ofreció en Valencia. Al acceder a su localidad en la plaza de toros, Mónica Oltra –que acababa de dimitir como vicepresidenta de la Generalitat– fue aplaudida por algunos de los espectadores que aguardaban el inicio del espectáculo. No fue ni mucho menos una ovación multitudinaria pero tampoco fueron cuatro gatos preparados al efecto como para hacernos pensar en una acción coordinada por el aparato de propaganda de su partido, Compromís, a ver si se producía un efecto ‘enganche’ y todo el público se sumaba al homenaje. Ni fue un hecho aislado. Desde su lacrimógena despedida, la líder de las camisetas recibió el apoyo, la comprensión y el cariño no sólo de su entorno más próximo sino de todo el universo ideológico de la izquierda radical y del nacionalismo independentista, desde Pablo Iglesias a Gabriel Rufián. En las redes sociales –el hábitat en el que mejor se desenvuelven los populismos– prácticamente todos los cargos públicos de la formación, sus militantes y numerosos seguidores habían multiplicado sus esfuerzos por resaltar la inocencia de quien era presentada como una mártir de la causa, una víctima de una conspiración, una heroína que caía por haberse atrevido a enfrentarse a los poderosos.
¿Cómo es posible que quienes han clamado contra la violencia machista y el modelo heteropatriarcal salgan ahora en defensa incondicional no de la menor tutelada que sufrió los abusos del entonces marido de la vicepresidenta y consellera sino de quien estaba al mando de la consejería que debió proteger a la niña? Es posible porque en estos casos se activa automáticamente el mecanismo que obliga a responder como si se tratara de un ataque propio cuando se toca (nunca peor dicho) a uno de los nuestros. De los suyos. En estas ocasiones se da por sentado que las acusaciones son falsas, que todo es un montaje, que ella, Oltra, no puede haber hecho algo así, que la menor abusada se lo habrá inventado. Funciona el ‘hermana, yo sí te creo’, sólo que la hermana no es la chica sino la vicepresidenta de la Generalitat.
El motivo por el que este mecanismo actúa así no es exclusivamente ideológico. La izquierda cierra filas desde su pretendida superioridad moral porque lo contrario sería tanto como reconocer que durante años se cobijaron bajo un paraguas radiactivo, un personaje que con tal de proteger su entorno familiar es capaz de cualquier cosa. Presuntamente. Pero además de las razones intelectuales hay otras más prácticas, puramente económicas. Y es que a muchos les va la vida en ellos. A todos los que gracias a ella han alcanzado un estatus impensable hace pocos años y totalmente incompatible con su escasa preparación académica y nula experiencia laboral. Asesores, jefes de gabinete, de prensa o de protocolo, gerentes de empresas públicas y demás altos cargos que viven, y cobran, de una Administración valenciana conquistada gracias a las campañas lideradas por Oltra contra una corrupción del PP que resultó ser cierta en unos casos e inventada en otros, pero que dio el resultado esperado, el vuelco electoral en 2015, el fin de veinte años de dominio popular en una comunidad, la Valenciana, tradicionalmente de izquierdas. Y aún hay más: no son sólo los fichados por Oltra para la Administración pública los que cargaron contra los ‘conspiradores’ para salvar a su jefa, fueron también los numerosos negocios que han florecido a la sombra del Gobierno valenciano fruto del pacto entre socialistas, nacionalistas y podemistas. Psicólogos, pedagogos, sexólogos, abogados, sociólogos, profesores rescatados del plácido olvido de los campus y regalados con algún premio, la edición de un libro subvencionado, una tertulia bien remunerada o el comisariado de una exposición, artistas fracasados hasta ayer y de repente promocionados, todos salieron en tromba a dar las gracias a Oltra no por los servicios prestados sino por su deuda pendiente con ella. Que al fin y al cabo, así funcionan las autonomías españolas, con unas potentes y bien engrasadas redes clientelares. Compromís lleva siete años alimentando las suyas, por lo que no hay nada extraño en esa reacción popular –contenida y sectorializada– a favor de la exvicepresidenta y hoy imputada por cómo gestionó su consejería el caso de los abusos de su ex marido a una menor tutelada. Un comportamiento más propio de organizaciones dedicadas al crimen –como bien reflejó la película de Scorsese que da título a este artículo– que de formaciones que ejercen la representación popular. Pero así entienden algunos la política, regida por unas normas que habría firmado Henry Hill, el mafioso al que daba vida el inolvidable y recientemente desaparecido Ray Liotta.