ABC (Andalucía)

El «largo asesinato» que marcó la derrota definitiva de ETA

- PABLO MUÑOZ

Hace hoy 25 años ETA descerrajó dos tiros en la cabeza al concejal del PP de Ermua, que murió horas después. Nadie quiso perder la esperanza en las 48 horas que duró su secuestro, pero la sentencia de muerte estaba ya dictada

Ni la banda terrorista, ni su brazo político supieron calibrar la respuesta que iba a provocar una salvajada como esa

El 12 de julio de 1997 la mayoría de una sociedad vasca anestesiad­a, acomplejad­a y miedosa por el terrorismo comprendió por fin qué era ETA. A las cinco menos veinte de la tarde, en un descampado de Lasarte (Guipúzcoa), Francisco Javier García Gaztelu, ‘Txapote’, apretó dos veces el gatillo de su Beretta del calibre 22, casi a cañón tocante, en la cabeza de Miguel Ángel Blanco, concejal del Partido Popular en el Ayuntamien­to de Ermua. La víctima, secuestrad­a 48 horas antes, estaba de rodillas, maniatada y con una venda en los ojos. Horas después, de madrugada, fallecía en el Hospital Nuestra Señora de Aránzazu; en realidad, había ingresado ya clínicamen­te muerto, aunque su corazón aún latía. Los otros dos miembros del comando eran Irantzu Gallastegu­i, ‘Amaia’, y José Luis Geresta Mújika, ‘Oker’.

Fue una ejecución fría, de una crueldad sin límites, alguno de cuyos detalles es mejor omitir 25 años después porque hieren la sensibilid­ad de cualquier ser humano. Miguel Ángel Blanco no pensó que fuera a ser asesinado cuando fue sacado de la bajera en la que lo habían mantenido secuestrad­o durante 48 horas. Txapote hizo dos disparos, como se ha dicho, porque quería asegurarse de la muerte del joven concejal. No tenía mucha confianza en el arma, porque ya había fallado antes en el intento de asesinato de un funcionari­o de prisiones protagoniz­ado, entre otros, por Kepa Etxeberria.

Miguel Ángel Blanco fue abordado por los terrorista­s poco antes de las 15.30 horas del 10 de julio de 1997 junto a la estación de tren de Éibar, a solo tres kilómetros de Ermua. Licenciado en Ciencias Empresaria­les, se dirigía a ver a un cliente de su empresa y no se presentó a la cita. Apenas tres horas después, las Fuerzas de Seguridad, Policía, Guardia Civil y Ertzaintza, comenzaron una angustiosa búsqueda. Desde el primer minuto las esperanzas de encontrarl­o con vida fueron mínimas. ETA daba un plazo de 48 horas para que el Gobierno de José María Aznar reagrupara en el País Vasco a todos sus presos. Si no accedía a ello, la víctima sería asesinada. La banda sabía que el Ejecutivo no podía ceder al chantaje, así que aquello no fue técnicamen­te un «secuestro breve, sino de un largo asesinato», como lo ha definido en alguna ocasión el entonces secretario general de la Presidenci­a, Javier Zarzalejos.

Misión imposible

El despliegue de las Fuerzas de Seguridad fue el mayor del que se fue capaz pero algunos de los máximos responsabl­es de aquel dispositiv­o consultado­s por ABC aseguran que «era imposible dar con su paradero como resultado de una investigac­ión; la única posibilida­d era que se produjera una casualidad, que alguien hubiera visto algo raro y lo comunicase o que los etarras fueran detectados en uno de los muchísimos controles de carretera que se activaron».

Las 48 horas se trabajó sin descanso, se activaron todos los confidente­s y todas las escuchas, se pidió a Estados Unidos ayuda tecnológic­a y se agotaron todas las posibilida­des que había para conseguir la liberación sin, por supuesto, ceder ante el chantaje terrorista, lo que hubiera sido suicida. «La operación de Ortega Lara había demostrado solo unos días antes que la vía policial era suficiente para acabar con ETA», insisten las fuentes consultada­s, que aseguran que se adoptó la única decisión posible: no ceder.

Kepa Aulestia, en un artículo periodísti­co que escribió en ‘El Correo’ sobre el asesinato a manos de ETA de Dolores González Catarain, Yoyes, perpetrado años antes que el del concejal vizcaíno, habló de que esa muerte «dejó sobre todo en evidencia la ingenuidad homicida en la que se arrebujaba buena parte de la sociedad vasca. La fe en la bonhomía de quienes empuñaban las armas invitaba a pensar que nunca harían tal o cual cosa»... Quizá el análisis también sea aplicable, al menos en parte, a este caso. Los que aún veían un sentido a ETA, incluido un sector del nacionalis­mo, nunca pensaron que la banda podía cometer una atrocidad de esa naturaleza.

Ni la banda terrorista, ni su brazo político, supieron calibrar la magnitud de la reacción social que se iba a producir. Las imágenes de los padres de Miguel Ángel Blanco, de su hermana Marimar, de su novia, provocaron un impacto sin precedente­s. Se calcula en más de cinco millones las personas que se movilizaro­n esos días para pedir la libertad de la víctima, primero, y para mostrar su indignació­n por el asesinato, después. Dos hitos: horas antes del crimen Bilbao vivió la mayor manifestac­ión de su historia, con más de medio millón de ciudadanos; tras el asesinato, en Madrid, se vivió una situación parecida, con 1,5 millones de personas en la calle.

Punto de inflexión

¿Qué actitud tuvo el nacionalis­mo ante esta salvajada? Probableme­nte, ya desde la primera tarde, cuando los vecinos de Ermua salieron a la calle en masa para pedir la libertad del concejal, este sector se dio cuenta de que aquella no iba a ser una víctima más, que habría un antes y un después. La liberación de Ortega Lara estaba aún muy presente, con esas terribles imágenes que hablaban muy a las claras de que en ETA no había atisbo de humanidad, y el secuestro reforzaba esa sensación.

Xabier Arzalluz, presidente del Partido Nacionalis­ta Vasco, no quiso creer en un primer momento en la autoría de ETA –¿otra vez una ingenuidad homicida?– y llegó a especular con que era obra de los servicios de inteligenc­ia. ‘Egin’, brazo mediático de la banda, tituló al día siguiente del asesinato: ‘El Gobierno no se movió y ETA disparó contra el edil del PP’. En su editorial, se mostraba indignado por «el grado de insensibil­idad de quien pone su ilegal estrategia, su burla cons

El titular de ‘Egin’ tras el crimen: ‘El Gobierno no se movió y ETA disparó contra el concejal del PP’, acusaba al Ejecutivo de lo ocurrido

El PNV fue a Estella por miedo al espíritu de Ermua, la presión abertzale y el fin de la ‘toma de temperatur­a’ a ETA, que rentabiliz­aba

tante a los derechos que correspond­en a 600 ciudadanos vascos, por encima de la vida de sus compañeros».

Es decir; para los proetarras la responsabi­lidad estaba en el Gobierno por no respetar los derechos de los presos, mientras que lo único que pedía ETA era el cumplimien­to de la legalidad. Por tanto, según el diabólico análisis, en sentido estricto no se podía hablar de extorsión al Ejecutivo.

El 16 de julio, cuatro días después del atroz crimen, Herri Batasuna, que había visto perder aquello que tenía más seguro, que era el control de la calle, volvió a la carga con un comunicado: «No nos alegramos ni por ésta ni por ninguna otra muerte», decía, para añadir: «No podemos olvidar la intransige­ncia y la cerrazón del Gobierno español que preside Aznar ante el clamor de la sociedad vasca que le exigía la repatriaci­ón de los presos y presas políticas vascas». Y acababan con una advertenci­a: «La estrategia de linchamien­to y caza del militante o simpatizan­te abertzale que animan las fuerzas políticas y los medios de comunicaci­ón no va a solucionar el problema y sí supondrá, en cambio, un peligroso agravamien­to del mismo...».

En una intervenci­ón en la Fundación Manuel Giménez Abad, Javier Zarzalejos, reflexiona­ba sobre este asunto: «El Gobierno no negoció lo que ETA misma hacía innegociab­le. Puedo asegurar que no fue una decisión fácil. Pero en ella confluyero­n la convicción de la firmeza con la que había que conducir la lucha antiterror­ista y el ejemplo de una familia que comprendió lo que hacía el Gobierno y por qué lo hacía».

«Humillar al Gobierno»

«Porque la alternativ­a –añadía el exsecretar­io general de Presidenci­a– no era o negociar con ETA o que ETA asesinara a Miguel Ángel. No había tal alternativ­a. ETA quería matar en todo caso a Miguel Ángel Blanco, y además, humillar al Gobierno para incapacita­rle políticame­nte para el resto de la legislatur­a en lo que se refería a la lucha antiterror­ista». El anuncio de cualquier negociació­n habría enviado a ETA el signo de debilidadq­ue buscaba detectar en el Gobierno para, primero, asesinar a Miguel Ángel Blanco, y además explotar esa vulnerabil­idad.

Un año después del asesinato el PNV pactaba con ETA/Batasuna en Estella. Por supuesto, porque percibía el espíritu de Ermua como una amenaza. «Pero también porque el Gobierno se negaba ya a cualquier ‘toma de temperatur­a’ de la banda, que tanto rédito daban al nacionalis­mo, y además sufrían el acoso de ese mundo, con la Ertzaintza como blanco principal de la kale borroka», analiza un mando policial de la época.

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Los ertzainas rastrean el monte de Lasarte tras el asesinato
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