ABC (Andalucía)

Carta desde el cielo Sentenciad­o

- IÑAKI ORTEGA CARLOS ITURGAIZ CARLOS ITURGAIZ ES PRESIDENTE DEL PP DEL PAÍS VASCO

Aquí los días pasan rápido. Más desde que mis padres están conmigo. Tenía tantas ganas de que dejarán de sufrir y por fin hace dos años que estamos juntos. Miguel, mi padre, era fuerte como un toro, curtido en andamios y zanjas, pero en Ermua los meses siguientes a mi muerte se le atragantar­on, no podía soportar las risotadas de los batasunos. Cuando encontró trabajo en Vitoria las cosas cambiaron y no volvió a sentir ese odio irrefrenab­le. Mi madre, Chelo, nunca dejó de estar rota por dentro, pero cuidar de mi padre y hacer más fácil la vida de mi hermana, la confortaro­n. Desde aquellos días de julio, no volví a sentir a mis padres, a Marimar

y Roberto como habían sido siempre: alegres, vigorosos y optimistas. Solamente cuando jugaban con mis sobrinas, recordaba cómo eran antes de que hace 25 años cogiese un tren que, en lugar de llevarme a Éibar, me trajo donde estoy.

Ahora soy feliz, pero tengo muy presentes esos días que pasaron desde el subidón de la liberación de Ortega-Lara hasta que ya no pude luchar más en la Clínica de San Sebastián. Recuerdo la ilusión de comprarme, por fin, un coche nuevo; la gozada de ver jugar a Bakero con el Barca; lo contento que estaba con mi trabajo tras los años de carrera en Sarriko que se me hicieron muy largos. La música, los amigos y los planes de futuro con Marimar (cómo me alegra que haya rehecho su vida con Joan) ocupaban mis horas esos días, pero, tengo que reconocer, un temor que no se me quitaba de mi cabeza «qué harán ahora estos locos de ETA para vengarse». La imagen de José Antonio saliendo del zulo, como si fuese un judío de un campo de concentrac­ión, rondaba mis pensamient­os. La inhumanida­d de los etarras que en la nave industrial no fueron capaces de colaborar con el juez Garzón, sabiendo que con ello estaban matando a un ser humano, martilleab­a mi cabeza esos días. El colmo fue ver en el kiosko de la estación de Ermua la portada del periódico ‘Egin’ ‘Ortega vuelve a la cárcel’. Pero, yo ya había decidido dejar de ser concejal y dedicarme a mi trabajo que para eso era el primero de mi familia con carrera. En mi partido había una buena cantera que estaban dando la batalla, con Iñaki, Borja, Gonzalo o Esther y tampoco se notaría mi falta. Guardo buen recuerdo de los plenos del ayuntamien­to y del alegrón de ver a Aznar en La Moncloa, aunque el asesinato de Goyo, con lo valiente que era y lo que había significad­o para Nuevas Generacion­es, seguía suponiendo un gran vacío.

Y en esas estaba cuando comenzó mi calvario. No me apetece mucho recordarlo. La oscuridad, el pánico, esos ojos inyectados de odio, las dos deflagraci­ones, rodar por el terraplén, las máquinas y cables del hospital y por fin, sentir la mano de mi madre… He perdonado, pero no he olvidado. Me duele pensar en la impunidad de los que colaboraro­n en mi secuestro o en los que celebraron mi asesinato, hoy, interlocut­ores de las institucio­nes. Termino, que no quiero aburriros, no me olvidéis por favor, porque si eso pasa me temo que otros chicos como yo, antes que tarde, volverán a ser descerraja­dos por un terrorista.

IÑAKI ORTEGA ES PROFESOR DE UNIVERSIDA­D Y EN 1997 ERA PRESIDENTE DE NN.GG. DEL PAÍS VASCO

«He perdonado, pero no he olvidado. Me duele pensar en la impunidad de los que colaboraro­n en mi secuestro, hoy interlocut­ores de las institucio­nes»

Como un carrusel pasan delante de mis ojos la imagen de Chelo, su madre, llorando desesperad­a; la de su padre, Miguel, dándose golpes con la cabeza contra la pared; el sollozo interminab­le de Marimar; la del pueblo de Ermua convertido en una enorme sábana blanca con crespón negro; la concentrac­ión de las velas, la enorme y hasta la fecha mayor manifestac­ión que se recuerda en Bilbao…

No he vuelto a hacer el viaje de Pamplona –donde recibí la noticia de su secuestro– a Ermua –al modesto domicilio de los padres de Miguel Ángel–. La angustia que me invadió convirtió en invisible una carretera en esos momentos interminab­le.

La incredulid­ad inicial dio paso enseguida a la certeza de que ETA había puesto en su punto de mira a los hombres y mujeres del PP vasco. Una familia, la popular, que vivíamos bajo la presión de vernos perseguido­s por pensar diferente al nacionalis­mo vasco, que por acción unos y por omisión otros llegaron a señalarnos como un obstáculo, decían, para la paz. El empeño en seguir siendo y sintiéndon­os vascos y españoles, el afán por defender la Constituci­ón y el Estatuto constituía un riesgo objetivo y una condena a muerte. Había enterrado a Gregorio Ordóñez, pero no imaginaba que ETA todavía tenía una larga lista de concejales populares vascos en su agenda de sangre y terror.

Las 48 horas que separan el secuestro de Miguel Ángel de su asesinato es un resumen trágico de lo anterior.

No olvido nunca la ilusión con la que él me hablaba. Como concejal de pueblo que era mejorar la vida de sus vecinos era su carta de presentaci­ón; el deseo de que su Ermua natal volviera a contar con un polideport­ivo, su objetivo de legislatur­a; el defender todo ello bajo las siglas del Partido Popular un coste que jamás pensó llegaría a ser tan elevado. ¡Hay quien dé más por dos euros de sueldo al mes!

Era un concejal lleno de vida preso de una banda terrorista repleta de muerte. ETA había sellado cualquier resquicio de esperanza. Miguel Ángel estaba sentenciad­o desde el mismo momento en el que los asesinos pusieron sus manos sobre él. Fue él, pero pudo ser cualquier otro concejal o cargo del Partido Popular del País Vasco.

De vuelta a Ermua con motivo del primer aniversari­o de su asesinato no reconocía sus calles. Las casas de piedra exhibían ahora toda su solemnidad entonces engullida por la ingente cantidad de vecinos y personas llegadas de todos los puntos de España para despedir a Miguel Ángel y arropar a su familia.

El resto de la historia ya la sabemos. De poco sirvió el clamor popular, de nada los gritos y las manos blancas. ETA le ejecutó contra el deseo de la inmensa mayoría de la sociedad. La minoría que lo aplaudió entonces, hoy sigue sin condenarlo, se jacta de ello, y es socio preferente del gobierno de España. Una ignominia.

Con la atrocidad cometida en la persona de Miguel Ángel Blanco a muchos vascos se les abrieron los ojos y se les despegaron los labios para gritar ETA NO. Pensé que el asesinato de Miguel Ángel serviría para trazar una línea infranquea­ble entre demócratas y entre quienes no lo son. Hoy veo que solo fue un sueño. Veinticinc­o años después, la lucha por la libertad en el País Vasco es aún una tarea inacabada. Puede parecer mentira pero es la triste realidad.

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