ABC (Andalucía)

El zasca del supervisor

- ROSARIO PÉREZ

Alas seis y media hacía el paseíllo el supervisor. No se sabe si de Renfe o de una obra en el Pirulí. «Supervisor» llamaron los ‘expertos’ comentaris­tas de RTVE a Román en el encierro matinal. «El de blanco soy yo, toreo esta tarde», contestó vía tuit el espada valenciano con su habitual frescura. Se hablaba de ello en el tendido con no poca sorna. «No distinguen un cabestro de un toro», fue lo más bonito que se oyó. Profesiona­les y aficionado­s «flipaban» con «el «desconocim­iento» de los presentado­res televisivo­s. Lo que sí sabían era que un toro castaño –les faltó llamarlo ‘marrón’– había «pinchado» a dos corredores.

Y allí estaba Marismeño, el cebada que por la mañana había sembrado el pánico. Lo vivió de cerca mi vecino de localidad, Ricardo Armendáriz. Su hija Laura, en el puesto de la Cruz Roja, fue testigo directo del parte de guerra. La psicosis se vislumbró en banderilla­s ante este número 92, portador de dos agujas de escándalo. Al que no le tembló el pulso fue a Juan Leal. De rodillas, el wifi de su muleta conectó a través de un péndulo. «Guauu, bárbaro», espetaron. El toro respondió con nobleza, sí, pero había que tenerlos cuadrados para empezar así de desnudo. Todo o nada. Como en la arrucina. Se paró el corazón y se cerraron las bocas del cante. «Su apellido es Leal, pero debería ser Valor», comentó Aurelio. El acero se interpuso en el camino del triunfo.

Tocaba el segundo capítulo, o sea, el del supervisor que conversaba con los pastores. No tardaron en brotar las notas de «con dinero y sin dinero». «El que empieza a faltarnos ya, que llevamos una semana de juergas», soltó un espectador. Aquí la cosa, como recordaba el arriero, no es llegar primero, «sino saber llegar». La

chispa que le faltaba a Cepillito la ponían las peñas. Ni la estocada de Román, a cámara lenta, trepó lo suficiente. Del valenciano fue la faena de mayor entidad tras la merienda frente a un quinto con el pitón izquierdo más profundo de la deslucida corrida. «Qué bien embiste por ahí», subrayaron en la sombra. El acero enfrió los ánimos. Seguía el marcador vacío. Como vacíos empezaban a quedarse calderos y cestas en el toro de la merendola, que agitaba la cabeza como los bailones los brazos.

Allí el único que conquistó a las peñas se llamaba Jesús Enrique Colombo, con un toreo dedicado exclusivam­ente a la solanera. A ‘revientaca­lderas’ salió el venezolano con dos largas cambiadas muy pamplonica­s. Los veteranos recordaban a Morenito de Maracay: «Le decíamos eso de ‘ay mamá Inés, todos los negros tomamos café’». Café para todo el sol repartió el joven de San Cristóbal, con guiños permanente­s a la galería, especialme­nte en banderilla­s. «Oe, oe, oe», coreaban. Una locura. Pero Arquero, que había prometido con su galope, soltó luego muchísimo la cara. Ni un muletazo decente hubo, pero los gritos de «¡torero, torero!» estallaron. Como tardó en doblar el cebada, no hubo oreja, pero Colombo traía la lección sanfermine­ra bien aprendida y no se le escapó en el sexto con otra faena populista. Interpreta­ba La Pamplonesa el pasodoble dedicado a Álvaro Domecq, pero allí la única música que se escuchaba era la de las peñas, totalmente entregadas. San Fermín ya tiene a su nuevo torero de Venezuela.

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