Pingüinos en el cuarto de estar
Apagar el aire acondicionado en verano y la calefacción en invierno... ya solo falta que manden cerrar la boca para acabar con las colas del hambre
NO solo se funden los glaciares, también las seseras parece que pasan del estado sólido al líquido y de ahí, seguramente, a la evanescencia gaseosa, una de las principales potencias de las élites del pensamiento (o lo que sea eso) sanchista. Con media España frita de calor –a 40 grados una semana entera–, la vicepresidenta climática y transicional ha sugerido que apaguemos el aire acondicionado para poder pagar el recibo de la luz. «Uso responsable», dijo Teresa Ribera, verde y con asas, porque el gas (¡vade retro, Satanás!) está por las nubes y como no hace viento a los molinillos se les pueden contar las aspas. Las cosas de las renovables, que son el futuro... cuando soplan el cierzo y la tramontana, claro. Este es el remedio-tipo de todo Gobierno desbordado. Muerto el perro se acabó la rabia y apagado el chisme del aire, y al paso que vamos hasta la nevera, a ver quién no puede pagar la luz a fin de mes. Cuando llegue el frío la solución, imaginamos, será desenchufar el radiador o poner el termostato a 6 grados para que solo se active el calor hogareño cuando baje de esa temperatura. Pingüinos en el cuarto de estar. Lo de los 17 grados sugeridos el pasado invierno por Ana Botín debe ser en casa de los ricos; el resto, manta en el sofá y vaho en la salita mientras se escucha en el telediario de la noche la enésima batería de medidas de ‘Mi persona’ yendo «a por todas, con la gente», como el otro día en el debate, que ya solo le falta rescatar el grupo «Up with people» de los setenta, ese «viva la gente, la hay donde quiera que vas» que perseguía elevar la moral del personal y al que hizo fosfatina, precisamente, otra crisis: la del petróleo del 73.
De acuerdo con este patrón de la vicepresidenta Ribera, que siempre anda en la orilla de las más sorprendentes ocurrencias, las colas del hambre que aún penden de la parroquia del barrio (qué poquitas salen de la puerta de las oenegés de la izquierda) se terminan ordenando cerrar la boca al personal o, como con la prostitución, aboliendo por ley el hambre en España. Ese sí que sería un logro definitivo de este magnífico y mastodóntico equipo ministerial (22 ministerios y ochocientos y pico asesores) que, como dice la sin par Adriana Lastra, «mejora la vida de la gente»... según se achicharra.
Hablamos, en fin, del Gobierno del «bien resuelto» (treinta muertos en la valla) que lo tiene muy claro: si la realidad no se ajusta a la fanfarria de su discurso –se acabó el soponcio en el recibo de la luz o la gasolinera ya no es Sierra Morena– se ofrece una ridícula alternativa para reducir la dimensión del problema o directamente se reescribe la historia o el relato, como lo llaman ahora, y el que se atragante con la rueda de molino será seguramente un fascista o, al menos, un peligroso derechista. Ejemplos: ETA ya no existe (de ahí los apasionados arrumacos a Bildu) pero Franco sí; ola de calor, pues apague usted el aire, ricachón. El sentido común, en la Antártida... como los pingüinos que este año se quedarán a vivir en nuestro cuarto de estar.