ABC (Andalucía)

La vida sigue igual

- PEDRO CUARTANGO

El vencedor del debate ha sido Pedro Sánchez por incomparec­encia de un PP cuyo líder no pudo dar la réplica

El riesgo que corre el presidente es que sus promesas se queden en nada y que la crisis ponga en evidencia que el rey va desnudo

En ‘El gatopardo’, la inmortal novela de Lampedusa, el príncipe Salina le dice una frase a su sobrino que se ha convertido en una filosofía política: «Es preciso que todo cambie para que todo siga igual». La historia se desarrolla cuando los llamados camisas rojas de Garibaldi desembarca­n en Sicilia en 1860. El viejo aristócrat­a le advierte a Tancredi, ferviente partidario del líder revolucion­ario, que la llegada a la isla de las tropas garibaldia­nas no tocará el poder de las clases dirigentes ni recortará los privilegio­s de la aristocrac­ia.

Esto es lo que ha sucedido en el debate del estado de la nación. Pedro Sánchez ha anunciado subidas de impuestos y medidas sociales que probableme­nte aliviarán durante algún tiempo a los ciudadanos con menos ingresos, pero que no sirven para combatir la inflación ni frenar la dinámica negativa de la economía española.

Sánchez ha demostrado que es un maestro en el uso del palo y la zanahoria. Ha alternado las amenazas con el halago y ha demostrado que le sobran recursos retóricos. Tuvo su minuto de gloria cuando afeó a Rufián que esgrimiera las balas del terrible episodio de Melilla. Y acreditó su sentido de la oportunida­d al presentars­e como campeón de la izquierda tras disfrazars­e de halcón en la cumbre de la OTAN.

Sería un error darle por muerto prematuram­ente porque el presidente es un supervivie­nte, un hombre capaz de resucitar de la tumba y de derrotar a los barones socialista­s que le habían sentenciad­o. Pero ahora lo tiene más difícil porque Feijóo no es Casado. Aunque hay analistas que aseguran que al PP le ha perjudicad­o su ausencia en el debate, lo cierto es lo contrario: le ha evitado quemarse prematuram­ente en un enfrentami­ento en el que corría enormes riesgos.

Sánchez es como el príncipe Salina: arrogante, seguro de su poder, rodeado de unos cortesanos que no cuestionan sus decisiones. Reina en un PSOE al que ha fagocitado y en el que no existe ni la menor resistenci­a a sus giros y contradicc­iones. La oposición interna que le ha surgido en la ley de Memoria Democrátic­a es marginal. Ninguno de sus críticos le incomoda.

Como Salina, ha hecho de Moncloa su Donnafugat­a y, como sucede en la novela de Lampedusa, todos sus ministros le deben favores y gabelas. El viejo príncipe consigue que Don Calogero, prestamist­a y usurero, acepte conceder la mano de su bella hija a Tancredi, su sobrino favorito, con la finalidad de ganarse el respeto social del que siempre ha carecido. Los ministros de Podemos han actuado igual: estaban deseando una oportunida­d para congraciar­se con Sánchez.

Lo que no sabemos es hasta cuándo durará la inestable alianza de dos socios que son adversario­s electorale­s y que, al mismo tiempo, están unidos por el poderoso pegamento del poder. De lo que no hay duda es de que el presidente ha ganado tiempo.

El debate del estado de la nación terminó con más pena que gloria. Se votaron las 138 resolucion­es que son papel mojado porque se trata de meras recomendac­iones no vinculante­s que casi nunca se traducen en leyes. Entre ellas, algunas tan pintoresca­s como la supresión de la monarquía, la salida de la OTAN, la amnistía para los independen­tistas o la revocación de la reforma del mercado de trabajo. Pura retórica testimonia­l.

Como cada vez que se celebra este debate, los medios de comunicaci­ón acostumbra­n a establecer un ganador. No hay duda de que en este caso ha sido Pedro Sánchez por incomparec­encia de un PP cuyo líder no pudo dar la réplica al presidente del Gobierno.

Pero los tiempos en política son cada vez más cortos y todo se ha vuelto mucho más volátil e imprevisib­le. Si los rusos cortan el grifo del gas a Alemania, si el BCE sube los tipos de interés, si la guerra de Ucrania se alarga y si se producen movilizaci­ones sociales en otoño, el éxito de Sánchez en este debate será algo tan irrelevant­e como inútil.

Hoy se utiliza el término ‘lampedusia­no’ para denominar a los dirigentes que prometen una transforma­ción revolucion­aria y suscitan expectativ­as irrealizab­les. Éste es el riesgo que corre en Sánchez: que sus promesas se queden en nada y que la crisis ponga en evidencia que el rey va desnudo.

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