ABC (Andalucía)

La locura ochentera sigue viva: de gira con los Hombres G

▶ No fuman, no beben, han puesto kilos y les duelen los huesos, pero siguen atrayendo a varias generacion­es. Acompañamo­s durante 48 horas en EE.UU. a la banda española más exitosa

- JAVIER ANSORENA

« Hace tres meses que he dejado de fumar», dice David Summers mientras mira antes de cruzar la avenida Dearborn, en el centro de Chicago. «Me siento cojonudo. Con más energía y con más voz, llego muy bien al final de los conciertos», asegura ya a la sombra del House of Blues, el escenario de la ciudad del viento al que se sube esa noche, como tantas otras, como ‘frontman’ de Hombres G. «Lo que me jode es que he puesto unos kilos», lamenta con ese acento arrastrado, madrileñís­imo.

Acaba de comer en un sitio de ramen cercano con su compañero Rafa Gutiérrez, guitarra solista de la banda, y los dos músicos que llevan toda la vida con ellos, Juan Muro y José Carlos Parada (‘Juanito Piscinas’ y ‘Jason Paradise’, en la terminolog­ía interna del grupo que crea Summers). «A este –dice apuntando con el mentón a Rafa– le gustan las cosas raras», dice con resignació­n sobre el local de fideos japoneses elegido para el almuerzo. Él se ha pedido un plato de atún crudo con cosas.

Eso explica mejor que nada lo que es Hombres G. El año que viene cumplen cuarenta años como banda. Trece discos, miles de conciertos, decenas de miles de kilómetros en furgoneta. Innumerabl­es jornadas de promoción, de entrevista­s, de ruedas de prensa, de aparicione­s televisiva­s. Ensayos, pruebas de sonido, esperas en terminales de aeropuerto de cualquier lugar del mundo. Horas muertas incontable­s. Todo con los otros tres caretos, ahora rastrillad­os por las arrugas, que te has hartado de ver desde que te salieron pelos en el sobaco. Y llegas a Chicago y te vas a comer con ellos.

El tercer Hombre G, Dani Mezquita –guitarra rítmica–, no llega a la comida porque ha estado con su familia en una de las playas urbanas que dan al lago Míchigan. Hace un calor solo comparable al frío que hace en Chicago en invierno. De ese que desafina las cuerdas, con una humedad que se come la funda del instrument­o. «Está de puta madre. Hasta hemos comido un pescado frito», dice sobre la playa, que la noche anterior tenía gente con los pies en el agua hasta las once de la noche. El batería, Javi Molina, está acodado con su pareja a pocos metros, en la barra del hotel en el que se hospedan todos, enfrente

de la sala donde tocan por la noche.

Antes de entrar al hotel, dos chavales reconocen al cantante y bajista del grupo. «¿Eres David, no?», le preguntan con timidez, en español. Piden una foto y la consiguen. Summers sonríe a la cámara, con la frente sudada. Los chicos, Sergio y Javier Sinto, se achicharra­n a las afueras de House of Blues cuatro horas antes del concierto. «Queremos estar en primera fila», justifican.

Los ‘Beatles latinos’

Han hecho más de cinco horas en coche desde Cincinatti (Ohio). Son primos, de origen mexicano, van con camisetas negras –Hombres G es considerad­o un grupo rockero en esta orilla–, y tienen rostro adolescent­e, a pesar de sus 22 años. Es decir, nacieron quince años después de que Hombres G se convirtier­an en un éxito de masas, en 1985, nada más después de publicar su primer disco. ¿Qué carajo pintan ahí viendo a unos sesentones? «Nos lo mostró nuestro tío», dicen sobre su afición por la banda. «Nos encantan las canciones, las letras, la energía».

Cuando falta hora y media para el concierto, la cola da la vuelta a House of Blues. Con un calor para cocer huevos, la fila es la materializ­ación del milagro de Hombres G: su éxito ha roto los muros generacion­ales. Hay gente como la venezolana María Ramírez, que aparenta algunos años menos que sus ídolos y que viene a «reavivar la adolescenc­ia». Otros viven la adolescenc­ia, como los tres hijos de Gilberto Quijada, que ha traído a toda su familia desde South Bend (Indiana). «Los conocimos en la juventud por la película –Hombres G rodaron en los ochenta dos, dirigidas por Manolo Summers, padre de David, un éxito inmenso de taquilla, vilipendia­das por la crítica–, por ‘Sufre mamón’», explica Gilberto.

Uno de sus hijos, con la cara cubierta de granos, dice que le encanta ‘La cagaste, Burt Lancaster’, con un acento yanqui inalcanzab­le para los creadores de la canción.

La parada en Chicago de Hombres G –dos noches consecutiv­as de lleno en House of Blues– ha estado en el medio de su periplo por EE.UU. a comienzos de este verano. La locura del grupo en España desde 1985 –éxitos con cada ‘single’, conciertos multitudin­arios, fenómeno adolescent­e absoluto– se replicó de forma casi inmediata en Hispanoamé­rica. De Arequipa a Ciudad Juárez. Se desmayaban las fans a sus costados. Les bautizaron como los ‘Beatles latinos’. La maleta de los emigrantes, sobre todo mexicanos, se llevó con ellos la afición a Hombres G a todas las grandes ciudades estadounid­enses. Ahora les esperan a cada paso y llenan recintos para grandes estrellas, como el Hollywood Bowl de Los Ángeles o el Radio City Music Hall neoyorquin­o. En su último paso por EE.UU., durante el mes de junio, han colgado el ‘no hay billetes’ de costa a costa.

Cuando se acerca la hora del concierto, llega un bramido de los fans agolpados sobre el escenario a las tripas del House of Blues. Para Hombres G, cuarenta años toreando en plazas como esta y mucho mayores, es un día más en la oficina. Entran por las cocinas del local entre bromas –«¿a quién le hago un bocata?», suelta alguien– hasta un ascensor industrial, de esos preparados para subir y bajar bafles gigantesco­s o pianos de cola. Lo maneja un tipo con pinta de rockero en horas bajas, con camiseta amplia, barba cana y entrado en kilos. Sube y baja sentado en un butacón decrépito y toca los botones con un bastón, para no tener que levantarse. «Alguien se está matando a currar hoy», dice Dani y el resto se ríen como quinceañer­os.

«Somos muy buenos amigos, nos queremos mucho. Somos como hermanos, llevamos toda la puta vida juntos. A Javi le conozco desde hace cincuenta años. Con Dani, lo mismo. Y a Rafa lo conocí con 18 años», explica David. «Veo a estos más que a la familia».

Pero el tiempo que hace que conoces a alguien y verle más que a tu familia es mucha veces la razón para no aguantarle. De hecho, se separaron a comienzos de los noventa, borrachos de éxito. Volvieron una década después y, contra pronóstico, resucitaro­n con la misma fuerza, sobre todo en América. «Hemos aprendido a querernos como somos. Y básicament­e somos buenas personas, generosos, nada divos», explica David.

Normalidad

Es imposible saber si son divos. En su intimidad, al menos, no lo parecen. En el camerino de House of Blues el ambiente es de normalidad completa. No hay peticiones de comida o bebida extravagan­tes. No hay un ‘sanctasanc­tórum’ donde se invocan a los dioses del rock a puerta cerrada. Los familiares que acompañan a la banda pululan con libertad. En una esquina, Javi estira contra la pared los brazos y la espalda, molidos después de cuatro décadas de baquetazos («la artrosis», explica después). La hija pequeña de Dani se le agarra a la pierna. Rafa bromea con un sillón desconchad­o: «Ahí se sentó un día John Lee Hooker, ¿eh?». Comparten ‘memes’ por WhatsApp. Es todo tan corriente que dan ganas de enfadarse: ‘¡que sois estrellas de la música, joder!’.

El único ritual es un abrazo entre ellos, uno a uno, ya ante la cortina que se abre sobre el ‘backstage’. Ahí los chicos que siempre fueron una cosa normal se transforma­n, como cada noche, en ídolos. Durante casi dos horas, la gente corea casi todas las canciones y se desgañita con los clásicos, como ‘Marta tiene un marcapasos’ o ‘El ataque de las chicas cocodrilo’. Quedan retazos del fanatismo ochentero entre el público. Algún grito histérico, pancartas, lanzamient­os de recuerdos. «¿Sabes en qué hotel se hospedan?», pregunta una chica que parece bien entrada en los cuarenta.

El público está entregado desde el principio y el bis, en el que aparece ‘Venezia’, es pletórico. Es una canción de borrachera, de pasarlo bien, como tantas otras de Hombres G. «Esto la gente no se lo cree en España», dice Antonio Rodríguez, más conocido como Esquimal, su ‘road manager’ de siempre, ante un público enfervoriz­ado una noche más.

Arranca Javi solo en el escenario, con voz de ópera bufa en ‘yo sono il capone della mafia’ y pide un trago para brindar con el público. En realidad ya no bebe («Empecé a reducir hasta que lo

he dejado del todo. Ya no fumo, no bebo…», confiesa después). Pero da igual, la gente le sigue con entusiasmo en el clímax total. «Lo mejor es nuestro público, es lo mejor que tenemos», dice David desde detrás de la cortina, mientras canta el batería. «Ayer había más tías buenas, eso sí», añade con sonrisa juvenil, nada más regresar al escenario para rematar esa canción. Y el concierto, con ‘Sufre mamón’.

Sin drogas

De vuelta en el camerino, sonrisas por el trabajo bien hecho, pero sin extravagan­cias. Rafa se desata una cinta que lleva en la muñeca para minimizar el dolor de toda una vida de punteos. «Hoy me estaba matando, macho», reconoce. El subidón del concierto no se encadena con drogas –aseguran que nunca las hubo en este grupo, más allá de los porros- o una borrachera (esas las hubo durante décadas)–. Se sientan con los técnicos, mánagers y familiares a compartir comida. Ofrecen pollo asado. Apenas nadie bebe cerveza. Un técnico algo más joven se sirve un vaso de güisqui casi pidiendo perdón.

Más que alegría por el concierto hay tensión por la noche siguiente. Tocan en Nueva York, en el teatro Hulu del Madison Square Garden, todo vendido. Ese mismo día, American Airlines ha cancelado todos los vuelos de Chicago a Madrid. Se plantean montarse en un autobús y viajar de noche, ante el miedo a que la aerolínea les deje tirados y se pierdan su gran noche en Nueva York.

Esta gira en EE.UU., tiene un regusto a 1985, cuando iban en furgoneta de ciudad en ciudad, sin saber a veces su próximo destino. «Ha sido todo un caos», dice Augusto Serrano, su mánager. Les han suspendido vuelos, otros desviados por tormentas. Tuvieron que ir en autobús de Dallas (Texas) a El Paso, y el autobús se paró a medio camino. Dani y los técnicos trampearon el motor como pudieron, tirados en el medio de ningún sitio, y consiguier­on llegar al concierto.

Pero su vuelo a Nueva York sí sale por fin y ahí están los cuatro, juntos, en la puerta de embarque, como viejos amigos que se van de viaje. «No hemos parado de enredar hasta los cuarenta o cincuenta años, Yo entonces todavía me metía las botellas de tequila de tres en tres», dice Javi, que se recorrió los clubes de rock, jazz y blues de todo el país. «Ahora estamos más tranquis, más mayores».

«Lo diferente con las giras de antes es que ahora nos duele todo», coincide David. «También viajamos con más comodidad, en hoteles de puta madre. Cuando éramos jóvenes nos daba igual todo, compartíam­os habitación porque nos gustaba. Ahora vamos como señores mayores, cada uno con su suite, volamos en ‘business’». Y así se sientan en el avión, con el ‘frontman’ al frente, en primera fila. Cuando este plumilla le informa de que él va en turista, Summers reprende con gracia formidable: «¡Haber estudiado!».

En Nueva York vuelve la misma rutina. Pero hay más familia y amigos en el camerino, más lío, más tensión. Tocan en el teatro Hulu del Madison Square Garden ante cinco mil personas, sin tiempo para haber hecho prueba de sonido. También hay ganas de acabar la gira y volver a casa, aunque les quedan varios conciertos, en Washington y Florida.

Cuatro amigos

Nada de eso se nota en el escenario. Otro éxito rotundo, caras de felicidad en el respetable tras el baño de nostalgia. ¿Qué queda de ese grupo de chavales comiéndose el mundo en furgoneta en 1985? «A mí me gusta más lo que pasa ahora», opina Dani. «Disfrutamo­s de la experienci­a, del trabajo bien hecho». Es cierto que suenan de maravilla. «Lo mejor de aquella época es que teníamos 20 años», dice con media sonrisa.

Para Javi, el batería, lo importante es que sobrevive la esencia: «Tratar de pasarlo bien, de disfrutar, salimos con la misma actitud». En el escenario funciona. Y fuera solo se explica porque funcionan como amigos, como cuatro colegas del Parque de las Avenidas.

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En la primera imagen, en el camerino antes de actuar. Cuarenta años después, dicen que han aprendido a quererse como son. En la tercera foto, preparados para volar en clase ‘business’
// ABC DE MADRID A ESTADOS UNIDOS En la primera imagen, en el camerino antes de actuar. Cuarenta años después, dicen que han aprendido a quererse como son. En la tercera foto, preparados para volar en clase ‘business’
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// ABC Los Hombres G saludan al público del teatro Hulu del Madison Square Garden
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 ?? // ABC ?? Arriba, en el concierto en el House of Blues de Chicago. A la derecha, el jet privado que usaron durante la gira
// ABC Arriba, en el concierto en el House of Blues de Chicago. A la derecha, el jet privado que usaron durante la gira
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