ABC (Andalucía)

Fred Kerley, un talento criado con 13 niños en una única habitación

▶ El nuevo monarca de los 100 metros tuvo una infancia difícil que salvó su tía Virginia

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Oregón encontró a su rey de la velocidad en la figura de Fred Kerley (Taylor, Texas, 27 años), flamante campeón de los 100 metros en el triplete estadounid­ense que redondearo­n Marvin Bracy y Trayvon Bromell. Se quedó fuera del podio el cuarto de los locales, el vigente campeón Chris Coleman, que habría arrasado con el crono que logró hace tres años en Doha, 9.76. Kerley, que tiene ese mismo tiempo como mejor marca personal, ganó con un registro una décima superior (8.86).

La de Eugene no pasará a la historia como la final más rápida de la historia, ni tampoco como la más apasionant­e, pero sirve para reconocer a un atleta atípico, que en el lapso de dos años ha sabido reconverti­rse de un más que aceptable cuatrocent­ista (bronce en Doha 2019) a ser el mejor velocista.

Kerley tiene detrás una preciosa historia de superación. Su infancia no fue fácil. Su padre entró en la cárcel cuando él tenía 2 años y su madre, según cuenta, «tomó decisiones equivocada­s en la vida» que le obligaron a él y a sus cuatro hermanos a mudarse a la casa de su tía Virginia, a la que llama de forma cariñosa ‘Meme’. Ella fue quien se ocupó de los cinco, al igual que de los hijos de otro de sus hermanos y de los suyos propios. «Pienso en ella todos los días, porque si no fuera por Meme probableme­nte no estaría hablando con ustedes ahora», dijo Kerley después de ganar el oro. «Ella sacrificó su vida por mí, por mis hermanos y mis primos. Todos fuimos adoptados. Éramos 13 en un solo dormitorio. Al final del día era como en cualquier otra casa, todos nos divertíamo­s, disfrutába­mos, y si estamos haciendo grandes cosas ahora es gracias a ella». Kerley lleva el apodo de su tía tatuado en el brazo. No es el único que tiene. Lleva nueve más, casi todos relacionad­os con la religión. «Ella nos llevaba a la iglesia todos los miércoles y domingos. El primer tatuaje me lo hice a los doce años, era un versículo de la Biblia». También lleva uno de la Virgen María y otro de un rosario.

Kerley estudió en el instituto de South Planes, donde encontró su vena rebelde. Tuvo problemas con la ley y estuvo cerca de acabar entre rejas en más de una ocasión. Le salvó el deporte. Su imponente figura (1,93) hizo que mirara primero al fútbol americano, deporte que abandonó después de romperse la clavícula. Fue entonces cuando viró hacia el atletismo. Su marcas en los 400 metros le valieron una plaza en el equipo de la Universida­d Texas A&M, donde no dejó de crecer hasta alcanzar el equipo nacional estadounid­ense. Fue campeón universita­rio de 400 en 2017, y dio el golpe definitivo al imponerse en los trials previos al Mundial de Doha, donde logró el bronce, su primera medalla internacio­nal.

Kerley admite que no tenía pensado cambiarse de prueba. Le obligó su tobillo. «Al empezar los entrenamie­ntos para Tokio se me hinchaba y no me dejaba tomar las curvas. Fue entonces cuando decidí cambiar». Le dijeron que era una locura. Pero a la vista está que se equivocaba­n. «Cuando alguien dice que no puedo hacer algo, voy y lo hago diez veces más allá de lo que dijeron que no podría», cuenta mientras esboza una de sus escasas sonrisas. Aquí ya ha mejorado la plata de los Juegos y esta madrugada iniciará las series en los 200 metros, donde a priori parte por detrás e Noah Lyles y Erriyon Knighton, los otros dos estadounid­enses.

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// AFP Kerley, en el centro, en el momento de cruzar la línea de meta en la final de los 100 metros

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