Ecogilismo
No somos capaces de gestionar la limpieza de nuestra habitación pero queremos salvar el planeta
Calor extremo. Fuego indómito. Sin pretender animar el trompeteo del apocalipsis ambiental, creo que hay evidencias de un cambio de ciclo, llámese climático o de la naturaleza, que nos pilla con la estrategia cambiada.
Al ecologismo en general hay que agradecer su labor de concienciación desde los años 70 u 80, cuando éramos salvajes que cazábamos pájaros con tirachinas y tirábamos colillas por la ventanilla del R-5. Ambas acciones están ya penalizadas por normas específicas, pero de la evolución de esa conciencia medioambiental y su calado en las nuevas generaciones da cuenta el estado en el que queda hoy cualquier recinto donde se practique un botellón. No somos capaces de gestionar la limpieza de nuestra habitación pero queremos salvar el planeta.
Ese ánimo redentor del ecologismo ecocentrista lleva a un inmovilismo que lastra sus propios objetivos. Un pastor cacereño lo explicaba a cuenta de los incendios en Extremadura: «No dejan pastar al ganado en el monte, no dejan que aremos la tierra porque son espacios protegidos y lo que hemos conservado durante tantos años se esfuma en dos días. Podrán saber de medioambiente pero no de campo». Ese aparente oxímoron final de su lamento es en realidad la más directa explicación de los efectos adversos del ecologismo radical que nos está llevando a un callejón sin salida. Hemos perdido muchos años intentando mejorar nuestra relación con el medio ambiente abrazando árboles, sin desarrollar políticas efectivas y realistas de transición energética y productiva basadas en la investigación y el desarrollo, porque determinada ideología imperante ha situado al factor humano solo como un agente agresivo, en vez de transformador.
Y así hemos desembocado en grandes paradojas, como que la tan denostada energía nuclear por los ecologistas se declara ahora ‘verde’ por el Parlamento Europeo para responder a la crisis energética acelerada por la invasión rusa de Ucrania (podría haber sido por cualquier otra causa) mientras la humanidad teme que el lado oscuro de lo nuclear acabe con el mundo en el tiempo que un loco aprieta un botón. Ahora inducimos a la movilidad eléctrica como una urgencia, con el precio de esta energía por las nubes y sin haber calculado cómo gestionaremos no solo el origen sino la huella ambiental de los dispositivos en el futuro. Y, más cerca, la solución de la escasez de agua en Doñana es arrasar los cultivos del entorno en vez de instar a gestionar correctamente los recursos hídricos excedentes de la zona mediante la construcción de presas y canales.
No extraña que esta ola de calor, tan histórica como la de 1957 en tiempos del botijo, nos pille discutiendo sobre el color de las velas con las que cubrir las calles del pueblo, ni que los incendios forestales reediten la polémica sobre el gasto y ejecución de los trabajos forestales. Poco cambiará todo mientras no reconozcamos que el pastor de Cáceres es una eminencia en transición ecológica.
Hemos perdido muchos años intentando mejorar nuestra relación con el medio ambiente abrazando árboles sin desarrollar políticas efectivas y realistas de transición energética