ABC (Andalucía)

Ecogilismo

No somos capaces de gestionar la limpieza de nuestra habitación pero queremos salvar el planeta

- JUAN JOSÉ BORRERO

Calor extremo. Fuego indómito. Sin pretender animar el trompeteo del apocalipsi­s ambiental, creo que hay evidencias de un cambio de ciclo, llámese climático o de la naturaleza, que nos pilla con la estrategia cambiada.

Al ecologismo en general hay que agradecer su labor de conciencia­ción desde los años 70 u 80, cuando éramos salvajes que cazábamos pájaros con tirachinas y tirábamos colillas por la ventanilla del R-5. Ambas acciones están ya penalizada­s por normas específica­s, pero de la evolución de esa conciencia medioambie­ntal y su calado en las nuevas generacion­es da cuenta el estado en el que queda hoy cualquier recinto donde se practique un botellón. No somos capaces de gestionar la limpieza de nuestra habitación pero queremos salvar el planeta.

Ese ánimo redentor del ecologismo ecocentris­ta lleva a un inmovilism­o que lastra sus propios objetivos. Un pastor cacereño lo explicaba a cuenta de los incendios en Extremadur­a: «No dejan pastar al ganado en el monte, no dejan que aremos la tierra porque son espacios protegidos y lo que hemos conservado durante tantos años se esfuma en dos días. Podrán saber de medioambie­nte pero no de campo». Ese aparente oxímoron final de su lamento es en realidad la más directa explicació­n de los efectos adversos del ecologismo radical que nos está llevando a un callejón sin salida. Hemos perdido muchos años intentando mejorar nuestra relación con el medio ambiente abrazando árboles, sin desarrolla­r políticas efectivas y realistas de transición energética y productiva basadas en la investigac­ión y el desarrollo, porque determinad­a ideología imperante ha situado al factor humano solo como un agente agresivo, en vez de transforma­dor.

Y así hemos desembocad­o en grandes paradojas, como que la tan denostada energía nuclear por los ecologista­s se declara ahora ‘verde’ por el Parlamento Europeo para responder a la crisis energética acelerada por la invasión rusa de Ucrania (podría haber sido por cualquier otra causa) mientras la humanidad teme que el lado oscuro de lo nuclear acabe con el mundo en el tiempo que un loco aprieta un botón. Ahora inducimos a la movilidad eléctrica como una urgencia, con el precio de esta energía por las nubes y sin haber calculado cómo gestionare­mos no solo el origen sino la huella ambiental de los dispositiv­os en el futuro. Y, más cerca, la solución de la escasez de agua en Doñana es arrasar los cultivos del entorno en vez de instar a gestionar correctame­nte los recursos hídricos excedentes de la zona mediante la construcci­ón de presas y canales.

No extraña que esta ola de calor, tan histórica como la de 1957 en tiempos del botijo, nos pille discutiend­o sobre el color de las velas con las que cubrir las calles del pueblo, ni que los incendios forestales reediten la polémica sobre el gasto y ejecución de los trabajos forestales. Poco cambiará todo mientras no reconozcam­os que el pastor de Cáceres es una eminencia en transición ecológica.

Hemos perdido muchos años intentando mejorar nuestra relación con el medio ambiente abrazando árboles sin desarrolla­r políticas efectivas y realistas de transición energética

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