Los horrores de Carabanchel, un foco interminable de motines y disparatadas fugas
▶ ABC informó de la rocambolesca huida de tres presos por la puerta principal
La cárcel de Carabanchel fue inaugurada el 22 de junio de 1944 por el ministro de Justicia, el falangista Eduardo Aunós, y se mantuvo abierta (por decirlo de alguna manera) durante cincuenta y cuatro años. En 1997, el presidente del Gobierno José María Aznar cerró sus puertas y reubicó a la mayoría de sus presos en Aranjuez. Las nuevas prisiones y los centros penitenciarios de alta seguridad se llevaron por delante aquel presidio anclado en el pasado.
La Prisión Provincial de Madrid se construyó para aglutinar a los enemigos políticos de Franco con mano de obra forzosa. Su forma de estrella con un punto de vigilancia central, según el sistema panóptico diseñado en 1791 por el filósofo Jeremy Bentham, se pensó para que un solo vigilante pudiera ver a todos los prisioneros desde el corazón de las instalaciones. Sus primeros años de existencia estuvieron marcados por la carestía de comida y la suciedad de sus galerías interminables.
La prisión estaba destinada, sobre todo, a los represaliados tras la Guerra Civil. Huelguistas de la cuenca minera de Asturias, líderes sindicalistas como Marcelino Camacho o comunistas como Simón Sánchez Montero pasaron por sus barrotes, pero también activistas liberales y democristianos.
Con el inicio de la Transición, los presos comunes sustituyeron a los políticos. La cárcel estaba diseñada para alojar mil presos, pero se llegó peligrosamente a una cifra de 3.000, lo cual suponía un caos y generaba problemas de hacinamiento. Al momento de su cierre, la población reclusa era de 2.026 hombres y 529 mujeres.
En esos años ochenta la prisión fue escenario de asesinatos, secuestros de funcionarios, incendios, suicidios, peleas entre clanes mafiosos y fugas a cada cual más rocambolesca. El 17 de junio de 1983, ABC informó de la fuga de tres presos por la puerta principal tras reducir a un funcionario con una pistola hecha de escayola. Después de serrar los barrotes de las ventanas de sus celdas, conocidas en el argot carcelario con el nombre de «chabolos», se descolgaron al patio interior y, vestido uno de ellos parecido al uniforme de los funcionarios, caminaron hasta la garita de un vigilante.
«El funcionario se vio sorprendido por los tres hombres y amenazado con una pistola y un objeto punzante. Luego lo maniataron con cuerdas y amordazaron con un ancho esparadrapo y, tras apoderarse de las llaves, abrieron una puerta, confundiéndose con el público que entraba y salía de la zona de comunicación», explicaba el diario en su página de sucesos.
Pero ni siquiera fue el intento más extraño de escapar. En el año 1977, un grupo de personas intentó llegar hasta la prisión practicando un túnel en una fosa del cercano cementerio de Carabanchel. Estas intentonas, unas exitosas y otras fallidas, se sumaron en esas fechas a una inédita cantidad de motines coincidiendo con la llegada de la democracia. La consecuencia de este aumento de violencia fue que las galerías quedaron completamente destruidas y fue necesario que las fuerzas del orden público realizaran una intervención completa.