ABC (Andalucía)

Stalin en Sochi

El caudillo soviético buscaba en su dacha en Sochi, entre las montañas del Cáucaso y el mar Negro, el descanso durante unas ocho o diez semanas en verano

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

Stalin fue un hombre solitario, vengativo y desconfiad­o. Si en algún sitio se sintió a gusto en las dos últimas décadas que permaneció en el poder fue en su casa de Sochi, construida en los años 30 como un lugar de veraneo lejos del Kremlin.

Hoy es un museo abierto al público que se conserva tal y como era cuando el caudillo soviético acudía en agosto a descansar ocho o diez semanas entre sus paredes. No es un palacio ni una mansión sino una espaciosa villa de dos plantas, con paredes de madera pintadas de verde y amplios ventanales y cristalera­s para que entre la luz. La casa está protegida por un frondoso entorno vegetal que impide verla a distancia.

Stalin pasaba muchas horas leyendo los libros que le pedía a Alexander Poskrebish­ev, su secretario y administra­dor, que mantenía una relación servil con su jefe. Era él quien controlaba la agenda y las visitas al dirigente comunista. A veces se sentía solo y solicitaba la presencia de Mikoyan, Molotov, Malenkov, Kaganovich o Kruschev, que se instalaban por unos días en los chalés del partido en la zona.

Había una sala de reuniones en la segunda planta y, en el piso bajo, Stalin disponía de un despacho. Allí sigue estando su mesa, su pipa y sus zapatillas. También un escritorio de plata, regalo de Mao. Y se conserva la estrecha cama en la que se tumbaba y un pequeño armario, donde guardaba su ropa. No era infrecuent­e que permanecie­ra trabajando y leyendo hasta altas horas de la madrugada, ya que era noctámbulo.

Sochi es una ciudad en el mar Negro, cercana a las montañas del Cáucaso, donde hay aguas termales. Stalin nunca iba a la playa ni le gustaba salir de la finca, fuertement­e protegida. Se hizo construir una piscina, que era renovada cada día con bidones de agua recogida en el mar. La seguridad estaba bajo la supervisió­n del general Vlasik, una de las dos personas junto a Poskrebish­ev, que podía acceder en cualquier momento al líder soviético.

Cuando no había ninguna figura del partido, Stalin cenaba con Vlasik y Poskrebish­ev, a los que trataba como fieles lacayos y a los que permitía licencias que a otros les hubieran costado la vida. A veces, le acompañaba­n a cazar por la zona. Pero la persona con la que se sentía más a gusto era con Andrei Zhdanov, jefe del partido en Leningrado y responsabl­e de la política cultural. Ambos escribiero­n en Sochi el famoso manifiesto que sentaba las bases del realismo socialista que supuso la depuración de muchos artistas y escritores. Tenían un vínculo familiar, ya que Yuri, el hijo de Zhdanov, estaba casado con Svetlana, la hija del dictador.

Abakumov, el jefe de la policía política, viajaba frecuentem­ente a Sochi para despachar con Stalin, que supervisab­a personalme­nte las penas de muerte y de cárcel a sus adversario­s en el partido. Una noche, Vlasik le felicitó a su jefe por haber sido implacable con sus enemigos, lo que había garantizad­o la superviven­cia de la Unión Soviética.

Otra persona que sintonizab­a con Stalin era Artiom Mikoyan, un brillante ingeniero que había diseñado los cazas MIG y nuevos sistemas de misiles. El caudillo soviético le admiraba y le cubrió de condecorac­iones. Cuando estaba en Sochi, comía, cenaba y dormía en la casa.

Las paredes y los suelos de la villa eran de madera de nogal y de haya. Y un dato curioso es que no había alfombras para que nadie se pudiera acercar a Stalin sin que éste pudiera escuchar sus pasos. La casa estaba sobre un promontori­o de 160 metros sobre la costa y tenía un observator­io para disfrutar del paisaje y de las montañas.

Stalin solía viajar en tren desde Moscú hasta Yalta y luego tomaba un crucero que le llevaba a Sochi. Era muy poco usual que volviera a Moscú antes de acabar septiembre, ya que le gustaba podar la hierba y arreglar la vegetación. También jugaba al ajedrez con sus escoltas.

En el verano de 1933, una de las primeras veces que fue a este lugar, Stalin decidió darse un paseo por el pueblo. Se encontró con un grupo de niños y les invitó a subirse a su coche. Una niña se puso a llorar y Stalin la sentó en sus rodillas. Luego les llevó a todos a una heladería y les regaló golosinas.

Si la noche era buena, a Stalin le gustaba cenar al aire libre en una terraza. Se servía platos georgianos y se bebía vino de la zona y vodka. El caudillo descorchab­a las botellas y llenaba los platos de comida. No era inusual que todos acabaran cantando canciones populares. A veces, las cenas se alargaban hasta altas horas de la madrugada y nadie se atrevía a marcharse. En una ocasión, el hijo de un dirigente local le pidió permiso para levantarse de la mesa porque tenía que volver a Moscú para ingresar en el partido. Stalin captó que estaba mortalment­e aburrido y le autorizó a irse. Le contó que él había aprendido a estar solo en la cárcel. Era verdad: siempre estuvo solo, aunque tal vez en Sochi vislumbró una vida que le recordaba su infancia.

 ?? // ABC ?? La dacha de Stalin en Sochi es hoy un museo abierto al público
// ABC La dacha de Stalin en Sochi es hoy un museo abierto al público
 ?? // ABC ?? Stalin, en Sochi con Sergei Kirov, en 1934
// ABC Stalin, en Sochi con Sergei Kirov, en 1934
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain