ABC (Andalucía)

De hoces, martillos y lechazos asados en plena ola de calor

- JOSÉ F. PELÁEZ

Hay varias formas de sobrelleva­r una ola de calor. La más digna que se me ocurre es apretarse un lechazo asado y media botella de ‘Carmelo Rodero’ en Sacramenia, que es un pueblo situado en una zona de Segovia que limita con Valladolid, con Burgos y que no limita con el cielo por un suspiro. O sí, quién sabe, quizá Sacramenia sea el Jerusalén celestial, un pueblo de 300 personas que vende no sé cuántos miles de lechazos asados al año, ya me dirán si no es un sueño. Me río yo del Tigris y el Éufrates. En cualquier caso, me he venido al corazón mismo de Castilla, a estas tierras mitológica­s y sagradas que Almanzor asolara algo antes del año 1000 y a las que hoy se ningunea y humilla al rebajarlas a ‘España vacía’. En realidad, la conquista del Duero fue algo clave, un hecho capital para la historia de Europa y, desde luego, un episodio que dura siglos y que todo español debería conocer perfectame­nte, como la llegada del pueblo judío a la Tierra Prometida, la conquista de América o la llegada del hombre a la luna. Un pueblo que se respetara a sí mismo no llevaría a sus hijos a castillos de cartón piedra en Disney, con princesas cursis, bailes idiotas y pollo frito. O sí, pero antes conocería los de aquí, los de Sepúlveda, Coca o Peñafiel, estos mismos que nos miran con displicenc­ia y altanería silenciosa y nos gritan al oído que quizá el olvido y la incultura sean la peor forma de maltrato infantil.

Y el lechazo, claro, que es la manera en la que en esta zona se llama a un cordero de apenas tres semanas que solo ha tomado leche materna. El lechazo churro es el príncipe de las carnes ibéricas y yo sé que hay gente que no puede hacer esto de venirse a Sacramenia a comerse un lechazo y se ve obligada a comer un bocadillo en la playa. O peor aún: en una terraza, al aire libre, como las bestias. Pero gracias a Dios el mundo no es un plato de ensaladill­a rusa ni la vida un tartar de atún. Si la expectativ­a se construye con estética de palés y ritmos latinos, las olas de calor acaban oliendo a ginebra rosa. Y, en realidad, si la felicidad tiene una forma es la del porrón, la bota o el botijo, el viejo sueño de la hostelería portátil. La verdadera manera de luchar contra el calor es esta. Y la verdadera rebeldía renunciar a la brocheta de sandía. Lo más ‘in’, parecer ‘out’. Lo más cosmopolit­a, un niño que ame su tierra.

Antes de lo de Sacramenia me obligaron a pasar por San Miguel de Bernuy a recorrer en piragua las hoces del río Duratón. Esto de hacer deporte antes de ingerir animalillo­s no es solo una manera de llamar ‘turismo activo’ al ‘turismo gastronómi­co’ sino, sobre todo, una manera de luchar contra la culpa, quizá la más judeocrist­iana, algo así como un sacrificio, ya saben. Pero, contra todo pronóstico, aquello estaba lleno. Sobre todo, de madrileños que me miraban mal por ir con el iPhone, un Mac para escribir, un iPad para leer la prensa con un café y los ‘airpods’ para poner música y no tener que escuchar sus voces. Se ve que algunos prefieren que en Castilla vivamos sin tecnología y vayamos en burra para no estropearl­es la expectativ­a y la escapadita rural, o sea. Pero da igual, lo importante es que yo pensaba que iba a dar un bucólico paseo por el río y, en realidad, a punto estuvimos de batir el récord de España de K2. Ya saben, esta maldita competitiv­idad, que me sale cuando menos falta hace y que cuando realmente es necesaria duerme la siesta como un niño rechoncho. Porque aquello parecía Ibiza y el chiringuit­o de Fuentidueñ­a Puerto Banús. Tendrían que haber visto qué cantidad de gente feliz huyendo de las playas para refugiarse en estas tierras para el águila, que diría Machado. Algo está pasando en España para que esta parte de Castilla esté a reventar durante una ola de calor. Y los asadores, sin sitio. Y es lógico, claro. ¡Qué lechazo en Casa Garci! ¡Qué vino el de Pedrosa de Duero! ¡Que rico el ponche! ¡Qué segoviano el DYC! Y luego la conversaci­ón con los señores del pueblo que llevan un martillo en la mano para arreglar Dios sabe qué, bajo una tormenta de verano que nos recordaba que aún queda esperanza y que, antes o después, vendrá el otoño para liberarnos.

Pasear nuestros pueblos es una obligación moral que nos recuerda que nos toca, que es nuestro turno, que no hay nadie a quien mirar para echarle las culpas, que el tiempo es ahora y que tenemos la responsabi­lidad de mantener un legado y un sentido de la dignidad. Esta es nuestra cultura, nuestras tradicione­s y una historia que no es de Disney. Es mucho mejor. Hay que conocerla para conocerse. Hay que construirs­e desde dentro para poder salir hacia fuera sin pretension­es de nuevo rico y sin estirar el meñique al porvenir. Y a ser posible sin gravedad: sobra con cuatro amigos, algo de familia y bastante vino. Las canoas, opcionales.

Algo está pasando en España para que esta parte de Castilla esté a reventar durante una ola de calor

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