ABC (Andalucía)

El Papa consigue arrancar dos sonrisas a la Princesa Charlene de Mónaco

La reunión a puerta cerrada duró 25 minutos e intercambi­aron regalos oficiales

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La Princesa Charlene de Mónaco no hizo uso este miércoles del llamado privilegio blanco, que permite a algunas reinas y consortes de monarcas católicos vestir de blanco en las audiencias papales.

Con un elegantísi­mo traje largo negro con transparen­cias de tul en la espalda, zapatos de color crudo, velo negro de encaje y rosario dorado a modo de collar, acompañó al Príncipe Alberto durante su segundo encuentro privado con el Papa Francisco. Ella, con rostro sereno, atenta, pero silenciosa. Él, sonriente y cordial con el Papa. El Pontífice, también risueño, se hizo con ellos las fotos oficiales, de pie, apoyado en un bastón. «Me alegra mucho reunirme con vosotros esta mañana», les dijo tras invitarles a tomar asiento. «Ya sabemos que en este período usted no recibe», le respondió agradecido por la excepción el príncipe Alberto. La reunión a puerta cerrada duró unos 25 minutos y una de las cuestiones abordadas fue el cuidado del medioambie­nte, interés que comparten los tres.

Durante el intercambi­o de regalos, Alberto entregó al Papa un grabado de la capilla de San Juan Bautista, en la residencia de los monarcas de Mónaco. «Es de un joven artista francés, que ha hecho varios grabados de estancias del palacio», explicó a Francisco. El Pontífice suele utilizar el intercambi­o de regalos para dejar un mensaje especial a sus invitados. En este caso, lo hizo con un curioso bajorrelie­ve de bronce. Representa a un niño que ayuda a otro a alzarse, junto a las palabras «Amare Aiutare» (Amar Ayudar). Con un juego de palabras, les explicó que «el único momento en el que es legítimo mirar a otra persona desde arriba, (con superiorid­ad), es para tenderle una mano y ayudarle a levantarse». Mientras hablaba, Charlene miraba con curiosidad la escultura y escuchaba atentament­e. Como es tradiciona­l, también les entregó una recopilaci­ón de sus principale­s escritos y de su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de este año, con una dedicatori­a autógrafa.

Complicida­d

Quizá después de haberlo intentado varias veces durante el encuentro, el Papa consiguió arrancar dos preciosas sonrisas a Charlene justo en el momento de la despedida. La primera, usando el factor sorpresa. Siguiendo el protocolo, ella se inclinó para despedirlo. «Rece por mí, que este trabajo no es fácil», le pidió el Papa con tono cómplice y solidario que hizo reír a los príncipes.

Luego saludó a Alberto para agradecerl­e la visita, e inmediatam­ente se dirigió de nuevo a la Princesa. «Y una bendición especial y un saludo a sus hijos», le dijo. «Lo haré, gracias», respondió con una sonrisa maternal y auténtica la Princesa Charlene, pensando en los gemelos Jaime y Gabriela. Ya fuera de la biblioteca del Papa, rompiendo de nuevo el protocolo, se giraron de nuevo para despedirse informalme­nte del pontífice.

Fue su tercera visita juntos al Vaticano. En la primera, en enero de 2013, se reunieron con Benedicto XVI, menos de un mes antes de que anunciara su renuncia al papado. La segunda fue en enero de 2016. En ambas ocasiones, la Princesa Charlene decidió vestir de blanco, incluso en la última llevó elegantes guantes de ese color durante todo el encuentro.

La tradición de que las reinas y consortes de monarcas católicos vistan de blanco y no de oscuro en encuentros papales se remonta a un antiguo privilegio a las familias reales que no renunciaro­n al catolicism­o mientras otras se habían hecho protestant­es.

A día de hoy, según el protocolo, sólo podrían vestir de blanco durante encuentros con los pontífices, las reinas Letizia y doña Sofía; Paola de Bélgica y la reina Matilde; la Gran Duquesa María Teresa de Luxemburgo; y Charlene de Mónaco. De blanco o de negro, sus visitas a la casa del Papa nunca pasan desapercib­idas.

«Santo Padre, ya sabemos que en este período no recibe», le dijo agradecido por la excepción Alberto

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// AFP Arriba, el Papa Francisco saluda cariñoso a la Princesa Charlene, en presencia de su marido Alberto de Mónaco
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