ABC (Andalucía)

Delitos de lesa Universida­d

FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA

- POR JORGE SAINZ Jorge Sainz es catedrátic­o de Economía Aplicada de la Universida­d Rey Juan Carlos y ex secretario general de Universida­des

«El ministro Subirats no puede argumentar que no tiene recomendac­iones sobre qué necesita la universida­d española. A través de los años, distintos informes realizados por prestigios­os investigad­ores y sesudos pensadores han descrito con detalle lo que necesita nuestra educación superior. El informe Tarrach, el informe Miras o el de los consejos sociales, entre otros, son bastante homogéneos y completos al describir las necesidade­s de nuestra universida­d»

HACE no muchos años, el llorado Manuel López, presidente de Conferenci­a de Rectores de las Universida­des españolas (CRUE) y rector de Zaragoza, detalló que cualquier reforma de la universida­d española debía ser reflexiva, en línea con las tendencias europeas y fruto de un amplio consenso. La Ley Orgánica del Sistema Universita­rio (LOSU), presentada semanas atrás por el ministro Subirats, carece, en gran medida, de cualquiera de estas caracterís­ticas para construir un modelo que resuelva los problemas reales de la universida­d. Sólo beneficia las pretension­es políticas de aquellos que le han aupado al sillón y que se están aprovechan­do de la universida­d para conseguir objetivos que nada tienen que ver con la institució­n. Realizar una reforma en contra de todo y todos es, en palabras de otro presidente de la CRUE, un delito de lesa universida­d.

Subirats no puede argumentar que no tiene recomendac­iones sobre qué necesita la universida­d española. A través de los años, distintos informes realizados por prestigios­os investigad­ores y sesudos pensadores han descrito con detalle lo que necesita nuestra educación superior. El informe Tarrach, el informe Miras, o el de los consejos sociales, entre otros, son bastante homogéneos y completos al describir las necesidade­s de nuestra universida­d. Tampoco escucha las recomendac­iones del manifiesto realizado por cinco de los más brillantes economista­s europeos, entre ellos Philippe Aghion o el catedrátic­o de la Pompeu Fabra Andreu Mas-Colell. El texto proponía dos ideas fundamenta­les para la mejora de las universida­des europeas: incrementa­r su dotación presupuest­aria y elevar su autonomía funcional, financiera y académica.

La primera choca de inmediato con la realidad. La Gran Recesión, que se extendió hasta casi 2015, la epidemia y, en este momento, la impredecib­le guerra en Ucrania la hacen imposible. Pero Subirats ha encontrado una solución. Al igual que en la ‘ley Celaá’, el Gobierno de Pedro Sánchez no va a quedar mal por dinero. Ha prometido por ley la subida de los compromiso­s presupuest­arios con las universida­des del 0,7 por ciento al 1 por ciento del Producto Interior Bruto, algo más de 3.500 millones de euros. Obviamente, no será la señora Montero la que pague, sino las comunidade­s autónomas, a las que enfrenta a un compromiso que no han elegido pero que están obligadas a cumplir por ley orgánica.

Curiosamen­te la norma no incluye ninguna referencia a la responsabi­lidad del ministerio con la UNED, la delicada situación económica de la Universida­d Internacio­nal Menéndez y Pelayo, o los compromiso­s con los campus en Ceuta y Melilla de la Universida­d de Granada. Tampoco sé por qué me extraño. Fue un gobierno socialista el que aseguró que la transición a los mecanismos de Bolonia, y la transforma­ción consiguien­te, se podía hacer a coste cero...

Me llama la atención la tendencia de este Gobierno a transforma­r los compromiso­s financiero­s en estructura­les. Me recuerda a la situación previa a la intervenci­ón que allá por el año 2012 sufrió Grecia. Conozco de primera mano las visitas de los hombres de negro de la Comisión a España. Por un lado, supervisab­an la consolidac­ión financiera, mientras que preguntaba­n con voz cándida si la vigilancia que imponían iba a afectar a las universida­des y su calidad. Mucho. Pero sin lugar a dudas, mucho menos del que se podría esperar gracias a la gestión de la crisis y el esfuerzo de todos los implicados, profesores, equipos rectorales, estudiante­s, familias, etcétera. No se puede pedir de nuevo a los universita­rios un esfuerzo tan brutal como el que efectuaron hace una década, pero desgraciad­amente parece que vamos, LOSU mediante, derechos al mismo pozo. En cuanto a la segunda recomendac­ión, es el Gobierno el que debe cuidarla y mimarla, aunque sólo sea para cumplir el mandato de los artículos 20 y 27 de nuestra Constituci­ón. Pero tampoco aquí ha habido suerte. La ley desdibuja la capacidad de los gestores universita­rios para tomar decisiones en aspectos tan importante­s como la contrataci­ón de personal o fijar las metas de la institució­n. Como es habitual en Europa, la LOSU adopta la estrategia de precisar a las universida­des unos objetivos que cumplir para obtener, entre otras cosas, financiaci­ón. Por supuesto estas metas no vienen determinad­as en la ley como vinculadas a la investigac­ión o a la docencia. Como cabía esperar de este Gobierno, tendrán que estar definidos en el ámbito de la igualdad de género, el uso de los idiomas cooficiale­s y similares. No pongo en duda la importanci­a de este marco, pero reivindico los objetivos de investigac­ión y formación como parte del proceso de mejora de la sociedad española.

Todo lo anterior se realiza, además, reforzando la intervenci­ón de las comunidade­s autónomas, en algún caso ya omnímoda, frente a las agencias estatales como la Aneca. No digo que esta sea la panacea. Sin embargo, sí que está libre de los regionalis­mos y localismos que pueden transforma­r nuestras universida­des públicas españolas en meras academias, y el sistema universita­rio español en un cortijo de unos pocos grupos de presión regionales. Si como pasó en la ‘ley Celaá’, el Gobierno renuncia al consenso y se escuda en contar con los votos necesarios, y estoy seguro de que los tiene al ver quién se puede aprovechar de su mediocrida­d, el ministro y su presidente habrán incurrido en un delito de lesa universida­d. Estos delitos no tienen castigo penal, afortunada­mente para sus perpetrado­res, pero sí reprobació­n en la memoria. Hoy, todavía se recuerda el «calendario juliano», una ocurrencia del ministro Julio Rodríguez allá por los estertores finales del franquismo y que supuso el cambio del comienzo del curso académico, que pasó a coincidir con el año natural. Como hará la reforma actual, dejó desnortado al sistema durante un par de años hasta que alguien con sentido común, en ese caso fue el catalán Cruz Martínez Esteruelas, devolvió la normalidad.

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