ABC (Andalucía)

Historias de una escalera y el escobón de Isidro

Corral da cuenta de lo vil o lo heroico que puede llegar a ser el ser humano

- ÁLVARO MARTÍNEZ

SE acababa en la checa o en la tapia por rezar, por leer el ABC, por no afiliarse a UGT o por torcer el morro cuando se hablaba de la República como una arcadia de dicha infinita. Con la historia pasa como con el mar, que a simple vista es azul pero si uno se detiene en su detalle ve que las infinitas gotas de agua que lo componen no tienen color y que ese azul en realidad es una ilusión óptica. A veces las cosas no son como parecen o como algunos quieren que perezcan. Vean si no ese adefesio histórico que hacen llamar ‘memoria democrátic­a’ – secuela de la ‘memoria histórica’ zapateresc­a– redactada al alimón por el superminis­tro Bolaños y la proetarra Aizpurua, cosas veredes… Más allá de las zarandajas, acudiendo al detalle se llega al conocimien­to más aproximado de la realidad y se terminan las sandeces. La Guerra Civil, por ejemplo, cada uno la pinta como quiere, normalment­e de rojo o azul, siendo minoritari­os los que optan por otro color salido de una paleta ajena al ojo de las ‘dos Españas’, como la que eligió Chaves Nogales, quizá porque su abuelo pintó el primer cartel de la Feria de Sevilla, en 1878, y su niñez la pasó entre pinceles. Fue el periodista sevillano pionero y casi un robinsón a la hora de contar la escabechin­a de los años treinta. Sus crónicas acudían al detalle y de ahí su verosimili­tud. Siguiendo la estela de esa corriente de lo minucioso, el periodista y escritor Pedro Corral, que lleva décadas investigan­do la Guerra Civil, pateándose los archivos, la Casa de Campo o el frente del Guadarrama en busca de sus vestigios, ha hilvanado en ‘Vecinos de sangre’ mil y una historias recopilada­s a pie de escalera gracias a los testimonio­s que terminada la contienda aportaron los porteros de fincas urbanas que vivieron la guerra en Madrid en aquellos años bárbaros. Ángeles y demonios. En no menos de 15.000 expediente­s ha hurgado la curiosidad de Corral, gota a gota, espanto a espanto, que radiografí­an el ‘terror rojo’ y la represión posterior al 1 de abril de 1939. Resulta abrumador pasear por la brutalidad de ese mosaico que conforman, con nombres y apellidos, las microhisto­rias que recoge el libro, fogonazos que dan cuenta de lo vil o lo heroico que puede llegar a ser el ser humano. Se acababa en la checa o en la tapia por rezar, por leer el ABC, por no afiliarse a UGT o la CNT, por ser monárquico, conservado­r o liberal o por torcer el morro ante un vecino cuando se hablaba de la República como una arcadia de dicha infinita. Cuenta Corral que Isidro Marcos, vecino del número 5 de la calle Escalinata, era barrendero desde octubre de 1934, en aquel golpe de Estado contra la II República apoyado por Caballero y Prieto, capitostes del socialismo de entonces, cuando el PSOE solo tenía cincuenta años de ‘honradez’. No secundó Isidro la huelga, pues bastante tenía con quitarse el hambre, y los milicianos se lo hicieron pagar dos años después. El 22 de julio de 1936 fue detenido por unos tipos armados, con mono azul, y asesinado al momento. Ni en darle el ‘paseo’ se entretuvie­ron sus matarifes. A los dos minutos yacía muerto en las mismas calles que barría. Nunca pensó Isidro empuñar otra cosa que no fuera su escobón pero aquella furia rabiosa se lo llevó por delante. La verdad está escrita, basta con saber leer.

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