Bruselas teme que la inestabilidad en Italia se contagie a toda la UE
▶ La Comisión apostaba por que Draghi se mantuviera el mayor tiempo posible
En la última semana, además de Boris Johnson en el Reino Unido, dentro de la Unión Europea han dimitido los primeros ministros de Bulgaria (Kiril Petkov) y de Estonia (Kaja Kallas) y ello no ha provocado ninguna emoción particular. El fin del Gobierno presidido por Mario Draghi en Italia, sin embargo, se ha sentido en Bruselas como un terremoto que ha sacudido los pasillos de la Comisión Europea. Italia es la tercera economía de la UE, con toda la influencia que ello representa para el resto del mercado único y al mismo tiempo acumula tal cantidad de problemas y desequilibrios que convierten a este país en uno de los eslabones más débiles de toda la economía europea.
El escenario de la guerra de Ucrania y las especiales relaciones que ha mantenido Italia con Rusia, especialmente en el aspecto energético, es probable que acaben ayudando a construir teorías conspirativas más o menos creíbles. En todo caso, para Bruselas el desorden político en Italia no es nunca bueno y en estos momentos es terriblemente peligroso.
Ha sido muy significativo el comentario que ha publicado Manfred Weber, el presidente del Partido Popular Europeo, que además de agradecer a Draghi su gestión durante los últimos meses, da a entender que contempla con cierto entusiasmo la perspectiva de unas elecciones anticipadas: «Gracias Mario Draghi» decía Weber en redes sociales. «Después de que 5 Estrellas votara en contra del Gobierno era imposible seguir con ellos. Ahora corresponde a los votantes decidir lo antes posible. Europa necesita un gobierno estable de centro-derecha en Roma. Y Forza Italia será una fuerza proeuropea y el PPE estará a su lado». El problema tanto para el PPE como en general para las instituciones comunitarias es que las encuestas las encabeza en estos momentos –y con diferencia– Fratelli d’Italia, el partido de Giorgia Meloni que milita en el grupo de los nacional-populistas, en la órbita de Vox, y cuya simpatía proeuropea es muy limitada.
Los populares han estado prácticamente fuera de la política italiana desde la dimisión de Silvio Berlusconi a finales de 2011, después de casi tres lustros de ser la fuerza dominante. La perspectiva de que el centro- derecha vuelva a gobernar en un país grande, una vez que han sido desalojados de Alemania, de España o de Francia, significaría un respiro para la principal fuerza en el Parlamento Europeo.
Sin embargo, el momento en el que se produce esta coyuntura no deja mucho margen de maniobra para el optimismo. Las últimas previsiones de la Comisión Europea advertían que después de un periodo de reactivaciónen de la economía italiana, «la pérdida de poder adquisitivo real de los hogares, la disminución de la confianza empresarial y del consumidor, los cuellos de botella en el suministro y el aumento de los costes de financiación ensombrecen las perspectivas». Draghi ha hecho todo lo posible para reduicr la dependencia energética de Rusia pero «las posibles interrupciones del suministro orientan a la baja las perspectivas», y además «se espera que el deterioro de las perspectivas de la demanda y el aumento de los costes de financiación hagan mella en la inversión empresarial, especialmente en maquinaria y equipos».
Esperanza frustrada
Ante este panorama en el que es de esperar que las protestas sociales aumenten y ante la incapacidad de los políticos italianos para encontrar un liderazgo estable –ya obligaron a repetir mandato como presidente de la República a un octogenario por no hallar un sucesor– para Bruselas la única esperanza era que Draghi fuera primer ministro el mayor tiempo posible porque tiene que aprobar el próximo presupuesto y poner en marcha las reformas necesarias si quiere desbloquear los fondos del próximo tramo del plan de recuperación de la Comisión Europea, esenciales para mantener sus cuentas públicas.
Paradojas de la historia, la dimisión de Draghi se produce el mismo día en el que Christine Lagarde, su sucesora al frente del Banco Central Europeo, ha tomado la decisión de subir los tipos de interés por primera vez en dos décadas. Él, que pronunció la histórica declaración en la que se comprometía a hacer «todo lo que sea necesario» para salvar al euro en la crisis financiera de 2008, ahora debe reconocer su impotencia para tratar de poner orden en su propio país, cuyo nivel de deuda acumulada ha alcanzado ya el 150% del PIB y sin posibilidad de reducirla ahora que los bonos italianos a diez años se cotizan ya al 4%.