Caster Semenya, vulgarizada
▶ La triple campeona de 800, eliminada en los 5.000 metros en su regreso a un Mundial
Fue un regreso gris, casi inadvertido. Una aparición triste para alguien acostumbrado a los focos y a los vítores. Caster Semenya regresó en la madrugada del miércoles a un Mundial después de cinco años de ausencia sin pena de gloria, eliminada de forma contundente en la primera serie de los 5.000 metros femeninos, la prueba que eligió para regresar al atletismo una vez que la Federación Internacional decidió vetarla en su prueba estrella, el 800, donde es triple campeona del mundo y doble oro olímpico.
Semenya ya se perdió el Mundial de Doha 2019 y los Juegos de Tokio 2020 por la prohibición que pesa sobre las atletas intersexuales, aquellas mujeres con cromosomas XY que producen más testosterona de lo habitual. Según las normas, disfrutan de una ventaja deportiva significativa sobre el resto de mujeres, por lo que para poder competir en las pruebas que van de los 400 metros a la milla deben medicarse para reducir de forma artificial la testosterona que su cuerpo produce de forma natural. Al menos, hasta 5 nanomoles por litro durante un periodo continuado de seis meses. Semenya se negó, aportó pruebas de que la medicación le causaba problemas cardíacos e inició una batalla legal que de momento va perdiendo. Ni el Tribunal de Arbitraje Deportivo ni la Justicia suiza le dieron la razón. Ahora pelea en el Tribunal de Derechos Humanos.
Mientras se resuelve su caso, que afecta a otras muchas atletas de primer nivel (la burundesa Francine Niyonsaba, la namibia Christine Mboma o la nigerina Aminatu Seyni también han tenido que cambiar de distancia), Semenya decidió dar el salto a los 5.000 metros buscando continuar en el atletismo. Nunca ha podido acercarse al rendimiento ni las marcas que logró en el 800, donde aún mantiene la cuarta mejor marca mundial de todos los tiempos. De hecho, la sudafricana no logró la mínima para Oregón. Solo la baja de varias atletas antes del campeonato permitió su inscripción.
En cierto modo, Caster Semenya desentonaba en la salida de esa primera serie. Más alta y musculada que cualquiera de sus rivales, todas ellas con un aspecto mucho más ligero y enjuto, la sudafricana destacaba en la formación. La estructura de su cuerpo no concordaba con la del resto. Fue recibida con aplausos desde la grada, homenaje a su espléndido pasado. Su presencia despertaba expectación, aunque había pocas dudas de que su paso por el Mundial sería efímero. En una carrera rápida, lanzada por la japonesa Ririka Hironaka, Semenya aguantó en el grupo de cabeza hasta el paso por el segundo kilómetro. A partir de ahí declinó. Finalmente cruzó la meta en decimotercera posición, antepenúltima en meta, a casi un minuto de la ganadora, la etíope Gudaf Tsegay. «Hacía mucho calor, no pude seguir el ritmo, he intentado aguantar todo lo que he podido. Pero esto es parte del juego», declaró Semenya tras la carrera. «Es genial poder correr aquí. El simple hecho de poder terminar los 5.000 metros, para mí es una bendición. Estoy aprendiendo y dispuesta a aprender aún más».
«Tiene derecho»
Su presencia en Eugene tenía más de reivindicación, de hacer visible su situación. Pero nada hace pensar que algo vaya a cambiar. «Ella tiene el derecho a estar aquí. Si decide competir en una distancia en la que no se aplican las restricciones, es su elección. Será tratada igual que cualquier otro atleta aquí», afirmaba ayer Sebastian Coe, el presidente de la Federación Internacional, molesto por el interés mediático que sigue suscitando el caso. «Siempre hemos seguido la ciencia, y la ciencia es clara: la testosterona es el principal factor de rendimiento, y mi responsabilidad es proteger la integridad del deporte femenino. Estoy cansado de discutir con sociólogos de segunda que intentan decirme a mí o a la comunidad científica que hay un problema. No lo hay».
«El simple hecho de poder terminar los 5.000 metros es una bendición; estoy dispuesta a aprender»