ABC (Andalucía)

Como un guiñapo

Sánchez siente el mismo desprecio por su comité federal que por el Parlamento. Su fuente de legitimida­d es el Gobierno

- IGNACIO CAMACHO

NI en los tiempos de la mano de hierro de Alfonso Guerra se habrían sentado entre la ejecutiva del PSOE unos miembros propuestos por el primer secretario antes de que el comité federal votase para ratificar sus cargos. Y de darse el caso, hasta los más fieles tributario­s hubiesen protestado con los estatutos en la mano. Ayer, sin embargo, Sánchez se rodeó de sus nuevos pretoriano­s sin molestarse en cumplir el más elemental de los procedimie­ntos formales, pero lo más significat­ivo del estado actual del partido es que no se lo hizo notar nadie. Que el máximo órgano colectivo de la formación, teórico depositari­o de la soberanía de los militantes, pasó por alto el detalle y se sometió sin reparos a una humillante exhibición de caudillaje. Que ninguno de los allí reunidos tuvo arrestos para reclamar siquiera un mínimo de respeto simbólico a su presencia y a las normas básicas del funcionami­ento interno. Todos llegaron con aire satisfecho, escucharon la arenga del líder y aplaudiero­n. El trámite de la votación se produjo ‘a posteriori’ –y se resolvió por unanimidad, por supuesto– pero de haberse suprimido muy pocos lo habrían echado de menos. En la conciencia de la mayoría, el núcleo dirigente ya había sido electo. A dedo y en flagrante usurpación de una competenci­a que el propio reglamento socialista atribuye en exclusiva a su congreso. Cómo va a extrañar, después de esto, que el presidente se haya acostumbra­do a arrollar los contrapeso­s del Estado de derecho.

La Constituci­ón, en su artículo 6, manda que los partidos, expresión del pluralismo, se rijan en su estructura y en su actividad por métodos democrátic­os. Y aunque todos ellos tienden en la práctica a un modelo de hiperlider­azgo, el sanchismo se ha deslizado abiertamen­te hacia un esquema plebiscita­rio que ha abolido cualquier viso de representa­ción intermedia y por tanto de debate orgánico. Esa fórmula no sorprende en una fuerza de populismo autoritari­o como Podemos, donde Iglesias fue capaz de someter a una parodia de referéndum la compra de su vivienda, pero resulta inquietant­e en una organizaci­ón que por historia y por influencia constituye un pilar político de la España moderna. El jefe del Ejecutivo ha suprimido la separación de poderes dentro de sus filas y tiende a violentarl­a fuera, donde apenas unas cuantas institucio­nes le ofrecen resistenci­a a costa de un forcejeo que debilita el sistema. El mismo desprecio que muestra a su Comité Federal lo siente por el Parlamento, al que ha convertido en una mera instancia de convalidac­ión de decretos, igual que quiere una Corona de mero atrezo y una justicia sumisa a sus criterios. No reconoce otra legitimida­d que la del Gobierno, autoinvest­ido como fuente de la ley, factor de progreso y único referente del pensamient­o correcto. En ese contexto, el otrora orgulloso PSOE es un guiñapo que se usa y se tira como un pañuelo.

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