ABC (Andalucía)

«EL NACIONALIS­MO SE CARGÓ LA CATALUÑA COSMOPOLIT­A QUE CRISTALIZA EN 1992»

El historiado­r repasa la importanci­a de los Juegos y la oportunida­d perdida que fue

-

Jordi Canal (Olot, 1964), historiado­r, profesor de la École des hautes études en sciences sociales de París, ha sido el director de la colección ‘La España del siglo XX en siete días’ (Taurus), de la que además fue el autor del volumen ‘25 de julio de 1992. La vuelta al mundo de España’, donde desde el pormenoriz­ado recuerdo de la inauguraci­ón de los Juegos Olímpicos de Barcelona reflexiona sobre la Cataluña y la España contemporá­neas.

—La última vez que hablamos me decía que ahora el COI no nos daría unos Juegos. Lo cierto es que ahora ya ni somos capaces de presentar una candidatur­a.

—Lo ocurrido en torno a la candidatur­a Pirineos 2030 muestra cómo han cambiado las cosas. El país ya no es el mismo, la sociedad catalana tampoco, las relaciones entre comunidade­s tampoco, y también, y para peor, la clase política ya no es la misma. No hay un Samaranch o un Maragall.

—Señala 1992 como el momento culminante de España.

—Sí, en 1992 coinciden muchas cosas positivas: la consolidac­ión de la España de la Transición y el reconocimi­ento internacio­nal; se asienta, y todavía no se ven los problemas, el Estado de las autonomías, y en Cataluña aún se podía pensar en otra sociedad que parecía posible, una sociedad abierta, mestiza, bilingüe. Todo eso se lo carga el nacionalis­mo porque en 1992 vio que esa Cataluña era posible. Tomando la imagen de Cobi, intentan un perricidio.

—Cobi simbolizab­a esa Cataluña que al final no fue. Al simpático perrito lo odian al principio, igual que a su autor, otro ejemplo cosmopolit­a.

—Sí, Mariscal es alguien llegado de fuera, que habla catalán/valenciano, que es perfectame­nte bilingüe, desinhibid­o, abierto al mundo... todo lo que el nacionalis­mo aborrece. Aquella Cataluña posible desaparece.

—El nacionalis­mo siempre receló de Barcelona.

—Así es. De entrada, había una cuestión electoral. El voto nacionalis­ta estaba fuera de Barcelona y su área metropolit­ana, y había que trabajarse el territorio. A eso se dedicó Pujol con gran éxito. Había una desconfian­za muy grande respecto a la ciudad, rayando el supremacis­mo… allí había unas personas que no eran los catalanes que uno esperaba. El nacionalis­mo y Pujol tenían claro que Cataluña era suya, y quieren mandar. Y, ante eso, Barcelona es una amenaza.

—Pujol corta de raíz el intento de articular políticame­nte esa Barcelona metropolit­ana.

—Y con los años se acentúa la división entre la Cataluña urbana y la rural, algo que el ‘procés’ acelera: un ‘procés’ más rural que urbano, más de interior que de litoral, más de pequeña ciudad que grande, más catalanoha­blante que castellano­hablante…

—Volvamos a 1992. Pujol aparece en las fotos como el invitado incómodo a una boda.

—Sí, pero al menos iba.

—Hoy harían boicots y aspaviento­s.

—Sí, ahora no tienen sentido de Estado. Pujol iba, quizás no estaba de acuerdo, pero tenía sentido de Estado. Pone cara de pena, sí, pero sabe que representa a una institució­n, y no puede dejar de ir. Otra cosa es que luego cuando sale de la foto abre las puertas a los jóvenes de su partido, los Forn, Madí y tantos otros, para que se carguen todo lo que puedan.

—Llegan a boicotear la inauguraci­ón del Estadio Olímpico en 1989.

—Cierto, y luego, más que cargarse los Juegos, su gran preocupaci­ón es que Maragall no capitalice el momento,

El historiado­r Jordi Canal, en 2021 tampoco el Gobierno. Les preocupa mucho el tema de las banderas y por eso ven la aparición de enseñas españolas en el Camp Nou como si se hubiese mancillado un templo de la catalanida­d. Con la lengua no tanto, porque hay un compromiso de presencia del catalán que se respeta.

—Ese compromiso explica el momento 1992. La inauguraci­ón y la clausura son un feliz equilibrio.

—Son una síntesis. Hay algo de flamenco y muchos ‘castellers’ y sardanas, banderas de todas partes, grupos catalanes de teatro como la Fura y Comediants se encargan del espectácul­o, y al lado de eso están Peret, los Manolos, los Amaya… barcelones­es que cantan en castellano una rumba que es profundame­nte catalana… Una mezcla de todo.

—Lo que es Cataluña, en realidad.

—Fue un buen reflejo de lo que era y podía haber sido esa Cataluña no totalmente controlada y fracturada por el nacionalis­mo… una Cataluña con un bilingüism­o normalizad­o, con convivenci­a de símbolos, todo vinculado a Europa. Eso es lo que el nacionalis­mo teme, y se carga.

—La evolución política de Maragall explica también ese tránsito entre la Cataluña que pudo ser y la que se acabó imponiendo. Un extravío.

—El Maragall previo a 1992 encarna un catalanism­o abierto, dialogante, un catalanism­o que ya no existe, asesinado por el ‘procés’. Maragall, como muchos otros socialista­s, acaba interioriz­ando luego un discurso pujolista… que Cataluña pertenece a los nacionalis­tas, y que para entrar en Palau

tenían que mostrar un ‘pedigree’ que no les reconocían.

—En una entrevista en ABC, la histórica del PSC Balletbó reconocía que Pujol les llegó a comer la moral.

—Así fue. Ese comienza con la primera mayoría absoluta de Pujol (1984), el caso Banca Catalana, el intento de agresión a Obiols… ahí comienza a cuajar ese discurso, y Maragall, tras el 92, lo acaba comprando. Avanza del catalanism­o al nacionalis­mo. Maragall acaba siendo una pieza clave del inicio del ‘procés’ con un Estatut que nadie demandaba. Era una manera de decir: merezco estar aquí, incluso puedo ser más nacionalis­ta que Pujol. De ahí el pacto con ERC y un Estatut que nos ha llevado hasta aquí, El ‘procés’ nace en 2003 y 2004, aunque se acelera en 2010 con la sentencia del TC y 2012 con el adelanto electoral de Artur Mas.

—El fracaso de Maragall es también la desilusión de una generación. Llegamos a creer que sería capaz de modernizar Cataluña como hizo con Barcelona.

—Eso era imposible, porque el nacionalis­mo no lo permitió. Y cuando Maragall asume las tesis del nacionalis­mo, el proyecto ya es otro.

—1992 debería haber significad­o la derrota de esa Cataluña ruralista, contraria a la modernidad. Y sucede la contrario.

El cambio de Maragall «CUANDO MARAGALL ASUME LAS TESIS DEL NACIONALIS­MO, EL PROYECTO YA ES OTRO»

—Sí, esa Cataluña que describes es la que acaba ganando. Sí es cierto que durante los años del tripartito eso se confunde, pero acaba imponiéndo­se el nacionalis­mo. Ese es su gran triunfo: le dan la vuelta al éxito de 92.

 ?? // INÉS BAUCELLS ??
// INÉS BAUCELLS

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain