ABC (Andalucía)

Cinco años de viacrucis del juez Llarena, bastión del Estado

▶ El instructor del ‘procés’ se ha encontrado con todo tipo de trabas que ha ido sorteando con enorme presión ▶ Las amenazas, pintadas, insultos y la compañía de cuatro o seis escoltas han sido una constante en este tiempo

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Un cajón lleno de cartas plagadas de amenazas y odio le recuerda cada día lo que ha cambiado su vida en los últimos cinco años, cuando sólo era conocido en la carrera judicial y podía caminar con total libertad por las calles de la que siempre considerar­á su tierra, Cataluña. Al principio ponía las misivas en manos de la Policía Científica. Después dejó de hacerlo. Se acostumbró a estar en la diana de los independen­tistas, a tener que caminar con cuatro o seis escoltas, a ver fotografía­s con su rostro en llamas, a que pintura amarilla en su portal le recordara que saben dónde vive. Como aquella noche en la que tuvieron que sacar a su familia de su domicilio casi de madrugada porque una multitud fuera de sí iba a increparle. O quizá a algo más. Fue uno de los momentos de mayor tensión en estos años. Acababan de detener a Puigdemont en Alemania. Todo apuntaba a que el expresiden­te de la Generalita­t sería entregado a España tras cinco meses refugiado en Bélgica.

Pero el viacrucis del juez Pablo Llarena no había hecho más que empezar. Lo que debería haberse saldado en un plazo de sesenta días, el que marca la euroorden, se ha acabado convirtien­do en una carrera de obstáculos: el próximo noviembre Puigdemont y los consejeros huidos Lluis Puig, Toni Comin y Clara Ponsatí cumplirán cinco años como prófugos de la justicia. Y es ahora, por primera vez en todo este tiempo, cuando por fin se ve la luz al final del túnel: todo apunta a que previsible­mente, ya después del verano, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea seguirá el criterio del Abogado General y dará la razón al juez y con él, a la justicia española.

Según el abogado del TJUE, cuyo criterio suele seguir siempre el tribunal, los magistrado­s de un país no pueden denegar una entrega cuestionan­do las competenci­as del tribunal emisor para enjuiciar al reclamado, que es precisamen­te lo que hizo Bélgica con el exconsejer­o Lluis Puig, el único de los huidos sobre el que las autoridade­s belgas ya han decidido: en enero de 2021 rechazaron su entrega alegando que el competente para investigar­lo y juzgarlo era el TSJ de Cataluña y no el Tribunal Supremo. Si el TJUE confirma en unas semanas esta argumentac­ión no solo abriría la puerta a volver a instar la entrega de Puig (algo plenamente justificad­o cuando un país no ha ejecutado correctame­nte el derecho comunitari­o), sino que pondría a este Bélgica en serios aprietos para sacar de la chistera un nuevo argumento que justifique su negativa a entregar a Puigdemont y los otros dos huidos.

Porque si por algo se ha caracteriz­ado la actuación de Bélgica en estos años es por unas trabas «difícilmen­te compatible­s con una herramient­a de cooperació­n judicial basada en la confianza entre los Estados y reconocimi­ento de sus resolucion­es judiciales», apuntan fuentes del Tribunal Supremo. Desde las primeras órdenes de detención internacio­nal y entrega (la cursada por la juez Carmen Lamela), en noviembre de 2017, Llarena las ha retirado hasta en tres ocasiones.

En su campaña de descrédito y afán de ridiculiza­r al juez español, los independen­tistas han vendido estos movimiento­s como debilidade­s, insegurida­des e incluso ignorancia del instructor, pero lo cierto es que cada una de sus actuacione­s y consecuenc­ias estaban medidas. Y respaldada­s por la Sala Penal del Supremo.

Convenienc­ia y oportunida­d

«Ninguna de estas decisiones fue improvisad­a. En cada momento ha visto la convenienc­ia u oportunida­d de mantener o retirar las OED en función de los efectos que esta orden de detención podía tener en el proceso penal que se estaba tramitando», comenta un compañero del magistrado. No hay duda de que todo habría sido mucho más ágil y menos costoso en términos personales y profesiona­les para el juez si España hubiera aceptado la entrega de Puigdemont solo por malversaci­ón, pero no habría sido justo teniendo en cuenta los delitos y penas a los que se enfrentaro­n y fueron condenados por estos mismos hechos los líderes del ‘procés’ que sí rindieron cuentas con la justicia.

Fue ese momento, el de la sentencia, el determinan­te para reactivar las euroórdene­s. Los delitos estaban ya definidos y la posición jurídica de España era mucho más sólida celebrado ya el juicio que cuando se libraron las primeras órdenes de detención internacio­nal, apenas un mes después del referéndum ilegal del 1-O. También cuando se cursaron las segundas, con motivo del auto de procesamie­nto, en marzo de 2018.

Pero vino el siguiente problema: tres de los huidos, entre ellos el ‘expresiden­t’, se refugiaron bajo paraguas de la inmunidad al concurrir y obtener escaño en las elecciones europeas. Puigdemont está pendiente ahora de que el tribunal europeo avale la retirada de esta inmunidad, tal y como acordó la Eurocámara. Esta será el último escollo que habrá que salvar antes de que Bélgica o cualquier otro país de la UE

en el que recalen los eurodiputa­dos pueda proceder a la entrega libre de obstáculos como los que paralizaro­n el procedimie­nto en Cerdeña. Si algo puso de manifiesto ese momento fue que el Ejecutivo no solo no había desplegado toda su red diplomátic­a para neutraliza­r las mentiras del independen­tismo, sino que sus servicios jurídicos tampoco echaron el resto en la defensa de los intereses españoles. Se vio cuando la entonces ministra de Justicia de Justicia Dolores Delgado se negó a defender al juez en la demanda civil que los líderes del ‘procés’ interpusie­ron contra él en Bélgica. Y más recienteme­nte con la ‘confusión’ que generó el representa­nte de la Abogacía del Estado en el tribunal europeo cuando sostuvo que las órdenes de detención de Llarena no estaban activas. Esta afirmación llenó de argumentos a las defensas de los prófugos y obligó al Tribunal Supremo a tener que explicar fuera de España que esas órdenes seguían plenamente vigentes pero a la espera de la respuesta de la justicia europea a la cuestión prejudicia­l que había planteado Llarena sobre la extralimit­ación de Bélgica.

Llarena siempre ha confiado en esta cuestión prejudicia­l, en la que ha puesto en evidencia la actuación de las autoridade­s belgas. Fuentes de su entorno aseguran que no sería comprensib­le que el TJUE aprobara la actuación de Bélgica ni de cualquier otro país que se extralimit­e a la hora de interpreta­r la euroorden. Hacerlo supondría «cargarse» esta herramient­a de cooperació­n y, con ella, uno de los pilares que sustenta la propia Unión Europea.

Desde la serenidad que da el tiempo y con aquel independen­tismo radical más sosegado, hace meses que los huidos han empezado a entender que ya no son héroes para los suyos y que no hay atajos que les permitan volver a España sin pasar por el Supremo. Meritxell Borràs y Anna Gabriel son ejemplos de ello.

Tensa calma

También desde hace tiempo el magistrado está en una situación más cómoda. Las fuertes presiones nacionalis­tas de los dos primeros años han dado paso a una tensa calma que ha permitido al juez recuperar en parte su vida, su afición a las motos y a la gastronomí­a con un buen vino sobre la mesa. Una imagen que está muy lejos de quien se lo imagina esperando al malvado en una mecedora con una escopeta en la mano. La justicia española ha hecho todo lo que tenía que hacer y lo que pase a partir de ahora ya será responsabi­lidad de otros.

Cuando sus amigos le preguntan si ha merecido la pena, Llarena suele contestar que sí, que el desgaste ha sido enorme pero no más que su vocación de servicio público. Y el hecho de que el Estado le haya asignado una tarea de esta entidad y responsabi­lidad sólo le puede producir «satisfacci­ón y orgullo».

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// ABC DETENCIÓN EN ALEMANIA Puigdemont sale de la cárcel de Neumünster (Alemania) tras su detención en marzo de 2018. El tribunal de Schlewig Holstein cuestionó la rebelión.
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ABC El juez Pablo Llarena
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