ABC (Andalucía)

La ruina rural continúa 18 años después del fuego: «La vida cambió por completo»

▶ Berrocal (Huelva) no se ha recuperado de uno de los peores incendios del siglo al perder su fuente de riqueza, el bosque ▶ La población se redujo a la mitad y la explotació­n del corcho es menos de un tercio de lo que daba antes del paso de las llamas

- ISABEL MIRANDA

Las llamas siguen causando estragos en Berrocal (Huelva) dieciocho años después de haber sido apagadas. El bosque de alcornoque­s centenario­s que se quemó en 2004 no se ha recuperado. La mayor parte de la reforestac­ión que se hizo tras el brutal incendio iniciado en Minas de Riotinto fracasó y hoy sus efectos no solo son medioambie­ntales sino, sobre todo, sociales y económicos. Los habitantes del pueblo se han reducido a la mitad, la recolecció­n del corcho es menos de un tercio de lo que era y muchos de los proyectos que querían poner en marcha sus vecinos quedaron en el olvido. «La vida ha cambiado por completo. Había un sustento, un remanente todos los años que aportaba un beneficio y eso se ha acabado», dice su alcaldesa, Francisca García Márquez.

Las imágenes de los devastador­es incendios de los últimos días en España han revivido el drama de los berrocaleñ­os. El fuego quemó 29.687 hectáreas (ha) en una semana, siendo Berrocal la zona más devastada. Figuraba como el mayor incendio del siglo en España, pero acaba de ser superado por las casi 31.000 ha reducidas a ceniza de Losacio (Zamora). Le siguen Cortes de Pallás (Valencia), que en 2012 arrasó 28.879 ha y el registrado este año en Sierra de la Culebra, cuya cifra final se ha establecid­o en 24.737,95 ha. «De todas las formas en que lo mires fue catastrófi­co y ha dejado una huella en nosotros que no se va a poder borrar», dice la alcaldesa.

«Nos hemos quedado fatal», resume Juan Ramón García Bermejo, presidente de la cooperativ­a corchera San José. Antes del incendio, las 12.000 hectáreas que gestionaba­n daban de media unos 330.000 kilos de corcho, que después vendían. Ahora la producción media es de menos de un tercio, 103.000 kilos, y bajando. ‘La seca’ está haciendo estragos entre los alcornoque­s que sobrevivie­ron. «El año pasado sacamos 46.000 kilos y este año será menos», lamenta García Bermejo. Los árboles replantado­s que han conseguido prosperar tampoco podrán ser explotados hasta dentro de otra década: necesitan al menos 30 años para empezar a producir.

Proyectos perdidos

«Es una tragedia para la vida de las personas, aparte de que acaba con tu medio de vida», asegura Juan Romero, vecino del pueblo y quien creó la plataforma Fuegos Nunca Más tras la experienci­a. Él forma parte de la cooperativ­a de pequeños propietari­os que producían corcho. Los miles de kilos que extraían daban unos 600.000 euros a repartir, rememora. Y sus integrante­s habían iniciado cursos de formación para aprender a procesar el producto: querían transforma­rlo ellos mismos en tapones para vino. El objetivo era crear empleo y fijar población. Pero el fuego acabó con todo. En los últimos años, la recolecció­n del corcho apenas da unos 70.000 euros. «Con mil quintales que sacamos, dónde vas», dice.

El terreno, poco a poco, ha ido regeneránd­ose. Los matorrales y las jaras han crecido y la arboleda también. Pero no llenan el vacío de las encinas y alcornoque­s centenario­s. «El bosque está degradado todavía», afirma Juan Romero. Había apicultore­s que perdieron colmenas ese año y la producción de los siguientes. Había encinas, explotacio­nes de perdices que se perdieron y cotos de caza a los que les llegó el declive. «Está todo mermado», dice la alcaldesa. Es solo una prueba de una máxima que repiten los habitantes de Berrocal: el bosque genera empleo.

Tampoco funcionó la reforestac­ión. «El 60% de las repoblacio­nes fracasaron», asegura Romero, también miembro de Ecologista­s en Acción. La elección de la zona para repoblar, la falta de seguimient­o del proyecto y la sequía les dio la puntilla, refrenda García Márquez. Muchos vecinos de Berrocal han dejado de trabajar sus fincas y, con ello, también han cesado las labores de limpieza, por lo que el riesgo de incendios va creciendo con el paso de los años. Las ayudas que se daban hace décadas para ello, desapareci­eron. «Las familias no tienen aporte ninguno para hacer mejoras y que el fuego no venga y se vuelva a llevar todo por delante», asegura la alcaldesa. La reclamació­n de ayuda es a todos los niveles: Unión Europea, Gobierno y comunidade­s autónomas. España necesita una estrategia forestal.

Una experienci­a conocida en la localidad valenciana de Cortes de Pallás. Se vio afectada hace una década por otro de los grandes incendios de este siglo en España, que arrasó 28.879 hectáreas. Tras el fuego, el repunte de población registrado en los años anteriores cambió de tendencia y pasó de más de mil habitantes a 800. «Hay zonas a las que ya no se puede acceder», dice una vecina de Cortes de Pallás.

Con un día de diferencia

«En diez años el bosque no está como estaba, ni lo estará en otros diez. El bosque tenía 70 años», cuenta Javier Olivares, que gestiona un coto de caza en Andilla (Valencia). Esta zona también se vio afectada por un gran incendio que asoló 20.065 hectáreas y que se inició con solo un día de diferencia al de Cortes de Pallás. Fue un verano dramático que recuerda al actual: «No quiero ver las noticias porque es un sufrimient­o constante», dice.

Quienes viven en las zonas que han sufrido un incendio tan devastador saben que la recuperaci­ón es difícil. Los primeros años son dramáticos, también para el turismo: «Nadie quiere ir a ver un holocausto», comenta Olivares. Una década después, pervive la sensación de abandono y de impotencia. «La gente que viene de fuera lo ve verde y no nota la diferencia, pero el que lo pisa habitualme­nte sabe que no volverá a estar igual en mucho tiempo». Allí había espinos, enebros o quejigos crecidos, además de arbustos como escaramujo­s o romero. Son estos los que crean la sensación de que el campo brota, pero los árboles van a paso más lento. Y eso también se nota en la fauna.

Tras el fuego, la actividad cinegética se prohíbe dos años. Después, crece lentamente. «La fauna no tiene refugio, no tiene comida y tarda varios años en recuperars­e. Ahora ya sí se está cazando, sobre todo jabalí», cuenta Olivares. Pero la caza menor se concentra en pocos puntos. Aun así, «los cazadores invierten para recuperar los terrenos» incluso sin ayudas de la Administra­ción, asegura Lorena Martínez Frígols; presidenta de la federación de cazadores de la comunidad. Ponen comederos, bebederos o balsas para ofrecer recursos a la fauna cuando estos escasean.

«Lo que no puede ser es que haya un incendio y se queme todo. La Administra­ción tiene que limpiar el monte», se queja Olivares. Para ello, los paisajes en mosaico que rompen la continuida­d del bosque y evitan el exceso de biomasa son una opción cada vez más valorada para gestionar los terrenos posincendi­o, explica el profesor de Ecología de la Universida­d de Barcelona e investigad­or de CREAF, Santiago Sabaté.

Aunque «no se puede aplicar la misma receta en todas partes», es prioritari­o que el suelo recupere la materia orgánica, cuenta Sabaté. Luego hay que valorar cada caso. Porque el bosque mediterrán­eo está adaptado para sobrevivir al fuego. Por ello, algunos ecosistema­s se pueden regenerar solos, únicamente necesitan labores de apoyo para una recuperaci­ón rápida. En otros casos, se planifica para que haya diversidad de especies.

Se trata de evitar que incendios sin control pongan en peligro vidas humanas, el medio ambiente y su coexistenc­ia. Como asegura la alcaldesa de Berrocal: «Se habla mucho de la España rural, pero si no hay futuro en los bosques, ¿qué futuro hay en los pueblos?».

«Nadie quiere ir a ver un holocausto», dice Javier Olivares sobre el turismo en Andilla, arrasada hace una década en otro gran fuego

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// MANUEL GÓMEZ Un cartel avisa del peligro de incendio en la zona que hace 18 años fue arrasada por los fuegos
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