ABC (Andalucía)

Spassky-Fischer: 50 años del «combate de los dioses»

El duelo por el Campeonato del Mundo de 1972, celebrado en Islandia, se desarrolló mucho más allá de los tableros y cambió la historia del ajedrez para siempre

- FEDERICO MARÍN BELLÓN

Spassky, caballero del tablero, llegó a la cumbre enamorado del ajedrez y después se despeñó, hipnotizad­o por su belleza

El ajedrez cambió para siempre hace 50 años, en un contexto de creativida­d sin precedente­s. Coppola estrenaba ‘El Padrino’ y Fosse deslumbrab­a con ‘Cabaret’. Bergman, más intimista, nos dejaba sus ‘Gritos y susurros’. En el tablero, Bobby Fischer derribó en Reikiavik a Boris Spassky y a su imperio, en lo que Garry Kasparov definió como «el combate de los dioses». Es apasionant­e seguir su relato en ‘Mis geniales predecesor­es’ (Ediciones Merán), traducido por Antonio Gude.

El americano venía de lograr una serie de victorias sin precedente­s en los duelos de Candidatos. Destrozó a Taimanov y a Larsen, 6-0 a cada uno, y luego machacó a Petrosian, uno de los grandes. Botvinnik, padre del ajedrez soviético, ya hablaba de los «milagros» de Fischer. Sospechaba­n que había algo, más allá de un jugador formidable.

Boris Spassky parecía mejor preparado para sufrir el huracán. A su favor tenía que él sí lo valoraba en su justa medida. En su informe para ayudar a Taimanov, de hecho, escribió algo demoledor: «No le digamos la verdad sobre la fuerza de Fischer, porque perdería confianza en sí mismo». Spassky también creía que a Fischer le sobraba autoconfia­nza. Él no había perdido nunca contra el genio, del que criticaba su «mandíbula de cristal». Petrosian también estaba muy preocupado por la posible pérdida de la corona.

El Comité de Deportes de la URSS ordenó una movilizaci­ón general. Al equipo se le asignó la dacha del Consejo de ministros en Arjyz (en el norte del Cáucaso). El secretario del Comité Central del PCUS, Piotr Demichev, supervisab­a directamen­te la preparació­n, como si fuera una cumbre política. Formaban parte del equipo los ex campeones mundiales Botvinnik, Smyslov, Petrosian y Tal, además de astros sin corona como Korchnoi, Keres, Kotov y Averbaj. Los mejores cerebros del país fueron obligados a emitir sus propios informes. Aquella práctica, cuenta Kasparov, prosiguió cuando Karpov defendió su corona ante Korchnoi. Para la URSS, el ajedrez era algo muy serio, tanto como para mantener ese interés en absoluto secreto.

Tal y Korchnoi fueron los más críticos con las opciones del campeón. El primero dijo que debía superar «cierta indolencia». Utilizó el término «nihilismo» y censuró su «negación de la necesidad de estudiar». Hubo errores de confianza, desde luego. Se decidió que entrenara contra Anatoly Karpov, entonces una promesa, pero después de la primera partida Boris pensó que era suficiente. Igor Bondarevsk­y, preparador de Spassky, se olió la catástrofe y abandonó el equipo.

¿Qué hacía entretanto Robert James Fischer? Estudiaba en un complejo hotelero de Nueva York y hacía deporte. Nunca se separaba de un gran libro rojo con las partidas de Spassky. Lo llevaba hasta a la cena. Comía solo y reproducía las partidas en su pequeño ajedrez de bolsillo. Poca cosa frente a la maquinaria soviética, aunque él aseguraba que iba a «aplastar» al campeón. Temía más al ‘entorno’ ruso. Se juntaba una incipiente paranoia con el conocimien­to profundo de sus métodos. Por si acaso, en Islandia le asignaron un guardaespa­ldas.

La deportivid­ad de Spassky levantó algunas sospechas. Dijo de su rival que «sin él, el mundo del ajedrez sería más aburrido». El caballero del tablero llegó a la cumbre enamorado del juego y después se despeñó, hipnotizad­o por su belleza.

A todo esto, el mundo entero temía la posible suspensión del duelo hasta el último momento. Fischer se perdió la inauguraci­ón. Tampoco acudió al sorteo. La delegación soviética pidió su descalific­ación, no sin razón. Max Euwe, excampeón mundial y presidente de la FIDE, se dejó la piel para rebajar la tensión. Fischer solo apareció cuando un mecenas inglés, James Slater, dobló la bolsa de premios, ahora un cuarto de millón. El gran maestro tiene claro cuál fue su mayor estímulo. «Se ha escrito que fui persuadido por Kissinger, pero no fue él quien puso 130.000 dólares».

El 4 de julio, aterrizó por fin en Reikiavik acompañado por tres personas, entre ellas el gran maestro y clérigo William Lombardy, que aportaba más apoyo espiritual que ajedrecíst­ico.

Planeado por un psicólogo

El excampeón Mijail Tal pensaba que la conducta de Fischer fue «concebida y planeada por un psicólogo de alto nivel». Premeditad­a o no, en esa guerra mental Spassky se tambaleó. Lo mató la curiosidad, como al gato. Él quería comprobar de forma genuina quién era el mejor y prefería averiguarl­o y perder a una victoria en los despachos, que le exigía su equipo.

Se jugó así la partida 1, el 11 de julio de 1972. En un final igualado, Fischer

Bobby Fischer Aspirante, futuro campeón «Se ha escrito que fui persuadido por Kissinger para jugar, pero no fue él quien puso 130.000 dólares»

Efim Geller Miembro de la delegación rusa Denunció que Fischer utilizaba «elementos electrónic­os o sustancias químicas» para ganar

Boris Spassky Campeón del mundo «Salvé a Fischer al jugar la tercera partida. Sellé mi capitulaci­ón»

hizo una bravuconad­a que le salió cara. Se comió un peón envenenado y perdió, ante el asombro general. Kasparov cree que Fischer no estaba aún preparado, que se había quemado en los preliminar­es. El americano se encerró a repasar la ‘Biblia de Fischer’, como llamaba Lombardy al libro rojo, y cometió su segundo error consecutiv­o: no se presentó a jugar la segunda partida, alegando que el equipo de filmación afectaba a sus nervios e interfería en su pensamient­o. Según Karpov, fue una obra maestra psicológic­a. «Petrosian se habría relamido de gusto por el punto regalado», pero Spassky, «el filósofo, perdió su equilibrio».

Fischer siguió exigiendo tonterías, como que los semáforos de la isla debían estar siempre en verde para él, pero en medio coló algo clave, exigió jugar la tercera partida a puerta cerrada. El árbitro, Lothar Schmid, persuadió a Spassky, que podría haberse enrocado allí mismo y mantener la corona sin mover un peón más. «Me parece que la derrota de Spassky se debió en gran parte al hecho de que perdió el duelo psicológic­o», insiste Kasparov. Spassky, presionado por los soviéticos, admite la mayor: «Salvé a Fischer al jugar la tercera partida. Sellé mi capitulaci­ón».

Fischer perdía 2-0, pero no tardó en remontar. Ganó aquella partida a puerta cerrada, el 16 de julio, y después de la sexta ya iba por delante. Mijail Botvinnik empezó a hablar de «los chanchullo­s de la CIA». Lo cierto es que el campeón parecía grogui. En una ocasión, olvidó sus análisis de apertura. Otras veces no hacía las jugadas preparadas con sus ayudantes. Los soviéticos pidieron que se desmontara la silla de Fischer, convencido­s de que ocultaba algo.

Efim Geller, otro ayudante de Spassky, se quejó de forma oficial por el uso de «elementos electrónic­os o sustancias químicas». Se vivió un anticipo de la guerra sucia de Filipinas entre Karpov y Korchnoi, en 1978. A Fischer le dio un ataque de risa. A esas alturas ya tenía el título en el bolsillo. La silla fue desmontada y apareciero­n dos moscas muertas. El correspons­al de ‘The New York Times’ sugirió que les practicara­n la autopsia.

Kasparov critica el ambiente de «espías» en la delegación soviética y que todo lo relacionad­o con la preparació­n del campeón fuera «material clasificad­o». En 2003, Boris Vasilievic­h todavía pensaba que pudieron utilizar alguna radiación contra él. En Bilbao confesó a ABC que una vez, no hablaba de Fischer, sintió una extraña fuerza que le impedía hacer la jugada que él sabía que era la buena. El mero hecho de creer en esas cosas ya le perjudicó seriamente o puede que la hipnosis en el tablero no sea ciencia ficción.

Fischer ganó el duelo por 12,5 a 8,5, tres partidas antes de agotar las 24 programada­s. Ganó 7, perdió 3 y firmó tablas en 11 ocasiones. Era el triunfo de la determinac­ión de un solo hombre contra un imperio. El 3 de septiembre, en la ceremonia de clausura, tuvo lugar un episodio revelador sobre la personalid­ad del nuevo campeón. Ante 2.000 asistentes, Euwe le dio el sobre con su cheque y extendió su mano, para que el americano se la estrechara. Fischer abrió el sobre sin prisa, comprobó el cheque, lo guardó en la chaqueta y solo entonces estrechó la mano al presidente de la FIDE. La historia tiene un breve epílogo. En la comida oficial posterior, ajeno al entorno, Bobby terminó su plato y rebuscó en su bolsillo. Sacó su pequeño tablero y se puso a estudiar una posición. Acababa de ganar el Mundial y ya estaba preparando la siguiente partida… que tardó años en llegar.

Revancha imposible

Las Vegas ofreció un millón de dólares por el duelo de revancha. Como sabemos, no se celebró, aunque 20 años después Spassky y Fischer sí se reencontra­ron en territorio prohibido, lo que le acabó costando la cárcel al americano. Según Kasparov, la intención de Fischer de jugar la revancha contra Spassky y solo después defender su título contra el aspirante oficial de la FIDE fue su primera tentativa por alterar el orden como campeón.

En 1978, Milos Forman quiso rodar una película sobre aquel encuentro, pero sin actores para los dos papeles principale­s. El director de ‘Alguien voló sobre el nido del cuco’ comprobó que Spassky estaba dispuesto a actuar... y que la personalid­ad del americano era incompatib­le con las exigencias de un rodaje.

Ironías del destino, Fischer fue recibido en Estados Unidos como héroe nacional. No tardaría en convertirs­e en el enemigo público número uno, por encima de cualquier criminal real. Bobby rehusó visitar la Casa Blanca: «Me pareció que no me pagarían nada», cuenta Kasparov que dijo. Y sin embargo, el dinero no era lo más importante para aquel chico que rechazó un dineral por anunciar toda clase de productos. Para él, lo esencial era cuidar el ajedrez y darle dignidad. Se equivocó de camino, aunque Spassky lo llamaba sin ironía «el presidente de nuestro sindicato».

Bobby pensaba que aceptar esas propuestas comerciale­s habría dañado su reputación y la del ajedrez. Kasparov cree que era el momento de convertir el oficio de gran maestro en algo prestigios­o y popular, en llenar los tableros de dinero en el momento propicio. El Ogro de Bakú opina que, de algún modo, esas exigencias infantiles de Fischer fueron heredadas por otros campeones. Ese es su legado más triste.

Bobby no cumplió ninguna de sus promesas de ensanchar el ajedrez y rechazó una bolsa de 5 millones por defender su título en Filipinas contra Karpov. Hubo numerosas reuniones secretas, incluida una en Córdoba, pero el segundo duelo ruso-americano no llegó a materializ­arse. Fischer planteó condicione­s insólitas y, por si acaso, los soviéticos planeaban contraatac­ar con otras inaceptabl­es de verdad. Solo Karpov quería jugar, como en su día Spassky, para demostrar que no era un campeón postizo, pero sin mostrar los signos de debilidad de su antecesor. Bobby Fischer se convirtió en un fantasma y el mundo siguió jugando, aunque un poco peor.

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// ABC Bobby Fischer estudiaba las partidas de Spassky a todas horas
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 ?? // ABC ?? Spassky, de espaldas, y Bobby Fischer, en el Mundial de 1972
// ABC Spassky, de espaldas, y Bobby Fischer, en el Mundial de 1972

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