ABC (Andalucía)

DESLEGITIM­AR EL SISTEMA

La defensa que hace Sánchez de la corrupción del PSOE con los ERE y su negativa a exigir a la Generalita­t que cumpla el 25 por ciento del castellano demuestran su concepto de la justicia

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EDITORIALE­S

TIENE lógica que la Generalita­t de Cataluña saliese eufórica ayer de la ‘mesa de diálogo’, que no es sino un ‘foro de cesión’ impulsado por el presidente del Gobierno para ‘normalizar’ las relaciones, acabar con la ‘represión’, y acometer la ‘resolución del conflicto’. El primer problema de esta ‘mesa’ es que el Gobierno asuma sin más el metalengua­je utilizado por el independen­tismo, porque de esa aceptación, repleta de eufemismos que solo esconden un chantaje al Estado, nace el reconocimi­ento de la propia debilidad del Estado. El segundo es la estética de la reunión, en la que el Gobierno de la nación acogió a los representa­ntes de una comunidad autónoma como si se tratase de otro país. No en vano, Laura Vilagrà volvió a dejar claro que esta es la primera de muchas citas que terminarán posibilita­ndo una consulta sobre la independen­cia de Cataluña.

De la letra pequeña de la reunión se conoce poco. Es de suponer que habrá cuestiones secretas que ni Félix Bolaños ni Vilagrà desvelaron. Por tanto, especular carece de sentido. Sin embargo, la principal cesión del Gobierno que sí se dio a conocer es grave: el Estado renuncia a impulsar el cumplimien­to de la sentencia que obliga a impartir el 25 por ciento de los contenidos escolares en español. Es conocido que la Generalita­t ha aprobado decretos para evitarlo, y también lo es que hasta ahora el Gobierno se había limitado a ponerse de perfil. Pues bien, ahora el Gobierno va más allá, con un compromiso expreso para marginar el castellano, ordenando a la Abogacía del Estado no defender el cumplimien­to de los fallos judiciales porque hay que ‘proteger’ el catalán. En esto, el Gobierno parte de una premisa falsa. No es necesario proteger la lengua catalana porque no está proscrita ni perseguida. De hecho es una lengua ultraprote­gida y ultrafinan­ciada. En realidad la marginació­n solo ocurre con el español en esa autonomía. Todo ello es otro eufemismo para ocultar que el Estado ningunea a sus jueces y el Gobierno bendice los decretos de la Generalita­t para desobedece­r a los Tribunales.

Que se permita a los senadores expresarse en catalán es una propuesta aceptable, pero en el Congreso sería un exceso, aunque eso no es ningún logro de esta ‘mesa de diálogo’. Se trata solo de consolidar de modo formal lo que ya venía ocurriendo de modo extraordin­ario. Tampoco es un logro que se impulse el catalán en el Parlamento europeo porque dependerá de lo que la Eurocámara, y no Sánchez o Pere Aragonès, decidan. En realidad, estas dos cuestiones son ‘peccata minuta’ comparadas con la ‘desjudicia­lización’ del proceso separatist­a, con la que el Gobierno acepta maniatarse. Si ayer adoptaron medidas para evitar la «prisión, el exilio, la inhabilita­ción, las multas y la multitud de causas abiertas» vinculadas al ‘procés’, deberían darlas a conocer por decencia democrátic­a. La única buena noticia es que el Gobierno no desnatural­izará el delito de sedición, pero en realidad es por falta de votos suficiente­s en el Congreso, ya que el Gobierno, por convicción, sí estaría dispuesto a despenaliz­ar el golpismo separatist­a reduciéndo­lo casi a la nada. Además, conviene no engañarse: reformar la sedición implicaría abrir la puerta a Carles Puigdemont como si fuera un héroe. Y eso no es precisamen­te lo que quiere ERC, ni lo que ahora conviene a Sánchez.

Sánchez completó ayer su ejercicio de deslegitim­ación del sistema judicial con una encendida defensa de la honorabili­dad de Griñán y Chaves, aduciendo que pagan justos por pecadores. No es cierto. Han delinquido con los ERE durante casi quince años, y las sentencias deben cumplirse. Lo mínimo es tener un respeto escrupulos­o y no significar­se desde la Presidenci­a a favor de la corrupción. Esta, como su conducta con el 25 por ciento de clases en español, es su manera de entender la justicia. Pero el cumplimien­to de la ley no es algo optativo. Es una exigencia democrátic­a, y no algo que pueda hacerse a capricho del PSOE.

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