ABC (Andalucía)

Epidemia de facilismo

La obsesión por despojar a la Selectivid­ad de su intrínseco carácter selectivo ha hecho que pierda todo su sentido

- IGNACIO CAMACHO

DEBERÍAN de atreverse a quitar la Selectivid­ad de una vez por todas. Así no habría que cambiarle el nombre y llamarla EBAU para que parezca otra cosa, aunque todo el mundo siga usando la denominaci­ón histórica. Que se atrevan a suprimirla en lugar de tanta reforma. Siempre será mejor, o más honesto, que rebajar año tras año su nivel intelectua­l y su calidad (?) científica para adaptarla a los postulados simplifica­dores de la pedagogía ‘progresist­a’. Estrategia con la que además el ministerio sólo ha logrado el efecto contrario: que el listón de corte para los estudios más demandados pase a ser mucho más alto. Es decir, minimizar el valor de los aprobados multitudin­arios y aumentar la frustració­n vocacional de los aspirantes y su sensación de fracaso. La obsesión por quitarle a la Selectivid­ad su intrínseco carácter selectivo ha hecho que pierda todo su sentido y las facultades más solicitada­s han encontrado el modo de protegerse de la epidemia de facilismo. Una nota más elevada, un embudo más estrecho y asunto concluido. Sencillo.

Ahora se anuncia otro proyecto. Siempre en la misma dirección: menos esfuerzo, menos pruebas, menos tiempo, menos asignatura­s, menos rigor académico. Menos, menos, menos. Si se trata de reducir quizá sería más eficaz hacerlo por completo, liquidar el actual modelo y que cada centro, si lo considera necesario, organice un examen de acceso con sus propios criterios. Hace tiempo, por otra parte, que algunas autonomías se quejan con razón de la incongruen­cia que supone un distrito único nacional sin una prueba homogénea, lo que provoca que alumnos procedente­s de territorio­s con menor exigencia copen en otras regiones las principale­s carreras. Pero la prioridad gubernamen­tal está más atenta a la elevación –por el método del rasero bajo– de las calificaci­ones medias y la consiguien­te mejora de posiciones en las estadístic­as europeas.

Ese resultado ya lo ha obtenido en el Bachillera­to, donde el suspenso ha quedado abolido, el notable sale regalado y el sobresalie­nte se ha convertido en cotidiano. El conjunto de facilidade­s no sólo devalúa la EBAU sino que banaliza los títulos universita­rios, y pronto acabará trivializa­ndo también los de posgrado. El ascensor social no avanza así más rápido porque las familias acomodadas sufragan a sus vástagos másteres de élite cuyos egresados alcanzan de inmediato los puestos más valiosos del mercado de trabajo. El mecanismo de selección económica y social siempre encuentra atajos, y el único modo de promociona­r a las clases populares consiste en fomentar el ejercicio meritocrát­ico. Que es justamente lo que descarta nuestro sistema educativo con su máquina expedidora de currículos depreciado­s y de diplomas sin prestigio. Alguien debería decirles a los muchachos que al final de ese camino tan asequible y libre de compromiso­s les espera el desengaño de un amargo espejismo.

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