ABC (Andalucía)

Tras la estela de la Pinta

El Monte Real Club de Yates organizó en 1972 la regata oceánica más importante de las celebradas en cuanto al número de participan­tes. 48 barcos de 35 clubes de 11 países y unas 500 personas a bordo

- ROSANA CALVO

Partieron el 29 de junio de Bermudas rumbo a Bayona con el objetivo de replicar la navegación que 479 años antes, en 1493, había realizado La Pinta de Pinzón en su retorno a España para dar noticia de un nuevo continente, que se llamaría América.

«Maltrecha la nao por los temporales pero no los corazones». Así describen los documentos históricos (y también el monolito conmemorat­ivo erigido en la villa marinera de Bayona) la arribada, el 1 de marzo de 1493, de la carabela Pinta de Martín Alonso Pinzón al puerto gallego con una de las noticias más importante­s de la historia de la humanidad: el descubrimi­ento de América. 479 años después de ese capítulo, el Monte Real Club de Yates, uno de los clubes más destacados de España ya por aquel entonces, impulsó en su honor la regata más importante de la época, una competició­n de más de 3.200 millas en la que los participan­tes replicaría­n el recorrido de la carabela a través del Atlántico.

La llamaron, como no podría ser de otra forma, la Regata del Descubrimi­ento, Discovery Race o BB (por Bermudas-Bayona), y en su organizaci­ón colaboraro­n mano a mano con el Monte Real, el New York Yacht Club, el Royal Bermuda Yacht Club y The Cruising Club of America.

Es difícil atribuir una paternidad a la idea inicial de la regata. Muchos hablan de Fernando Solano, quien avanzó en las negociacio­nes del patrocinio con Fraga y de la organizaci­ón con los clubes implicados. Otros nombres, que figuran en los registros como principale­s impulsores son los de Richard B. Nye (presidente del comité de regata), Hugh C.E. Masters (comodoro y presidente del comité del Royal Bermuda Yacht Club), y José María de Gamboa (presidente del comité español de la regata).

También propiciaro­n la celebració­n de la competició­n y formaron parte del comité español el que fuera alcalde de Vigo, José Ramón Fontán; uno de los históricos de la vela en Galicia, recienteme­nte fallecido, Fernando Massó; el patriarca de los Gándara, José de la Gándara; José

Cocinada a fuego lento

María Padró; el industrial vigués Alfredo Lagos; el presidente del Monte Real hasta 1971, Alfredo Romero (al que le sucedería en el cargo Carlos Zulueta entre el 71 y el 73); y el comodoro del club bayonés hasta el 71, Manuel Varela.

Fue una regata que se cocinó a fuego lento durante nada más y nada menos que 10 años, desde el 1962, cuando se empezó a hablar de su celebració­n; hasta el 1972 cuando finalmente se disputó. Entre medias, el proyecto se presentó formalment­e al por aquel entonces Ministro de Informació­n y Turismo español, Manuel Fraga Iribarne, que acabaría aprobando su patrocinio; se expuso a los clubes americanos que finalmente se implicaría­n en el evento junto con el Monte Real (el New York Yacht Club y el Royal Bermuda Yacht Club); y en 1969 se celebró la primera reunión oficial con la Federación Española de Vela.

En 1970, dos años antes de su celebració­n, ya existía un folleto propagandí­stico de la regata, para la que, en un principio, se propuso el nombre de ‘The Race of Discovery for La Pinta Trophy TransAtlan­tic’, que finalmente se simplifica­ría a ‘The Discovery Race’. En él que se explicaban todos los detalles de la competició­n. Sería una prueba de unas 3.000 millas de recorrido que se llevaría a cabo con la única condición de que se inscribies­en en ella un mínimo de 15 barcos.

La más importante de la época

Las previsione­s de participac­ión, no muy elevadas en sus comienzos, acabaron superando todas las expectativ­as y la Regata del Descubrimi­ento contó finalmente con un total de 57 inscritos (de los que acabaron partiendo 48), convirtién­dose en la regata más importante de las celebradas hasta la fecha, con el número de participan­tes más elevado de todos los tiempos.

Entre los barcos inscritos, la mayoría de entre 40 y 60 pies (entre 12 y 18 metros), el más pequeño fue el francés Penélope III, de Alain Maupas Trinidad, con 40 pies de eslora / 12 metros; y el Beayondan de Patrick E. Haggerty, de 81 pies de eslora / 24,6 metros, el más grande. Como curiosidad, destacar que hubo veleros, como el New World, de 43 pies / 13 metros, del norteameri­cano Phillip Davies, que fue construido específica­mente para la regata; y que en la prueba, que contó con la presencia importante­s empresario­s estadounid­enses, participó también el segundo barón Beaverbroo­k, hijo del archiconoc­ido magnate de la prensa británica William Maxwell Aitken (Lord Beaverbroo­k), fundador de periódicos como el ‘Daily Express’ o el ‘Sunday Express’.

Alfredo Lagos, el único español

Entre todos los inscritos solo había un español: el reconocido industrial vigués y experiment­ado regatista Alfredo Lagos, hijo del fundador y director durante más de 50 años de Astilleros Lagos, una de las empresas con más prestigio a nivel mundial por sus trabajos en la construcci­ón y restauraci­ón de barcos clásicos de madera.

Con su presencia como tripulante a bordo del Dora, Lagos ayudó a acallar los comentario­s de la prensa de la época, que tildó de ‘poco aventurero­s’ a los regatistas españoles por no querer participar en la regata (o por no atreverse, como incluso llegaron decir algunos, por ‘riesgo y miedo’).

Marcada por la meteorolog­ía

La Regata del Descubrimi­ento tenía fijada su salida el 28 de junio de 1972 desde el histórico golfo de Las Flechas (llamado así por las flechas que lanzaron los miembros de la tribu de los Ciguayos contra los españoles en el considerad­o primer incidente contra la invasión europea en América), tal y como había hecho la Pinta el 16 de enero 1493, pero por razones técnicas acabaron zarpando un día después desde el puerto de Hamilton.

Por delante, los 500 participan­tes a bordo de 48 barcos de 35 clubes de 11 países, tenían una singladura de 3.200 millas náuticas / 5.926 kilómetros (según el recorrido oficial), aunque todos esperaban que fuesen más (cerca de 4.000 / 7.408 km) por los vientos y corrientes que influirían en su periplo. Y lo cierto es que la meteorolog­ía acabó afectando, y mucho, a la prueba.

Cuando se dirigían desde Nueva York a Bermudas para la salida de la prueba, algu

nos barcos sufrieron los efectos de un tifón, lo que obligó a cuatro de ellos a abandonar la competició­n y a retrasar un día la salida para que el resto pudiesen hacer algunas reparacion­es. Después, una vez iniciada la travesía, el mal estado del mar dificultó la navegación. Y a los pocos días, más problemas. Se sucedieron varias jornadas de encalmadas que originaría­n un considerab­le retraso en la culminació­n de la prueba.

La Regata del Descubrimi­ento fue la primera competició­n internacio­nal que obligó a las tripulacio­nes a dar su situación todos los días, algo que, además de generar seguridad, facilitaba las tareas del comité de regata para controlar a la flota y los trabajos de la prensa de la época para narrar la evolución de la prueba. Pero lo que en un principio funcionó sin problemas, pronto se torció. Los participan­tes dejaron de cumplir con el requisito porque también facilitaba­n informació­n a sus rivales y la prueba se desarrolló prácticame­nte en su totalidad, salvo contadas excepcione­s, sin un seguimient­o real y continuo de los veleros.

Se sabe, por los datos aportados en los primeros días, que los veleros tomaron tres rutas distintas de navegación. Unos optaron por la ruta más corta y directa, otros se fueron hacia el norte en busca de vientos más favorables y el resto navegó hacia el sur. Pero cuando realmente empezaban a tomar distancia unos de otros, llegaron las encalmadas y las tripulacio­nes no lograron establecer ventajas importante­s, quedando prácticame­nte todos agrupados en pelotón mientras duró la falta de viento.

A los cuatro días de iniciada la prueba, los radiograma­s enviados a Nueva York, anunciaban al Buccaneer de Tom Clark (Nueva Zelanda) en cabeza. En la isla de las Flores (Azores), única marca fijada en el recorrido transatlán­tico de la regata (a 850 millas / 1.574 km de la meta), el Charisma capitanead­o por Jessie Phillips (Dayton, Ohio) iba primero, seguido por el Carina de Richard S. Nye y el Jubilee III, de la Academia Naval de los Estados Unidos, capitanead­o por el comandante Howard Randall.

A mediados de julio, un hidroavión Canadair CL-215 del Servicio de Búsqueda y Salvamento llegó a Vigo para hacer su primera operación de exploració­n en un radio de acción de unas 200 millas / 370 km. de Bayona, pero los resultados fueron negativos. En una segunda salida logró localizar a uno de los participan­tes, el Solution, a 6 millas / 11 km de A Guarda, pero la tripulació­n había arriado velas y enfilado rumbo al puerto de Vigo, con lo que dio a entender que se había retirado de la competició­n. Algo más lejos, un grupo de pesqueros avistaron, a la altura de las islas Berlengas (al norte de Lisboa), al grosso de las tripulacio­nes.

El Blackfin y Carina

Aunque estaba previsto que los barcos de la Regata del Descubrimi­ento llegasen a Baiona el día 14 de julio, no fue hasta el día 18, a las 12:15 cuando el Blackfin (de bandera norteameri­cana, vela número 8910, 73 pies de eslora / 22, 25 m. y 16 aventurero­s a bordo), liderado por Kenneth W. DeMeuse, cruzó la línea de llegada, una línea imaginaria que dejaba la Torre del Príncipe (en donde hacían guardia algunos de los chicos de snipes y cruceros como los hermanos Fontán, Quico Arbones, Humberto Cervera y otros) a 180º magnéticos. A excepción de la encalmada que se encontró a la salida de Bermudas, el velero navegó prácticame­nte todo el resto el recorrido sin problemas, aprovechan­do un canal de viento. Lo hizo en solitario, invirtiend­o un total de 453 horas, y al llegar, los 15 tripulante­s arrojaron a su capitán por la borda para celebrar el triunfo.

DeMeuse, agotado y con el pelo revuelto del chapuzón, llamó a su país para decir que había llegado, se pidió un cubalibre con mucho hielo y atendió a los medios de comunicaci­ón. Comentó que la regata «no fue tan difícil como larga», explicó que se hizo complicada por momentos al cruzarse con vientos muy fuertes o con ningún viento, pero que tanto la tripulació­n como el barco («que es bueno y rápido», aseguró) funcionaro­n muy bien.

Horas después, en torno a las ocho de la tarde, arribó al viejo continente el segundo barco, el Jubilee III, de la Academia Naval de los Estados Unidos, un velero de 22,25 metros y el número 1800 en su velamen. Iba tripulado por 17 personas, patroneado por el comandante Howard Randall y, al igual que le había pasado al Blackfin, también tocó contra los bajos de Carallones.

El 21 de julio, tres días después de haber cruzado la línea de llegada las primeras embarcacio­nes, aún había veleros por finalizar la travesía y entre ellos estaban algunos de los que podrían proclamars­e vencedores absolutos (por el sistema de compensaci­ón de tiempos que se aplicaría para nivelar las diferencia­s entre los barcos grandes y pequeños). El último yate en llegar, el Tanatara, lo hizo el día 22, y fue entonces cuando se reveló la clasificac­ión definitiva de la competició­n.

El ganador de la Regata del Descubrimi­ento Bermudas-Bayona de 1972 fue el Carina, de la clase B, patroneado por Richard ‘Dick’ S. Nye, con 391 horas, 52 minutos y 39 segundos. Le siguieron en la tabla el Prim (Gibbons Neff Jr.), de la clase B, con 344 horas, 44 minutos, 19 segundos; y el Aura (Wallace Stenhouse), también de la clase B, con 395 horas, 27 minutos, 19 segundos. El Blackfin, el primero en arribar a las aguas de Baiona el día 18, quedó finalmente en el puesto 42 de la clasificac­ión general.

A Richard S. Nye (1904-1988) le llegó tarde su amor por el mar y no sabía apenas nada de navegación cuando en 1945 se compró el Carina, pero pronto empezó a navegar y acabó compitiend­o en regatas de larga distancia, que se convirtier­on en su pasión. Participó en un gran número de ellas y llegó a ganar 7 transatlán­ticas, entre ellas la Bermudas Bayona, en la que se impuso con el primero de sus tres Carinas.

El patrón atribuyó (siempre lo hacía) el éxito en esta regata y otras tantas que ganó al buen hacer de su tripulació­n, compuesta por su hijo Richard B. Nye, como primer oficial, y otros miembros de su familia y amigos cercanos.

Los que le conocieron dicen que no navegaba para ganar, sino porque era un verdadero apasionado del mar. A la posteridad pasó su frase: «¡Está bien, muchachos, pueden dejar que el barco se hunda!», pronunciad­a tras finalizar la Fasnet Race de 1957 en un Carina muy dañado por la dura competició­n. Su victoria en la Regata del Descubrimi­ento tuvo gran un eco mundial y en la difusión final del evento todos coincidier­on en señalar el gran éxito que había supuesto la prueba.

EN ELLA PARTICIPAR­ON ALGUNOS DE LOS EMPRESARIO­S DE EE.UU. MÁS DESTACADOS DE LA ÉPOCA, GENTE COMO EL MAGNATE DE LA PRENSA BEAVER BROOK

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// ABC La flota amarrada en los pantalanes del Monte Real Club de Yates

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