ABC (Andalucía)

Honorabili­dad y honradez

Sánchez no distingue entre justos y pecadores, sino entre amigos y enemigos

- ALBERTO GARCÍA REYES

EL argumento del PSOE para E defenderse de los ERE es mitad tosco, mitad perverso. Sánchez, Alegría y Espadas han ventilado el asunto apelando a la «honorabili­dad» de los condenados. Ojo con la palabra elegida. La semántica importa. La honorabili­dad es una cosa y la honradez otra. Según el Diccionari­o, alguien honorable es «digno de ser honrado o acatado» mientras que alguien honrado es el que actúa con «rectitud de ánimo, integridad en el obrar». Los pontífices del régimen andaluz fueron acatados durante años por una sociedad maniatada, dependient­e de los bienhechor­es. En tal sentido, la honorabili­dad de los condenados es indiscutib­le. Han sido incensados por sus huestes sin rechistar. Pero su honradez ha quedado enervada en los tribunales porque han cometido delitos execrables contra la democracia. Pedro Sánchez se enrocó ayer en que no hubo enriquecim­iento personal de Chaves y Griñán, cosa que nadie les ha atribuido nunca, por lo que en el fondo nos dijo que el único delito importante para él es robar. Es decir, el que puede reprocharl­e al adversario político. Rajoy acabó sufriendo una moción de censura por mandarle un mensaje privado de apoyo a Bárcenas, el famoso «sé fuerte». En cambio, el PSOE apoya públicamen­te a dos presidente­s condenados en firme. La cansina superiorid­ad moral. Sánchez no distingue entre justos y pecadores, sino entre amigos y enemigos.

El fantasma del indulto que sobrevuela La Moncloa será el entierro del socialismo. Alguno de los cientos de asesores del presidente debe explicarle que la única opción que le queda es la disculpa. Ya no vale el «y tú más». Porque cualquier tipo de corrupción es deleznable. Da igual si uno del partido se lleva el dinero público a un paraíso fiscal o si monta un sistema paralelo para jugar a Robin Hood. No importa si el beneficio es directo —vía cuenta corriente— o indirecto —vía conservaci­ón del poder—, lo que cuenta es que un político no sólo tiene que ser justo, tiene también que ser ejemplar. No se trata de ser honorable, sino de ser honrado.

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