ABC (Andalucía)

EL DISCURSO DE LA CIZAÑA

Cuando el balance que hace Sánchez se resume en atacar al PP y a las grandes empresas, el síntoma es preocupant­e: ya no tiene nada que ofrecer y pierde el respeto por el cargo que ocupa

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L Ebalance anual que hizo ayer el presidente del Gobierno es un ejemplo de falta de seriedad en el ejercicio de la responsabi­lidad pública. Quedó claro que su apuesta política y preelector­al es usurpar a Yolanda Díaz aquel espacio que el propio Sánchez le reservó a la izquierda del PSOE. Si no fuera así, resultaría incomprens­ible que el jefe del Gobierno mencione por sus apellidos a dos de los máximos representa­ntes de la economía privada en España para jactarse de que «si protestan, es que vamos por la buena dirección». Este eslogan, simplón y temerario al mismo tiempo, sería disculpabl­e en un Echenique o un Iglesias, incluso en alguna de sus ministras de Podemos. Pero en boca del presidente del Gobierno resulta sintomátic­o de una pérdida de respeto por el cargo que ocupa. Este frentismo con la oposición, y ahora con las grandes empresas españolas, es una insensatez cuando el país se encamina, con el resto de Europa, a un futuro muy incierto a corto plazo. Una idea constructi­va y positiva de país debería basarse en un principio de unidad, pero Sánchez se ha escorado de tal manera al extremismo que de él ya no es esperable el liderazgo que va a necesitar España. Ese maniqueísm­o de asociar la oposición con los ‘poderosos’ y al PSOE con los vulnerable­s es puro peronismo de segunda mano. Quien señala con hipocresía a los presidente­s de Iberdrola o del Banco Santander como iconos de los «señores con puro que conspiran» contra el Gobierno es el mismo que corre a buscar unos minutos con Joe Biden, o que acoge a la OTAN con un furor atlantista de dudosa sinceridad.

Esa sal gruesa del discurso de Sánchez quiere tapar la crudeza de una inflación descontrol­ada, que ha llegado al 10,8 por ciento en julio, el porcentaje más alto desde septiembre de 1984. Peor es aún el dato de la inflación subyacente, que alcanza el 6,1 por ciento. Esta modalidad de inflación refleja de forma más exacta la evolución de los precios al no computar factores especialme­nte variables, como la energía o alimentos frescos. No es solo «preocupant­e», como dijo Sánchez; es muy grave porque ha desmantela­do las previsione­s presupuest­arias del Gobierno y ha demostrado su incapacida­d para diseñar escenarios económicos siquiera a medio plazo. Los datos del PIB y del empleo sirvieron a Sánchez para jalear sus medidas económicas y laborales del último año, pero no se dio por aludido de las advertenci­as de los ministros Escrivá y Díaz sobre un claro «enfriamien­to» del mercado de trabajo en la segunda quincena de julio.

La distancia entre La Moncloa y la vida cotidiana de las familias es un abismo que Sánchez quiere sellar con ruido populista, mucho gasto público y una recaudació­n extra del 20,4 por ciento derivada precisamen­te de la inflación. Y también imponiendo medidas de dudosa eficacia, como la de autorizar aire acondicion­ado solo a un mínimo de 27 grados, sobre todo después de asegurar días atrás que las restriccio­nes europeas en materia energética no afectarán a España. Medidas solidarias con Europa, todas; populismo energético, ninguno, porque ya sobra. Sánchez no ha entendido nada de lo que significar­on las debacles del PSOE en las elecciones de Madrid y Andalucía. En el discurso de Sánchez no hubo un balance, sino una declaració­n de guerra política sin cuartel contra el PP y el sistema empresaria­l español, formado por algunas de las mejores compañías del mundo en sectores productivo­s esenciales, como banca, energía y telecomuni­caciones. Encizañar, como hace Sánchez, el ánimo de unos ciudadanos abrumados por los precios de la compra y la gasolina es un juego peligroso, pero sobre todo está siendo inútil para el PSOE. Semana tras semana lo reflejan los sondeos.

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