ABC (Andalucía)

Pletórico Perera, más allá del indulto

El extremeño perdona la vida a un estupendo toro de La Quinta y sale a hombros

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Bramaba Cuatro Caminos por sus cuatro costados. «¡Ooole, ooole!», coreaba aquel apasionado volcán que era la plaza. Cada vez más encendido. Cada vez más ardiente con la soberbia obra de Miguel Ángel Perera al quinto, al que cuajó de principio a fin. Tal fue su dimensión con un toro de La Quinta que rebosaba nobleza que allí todos perdieron el oremus hasta pedir el indulto para Hurón, un estupendo toro, sí, pero que no recibió ni medio puyazo y que en los inicios se mostró abanto, mirando más de una vez las tablas. Cierto es que luego embistió de maravilla en la perfecta muleta pererista, a más siempre, hasta regresar a toriles con la boca cerrada.

Sobre la arena chocolate había tendido una alfombra de temple en el saludo. Aroma antiguo traían las verónicas rodilla en tierra, hilvanadas a otros lances en pie, con una ceñida chicuelina. Como milimétric­as parieron las gaoneras. Descabalgó Hurón al varilargue­ro y ni para una análisis se le picó. Curro Javier, valor seguro, se marcó un par excelente antes del brindis del matador. Se sucedieron entonces los «¡vivas!» a España. No hay plaza en la que se ensalce tanto a la patria. Era la última corrida de la Feria de Santiago y algunos espectador­es se desgañitab­an bajo las cincuenta banderas rojigualda­s. Divisa española lucía también La Quinta, la ganadería que ponía el broche con seis estampas cárdenas y el premio gordo de Hurón.

Con una triada de pendulares estrenó la faena Perera. Un prólogo vibrante sobre una moneda de un céntimo para acabar siendo una obra de caros billetes. Con clase el de Martínez Conradi, que se abría como gusta a los toreros. Demasiado tras la primera serie, pero dejándosel­a puesta, sin opción a marcharse, encadenó una emotiva tanda. Poderoso, dominador y crecidísim­o por ambos pitones, una arrucina levantó pasiones en la parroquia. El cura del palco no perdía detalle, encantado con la noble calidad de Hurón y la sobresalie­nte labor de Miguel Ángel, que se adueñó de la estupenda embestida y jugó con ella como si estuviese en el patio de su casa. Inmenso e intenso todo. Allá que seguían los bravos protagonis­tas, cada vez con mayor profundida­d y clase. Las bernadinas cambiándol­e el viaje, con los pitones rozando la chaquetill­a, dispararon la apoteosis definitiva. Tanto gozaban con el de La Quinta que arrancaron las primeras voces pidiendo el indulto. Hasta ser una sola. A coro: «¡No lo mates, no lo mates!». Y allí continuaba el pacense, dándole fiesta, con ayudados por alto, con pases por bajo. El presidente intentó poner cordura en aquel manicomio, pidiendo que lo matara, pero Perera se sumó a la petición del respetable y calentó más el indulto. Cada vez que se perfilaba para matar los tendidos eran un clamor por el perdón de la vida de Hurón, que seguía con su hocico sellado y obediente a las telas. Al palco no le quedó otra que sucumbir al deseo de los que pagan: el pañuelo naranja se celebró como un euromillón. Se abrazaba el gentío, brindaba por la victoria. El de las almendras alzaba los brazos al cielo y tiraba un cartucho al matador, que simuló la suerte suprema antes de conducir a Hurón a los chiqueros de su ganado edén.

Conquista extremeña

En una terna acunada al completo en tierra de conquistad­ores, la gloria fue del torero de Puebla de Prior, en una fecha que quedará reflejada como una de las más grandes de su carrera. Ya encantó con su exquisito trato al segundo. De terciopelo las verónicas a Bodeguero, con buena condición, aun sin terminar de humillar. Y al ralentí el quite por chicuelina­s y tafalleras. «Dedícaselo a la alcaldesa de Gijón», dijeron con guasa en el sol. Pero Miguel Ángel se lo brindó al público. Una estatua levantó en el prólogo por alto: qué quietud. Tres metros más allá de las rayas le presentarí­a luego la derecha, pero la música arrancó a izquierdas. Con un sutil toque, echó la tela al hocico, aprovechan­do la nobleza del santacolom­a. Inteligent­e, lo oxigenó entre series y fue acortando distancias, con un invertido para animar el ambiente. Voló en el espadazo y paseó la primera oreja.

Sin premio se quedó Antonio Ferrera por su desacierto con el acero, con la mala suerte de cortarse en la ceja con la espada en el guapo primero. Por el derecho centró la faena, que por el zurdo le hizo un feo extraño. También pinchó al mansito cuarto, después de ganarse a la peña en una meritoria y jaleada pieza.

Le costó a Garrido acoplarse con el complejo tercero, pero cuando apretó la obra subió de nivel. Sobró la última tanda, el animal se puso andarín para darle matarile y oyó dos avisos. Mucho gusto imprimió con el capote al sexto, al que planteó una notable labor, pero el 29-J ya estaba escrito. Perera era su autor. Qué tarde en plenitud, más allá del indulto...

La plaza era un clamor pidiendo que no matase a Hurón. Y el extremeño se prestó dando más fiesta al santacolom­a

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// EFE Miguel Ángel Perera, en un pase cambiado por la espalda al quinto toro, al que indultó
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// EFE Perera, a hombros

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