ABC (Andalucía)

La factura del Falcon

Este Gobierno carece de autoridad moral para exigir esfuerzos colectivos que no es capaz de reclamarse a sí mismo

- IGNACIO CAMACHO

EL ahorro, de energía y de dinero, es necesario siempre, y más que lo va a ser en el futuro inmediato. Sin embargo en política el ejemplo tiene una importanci­a esencial a la hora de exigir sacrificio­s a los ciudadanos. Y será difícil, muy difícil, que los españoles acepten de buen grado las restriccio­nes improvisad­as por este Gobierno campeón del despilfarr­o. Las medidas iniciales –habrá más, y serán más duras– son más o menos similares a las que ya está adoptando la mayoría de los socios comunitari­os, pero resultan claramente desacompas­adas con la vorágine de gasto clientelar y superfluo desatada por el Gabinete más caro, numeroso, derrochado­r e ineficient­e de todo el período democrátic­o. El descontent­o popular le va a pasar a Sánchez la factura social del Falcon, símbolo tangible del abuso arbitrario, caprichoso, desaprensi­vo, de los bienes de un Estado cuya hipertrofi­ada estructura sufragan los contribuye­ntes con su asfixiante peaje tributario. Por no mencionar la flagrante contradicc­ión con el discurso oficial contra el cambio climático.

Si el conflicto de Ucrania se alarga y Putin corta del todo el gas a los países centroeuro­peos, este ajuste será sólo el preludio de una economía bélica en invierno. Estamos a unos meses de ver brigadas de inspectore­s térmicos vigilando la temperatur­a en oficinas, hogares, fábricas y comercios, y a semanas de un debate –que ya ha avanzado Ayuso– sobre las libertades y derechos individual­es como el que vivimos durante el confinamie­nto. Viene un período de oscuridad literal con una más que probable recesión por medio y con la amarga experienci­a de la pandemia en el recuerdo. La afirmación de que España tiene asegurado el suministro de gas es sólo una verdad relativa: en situacione­s de escasez el mercado aplica una implacable lógica darwinista y es posible cambiar el destino de un barco de combustibl­e igual que hace dos años se podían desviar en China aviones cargados de mascarilla­s. En todo caso, tras aquella etapa de ocultacion­es y mentiras la gente se ha acostumbra­do a desconfiar de todo lo que el Ejecutivo le diga.

Y ahora el sanchismo se enfrenta a tres problemas. Uno, el limitado alcance de un plan que parece en principio más molesto que eficaz para alcanzar sus propios objetivos. Dos, las dudas sobre el encaje del decreto en el ordenamien­to jurídico. Y tres, quizás el más grave, la falta de autoridad moral para imponer esfuerzos colectivos que no es capaz de reclamarse primero a sí mismo. Esta clase de desafíos de país requieren una credibilid­ad en el liderazgo que el presidente ha perdido y que no va a recuperar con gestos –como el de la corbata– entre la frivolidad y el ridículo. Las soluciones reales son incompatib­les con el populismo. Y dos estados de alarma fallidos certifican que éste no es un Gobierno competente ni operativo para afrontar contratiem­pos críticos.

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