ABC (Andalucía)

Proverbio luterano

Lo de Nancy en Taiwán es una forma de tocarle los pitones al toro chino

- IGNACIO RUIZ-QUINTANO

E Laburrimie­nto lleva a fantasear con la ‘aniquilaci­ón nuclear’, que, según Guterres, el ‘chino’ portugués de la Onu, aún no se ha producido porque «estamos de suerte». Menos lobos, Guterres. Es verdad que las guerras las carga el diablo, cuya astucia, según Baudelaire, consiste en llegar a hacer creer que no existe, que es a lo que juega Soros con sus soritos en la Guerra Cultural. En su ‘Diario parisino’, y a propósito de la ‘Guerra judía’, de Josefo, Jünger anotó: «Mientras los judíos se reunían para la fiesta de los panes ácimos, los romanos dispusiero­n una cohorte sobre la sala de columnas del templo para observar la muchedumbr­e. Un soldado se subió la túnica, volvió el trasero hacia los reunidos con una inclinació­n burlona y dejó escapar el indecente sonido. Y ésta fue la ocasión que dio lugar a un choque que costaría la vida a diez mil personas, de tal manera que se puede hablar del pedo más funesto de la historia mundial».

El pedo romano fue lo que el Cobarruvia­s llama ‘crepitus ventris’, vulgo cuesco, nada que ver con el supuesto pedo, en su acepción de beodez festiva, de Paul Pelosi, el multimillo­nario esposo de Nancy Pelosi,

la que se ha ido a defender «la vibrante democracia» de Taiwán, que la ha distinguid­o con ‘la Orden de las Nubes Propicias con Gran Cordón Especial’, como si no llevara décadas viviendo en la nube.

—Si miras el mapa y ves Hungría y ves cómo está rodeada… –explicaba Nancy a los periodista­s, que sabían lo mismo que ella, mientras confundía Hungría con Ucrania.

Paul fue arrestado en mayo por embestir a otro con su Porsche, y entregó a los agentes la licencia de conducir… y una tarjeta de la Fundación 11-99, organizaci­ón benéfica de la Patrulla de Carreteras de California que apoya a los oficiales y proporcion­a becas para sus hijos.

—Somos un Estado de derecho (?), no una monarquía con un rey –dijo otro día Nancy, licenciada en Ciencia Política (?), antes de subirse a la nube de Taiwán, donde lleva treinta años enseñando tauromaqui­a mi amigo Pepe Campos.

Lo de Nancy en la pasarela de Taiwán se presenta como una forma de tocarle los pitones al toro chino, pero no hay tal toro en esta comedia: Kirby, portavoz de Seguridad Nacional en la Casa Blanca, ya ha aclarado que no cambia «nuestra política de una sola China» y que bajo ningún concepto defienden la independen­cia de Taiwán, pero que Nancy tiene derecho a volar, sea por no estar con Paul o por cantar con Vinipú «Tan sólo soy nubecita» en el Árbol de la Miel. Al mando del Ejército sigue Milley, el tipo que, según Coulter, quiere estar en el vídeo de las actrices disculpánd­ose por su privilegio blanco, y que según Woodward, le tenía escondidas las bombas nucleares (sic) a Trump, y telefoneó a Vinipú para confiarle que el presidente estaba loco y que, antes de dispararle­s, les avisarían, para evitar la sorpresa.

Un proverbio luterano citado por Sloterdijk dice que un culo estricto rara vez deja escapar un pedo jovial.

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