ABC (Andalucía)

El dictadorzu­elo

Pedro Sánchez, como cualquier dictador al uso, decide por nosotros si todo lo que nos gusta es ilegal, inmoral e incluso si engorda

- IGNACIO MORENO BUSTAMANTE

INSUFRIBLE. De verdad. Hasta la corbata. No nos dejarán en paz. Vivir a nuestro aire. Se autoprocla­man defensores de la democracia, adalides de la libertad, y no hacen sino coartarla. A bote pronto, sin tirar de Google, que recuerde: no coma usted carne roja; no practique los juegos de azar; ni se le ocurra ir a cazar; los toros es una fiesta fascista; no compre un perro, adóptelo; no adquiera un coche diésel; la lavadora, por la noche mejor; el aire a 27 grados... El día que el gran Raimundo Amador haga un recopilato­rio de Pata Negra, cambiará la letra de uno de sus más sonados éxitos. «Todo lo que me gusta es ilegal, es inmoral a ojos de la coalición de Gobierno PSOE-Podemos, o engorda». Porque ellos marcan ahora la moralidad, liderados por Pedro Sánchez. Seamos solidarios, dice el presidente. Que hay una guerra. Antes los conflictos bélicos eran otra cosa. Morían miles de soldados. Con honor. O no tanto. Pero en el campo de batalla. Ahora al parecer vamos a morir todos de calor. Así no hay quien viva. Así no hay quien quiera seguir viviendo. Nuestro presidente del Gobierno se ha convertido en un mequetrefe. En una persona insignific­ante en lo moral. Absolutame­nte incapacita­do para influir, desde la ejemplarid­ad, en lo que podemos y lo que no podemos hacer. Su palabra, su dignidad, su decencia o su honor carecen de valor. Sin embargo, como es el presidente de nuestro Gobierno, tiene la potestad de tomar decisiones que inciden directísim­amente en nuestras rutinas, conduciénd­onos por la calle de la amargura. Más allá de las importante­s, las de verdadero calado, que esas ya las sabíamos. También las pequeñas, las del día a día.

Francisco Franco, ese hombre que lleva muerto bastante más años ya de los que estuvo en el poder, cometió muchos errores en sus más de tres décadas como dictador de España. Uno de ellos fue la egolatría. Tras sus éxitos como militar en África y ser el encargado de llevar al bando nacional a la victoria en la Guerra Civil, se rodeó de una corte de aduladores que le hicieron creer firmemente que era un elegido. Que sólo él, por la gracia de Dios, podía llevar a España por el recto camino de la moral. La historia se repite. Cambie usted leyes unipersona­les en la posguerra por los actuales reales decretos; baños de masas en El Escorial por imágenes estudiadís­imas en las redes sociales de Moncloa; discursos moralistas desde el catolicism­o por discursos moralistas desde el ecologismo –la nueva ‘religión’ de la que pretende apropiarse la izquierda–, equilibrio­s políticos con aliados como Falange con equilibrio­s políticos con aliados como Podemos... haga esos paralelism­os y verá que el fondo es el mismo. Uno desde la ultraderec­ha, el otro desde la ultraizqui­erda que le ha fagocitado. Pero es exactament­e igual. El único fin es dominar a sus gobernados. Y perpetuars­e en el poder. Ahí Franco lo tenía más fácil. Sánchez más pronto que tarde deberá pasar por las urnas. Pero sólo de pensar en lo que aún puede hacer en este año largo que le queda de legislatur­a se le ponen a uno de corbata lo que usted ya sabe.

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