En primera persona
Hay que prohibir el uso de ideologías de tipo pesado
NO hay que hacer caso de cuentos ni del cuento, sino reforzar el diálogo entre las dos Españas y permitir a nuestro país, que se ha vuelto amnésico por vigilancia de la memoria, recuperar la verdad de los hechos. Todo el mundo quiere comprar ideologías y nadie da un duro por los hechos; la inflación de ideologías ya va siendo tan alta como la económica. Entre otras medidas, tendría que limitarse la circulación de políticos y rojos en general. Hay que prohibir el uso de ideologías de tipo pesado, como el socialismo o el comunismo, que salen muy caras y son tan contaminantes como las que prohíbe la nueva ley de memoria. Estábamos unos columnistas reunidos en el bar Torcuato, el palacio falsomudéjar de Serrano que fue la casa de este periódico, y uno comenta que la República incautó el ABC y el sanchismo ha convertido ‘El País’ en una cosa un poco obscena. Lo de ABC, dice otro, sucede a causa de los altercados del Círculo Monárquico el 10 de mayo. Digamos que esta es la historia oficial, o sea que el ABC fue suspendido e incautado porque «algo harían».
En este palacio se masca la historia del periodismo y es una incógnita que haya sobrevivido a nuestras guerras municipales. Parece ser que aquel 10 de mayo el famoso Círculo Monárquico estaba reunido en Alcalá 67, con permiso del ministro de la Gobernación. Iniciada la sesión, crecieron los bulos, los rumores y la santa indignación contra la ‘provocación’ de estos señoritos monárquicos. Puestos a prohibir hasta las reuniones, los republicanos deberían haber prohibido la circulación de rumores hasta las diez de la mañana del día siguiente; que es cuando el rumor ya ha perdido vida y credibilidad. Esto habría evitado la quema de iglesias y conventos en Madrid, de coches y quioscos. Como el rumor gana vida y fuerza, la turba republicana acude al asalto de la Casa de ABC en la calle Serrano. Surgieron de este episodio nuevas patrañas en los periódicos del corro republicano, que –ya saben– no eran precisamente el cuarto poder. Trataron de fabricarle a D. Juan Ignacio su maniqueísmo y le inventaron una marcha monárquica con megáfonos, unos vivas tradicionales y el homicidio del mecánico, lo suficiente para llevárselo a la cárcel una temporada y sobre todo, para poder justificar la promulgación de una ley de defensa de la República, que era una ley de defensa contra el desayuno impreso de casi todos los españoles, o sea el periódico que leían mientras hacían su gimnasia, se tomaban el café con leche condensada Clesa y se lavaban la cabeza por la mañana. Sobra decir que se incautó del edificio de Prensa Española y se suspendieron las rotativas, todo esto lo cuenta D. Juan Ignacio en su libro ‘Mis amigos muertos’, que yo encontré en una librería de viejo de Madrid. En este testimonio queda patentizado el verdadero perfil de la República, «que no podía ser sino lo que fue». Conviene acudir a los testimonios en primera persona, más que nada por el abuso de la memoria que, en nombre del franquismo, abre a la izquierda una línea de crédito ideológico inagotable.