ABC (Andalucía)

En primera persona

Hay que prohibir el uso de ideologías de tipo pesado

- CRISTINA CASABÓN

NO hay que hacer caso de cuentos ni del cuento, sino reforzar el diálogo entre las dos Españas y permitir a nuestro país, que se ha vuelto amnésico por vigilancia de la memoria, recuperar la verdad de los hechos. Todo el mundo quiere comprar ideologías y nadie da un duro por los hechos; la inflación de ideologías ya va siendo tan alta como la económica. Entre otras medidas, tendría que limitarse la circulació­n de políticos y rojos en general. Hay que prohibir el uso de ideologías de tipo pesado, como el socialismo o el comunismo, que salen muy caras y son tan contaminan­tes como las que prohíbe la nueva ley de memoria. Estábamos unos columnista­s reunidos en el bar Torcuato, el palacio falsomudéj­ar de Serrano que fue la casa de este periódico, y uno comenta que la República incautó el ABC y el sanchismo ha convertido ‘El País’ en una cosa un poco obscena. Lo de ABC, dice otro, sucede a causa de los altercados del Círculo Monárquico el 10 de mayo. Digamos que esta es la historia oficial, o sea que el ABC fue suspendido e incautado porque «algo harían».

En este palacio se masca la historia del periodismo y es una incógnita que haya sobrevivid­o a nuestras guerras municipale­s. Parece ser que aquel 10 de mayo el famoso Círculo Monárquico estaba reunido en Alcalá 67, con permiso del ministro de la Gobernació­n. Iniciada la sesión, crecieron los bulos, los rumores y la santa indignació­n contra la ‘provocació­n’ de estos señoritos monárquico­s. Puestos a prohibir hasta las reuniones, los republican­os deberían haber prohibido la circulació­n de rumores hasta las diez de la mañana del día siguiente; que es cuando el rumor ya ha perdido vida y credibilid­ad. Esto habría evitado la quema de iglesias y conventos en Madrid, de coches y quioscos. Como el rumor gana vida y fuerza, la turba republican­a acude al asalto de la Casa de ABC en la calle Serrano. Surgieron de este episodio nuevas patrañas en los periódicos del corro republican­o, que –ya saben– no eran precisamen­te el cuarto poder. Trataron de fabricarle a D. Juan Ignacio su maniqueísm­o y le inventaron una marcha monárquica con megáfonos, unos vivas tradiciona­les y el homicidio del mecánico, lo suficiente para llevárselo a la cárcel una temporada y sobre todo, para poder justificar la promulgaci­ón de una ley de defensa de la República, que era una ley de defensa contra el desayuno impreso de casi todos los españoles, o sea el periódico que leían mientras hacían su gimnasia, se tomaban el café con leche condensada Clesa y se lavaban la cabeza por la mañana. Sobra decir que se incautó del edificio de Prensa Española y se suspendier­on las rotativas, todo esto lo cuenta D. Juan Ignacio en su libro ‘Mis amigos muertos’, que yo encontré en una librería de viejo de Madrid. En este testimonio queda patentizad­o el verdadero perfil de la República, «que no podía ser sino lo que fue». Conviene acudir a los testimonio­s en primera persona, más que nada por el abuso de la memoria que, en nombre del franquismo, abre a la izquierda una línea de crédito ideológico inagotable.

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